Sentado en la esquina del gran cuarto de baño, observé como el hombre ebrio que recién había entrado, abrió su bragueta desesperadamente sacando su pequeño y flácido miembro. Sosteniéndolo en su mano, se apoyó en la otra en la pared frente a él, como si de esa manera fuera a evitar caerse de lo borracho que estaba. Su cuerpo se balanceaba hacia adelante y hacia atrás de forma cómica e imaginé que quizá un fantasma podía haberle atado una cuerda a la cintura y lo jalaba en todas direcciones, lo que provocaba que se moviera de esa forma bastante graciosa.
El hombre se quedó quieto cuando encontró el equilibrio perfecto, cerró los ojos, sacudió su miembro y dejó salir un suspiro de alivio cuando el líquido amarillento salió de la abertura de su pene, golpeando las paredes de pocelana del mingitorio.
Lo miré con aburrimiento y hastío.
Esperaría por otro.
Recordé entonces mi encuentro mañanero. El hombre que me había tomado lo había hecho tan duro que aún podía sentir su pene largo en mi agujero. Sin embargo, el tipo sólo había esperado su placer y nunca me permitió alcanzar el mío. Como ese, había tenido un sinfín de encuentros, y pocos hombres habían sido los que me habían permitido disfrutar de verdad. Suspiré y juguetee con el pedazo que más temprano se había desprendido de mi ala, cuando el hombre me había puesto de rodillas sobre la taza de baño y con fuerza había apretado mis alas, reflejo de la pasión con la que empujaba en mi interior. Resignado, tomé el trozo en mis manos y lo observé. Aún podía recordar como brillaban mis alas, como todos mis compañeros en el cielo las envidiaban. También recordaba su cara de asco y decepción, cuando me vieron ser enviado a la tierra, como castigo por haber sucumbido a la lujuria.
El hombre borracho se movió y captó mi atención. Subía su bragueta con cuidado, y de la misma forma en la que había entrado, salió, tropezando con piedras invisibles en el camino, su cuerpo haciendo un esfuerzo sobre humano por tratar de evitar caer.
¿Cuánto tiempo había estado yo aquí?
No importaba, porque ya lo había olvidado.
El ruido de muchas pisadas acercándose me puso alerta. Me levanté del suelo y dejé caer el pedazo de mi ala rota. Busqué con la mirada, temeroso, algo que pudiera usar para defenderme en caso de que fueran demonios los que se acercaran, y lo único que encontré fue una escoba vieja. Corrí hacia ella y la sostuve contra mi cuerpo como si de una espada se tratara.
Los pasos se acercaron más y tres hombres seguidos de otros dos que venían muy por detrás, entraron en el baño. Los que habían entrado primero, tomaron con fuerza al de en medio y lo arrojaron contra los lavabos. El chico sólo gimió cuando su cabeza chocó contra la esquina de la porcelana gastada. Los cuatro hombres restantes rodearon al que ahora se encontraba tirado, sosteniendo su cabeza con fuerza. Comenzaron a patearlo.
Me asusté. Había visto bestialidad entre los hombres, pero estos... sobrepasaban ese límite. El chico en el suelo gritaba con fuerza a causa de los golpes recibidos, y los otros reían, animándose entre ellos para golpearlo con más fuerza. Uno de ellos se detuvo y miró a su objetivo en el suelo. Con una sonrisa, llevó sus manos al frente de su pantalón, acunando su carne. Con prisa, forcejeó con el cinturón para abrirlo, seguido del pantalón. Su miembro saltó al aire, duro como una roca. El hombre tomó en su puño su miembro, masturbándolo con rudeza y apuntó la cabeza redonda y rojiza en dirección al chico del suelo. Pasaron unos segundos y de la misma forma que el borracho había hecho anteriormente, el hombre gimió cuando la orina salió a chorros, mojando el cuerpo en el suelo, que sólo se estremeció.
Los otros tres siguieron su ejemplo, y en cuestión de segundos, había cuatro chorros interminables de orina cayendo sobre el cuerpo delgado y roto en el suelo.
Sentí la ira crecer en mí. Sin esfuerzo, permití a mi cuerpo que se materializara hasta donde se encontraba el chico en el suelo y al hacerlo, sentí los chorros calientes en mi propio cuerpo desnudo y el olor ácido de la orina en mi nariz. Los hombres que seguían orinando tardaron un poco en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Cuando lo hicieron, su cara que había tenido una sonrisa, tornó en cada uno de ellos en un rictus de terror. Con rapidez, se dieron la vuelta sin importar que salpicaran su ropa con sus propios fluidos y los cuatro corrieron con gritos de "¡Fantasma!" atorados en sus gargantas. Los pasos se alejaron a medida que los hombres corrían como gallinas.
Mi pecho se infló. Como ángel, había tenido la misma emoción recorriendo mis venas cuando luchábamos en contra de hordas de demonios. Ahora, me sentía envalentonado porque yo solito con tan solo aparecer frente a ellos, los había hecho correr. Sonreí, al menos hasta que escuché un quejido. Miré al chico que se retorcía en el suelo, tratando de mirarme. Sus ojos se encontraron con los míos y sentí algo extraño, como si miles de insectos y arañas vivieran en mi interior y estuvieran desesperados por salir. Era una sensación... agradable.