Cuando Dante trató de abrir los ojos, sus párpados revolotearon y las dos esferas ocultas se movieron como pelotas en sus cuencas.
-Tranquilo, estás a salvo. –Le dije.
Cuando se desmayó, lo primero que hice fue ocultar su presencia y la mía de la de cualquiera que pudiera entrar al baño. Lo recosté en algunas mantas que a lo largo del tiempo, había recolectado cuando los borrachos buscaban refugio aquí mismo y dejaban olvidadas sus pertenencias. Las había lavado y limpiado a la perfección, por lo que la cama improvisada era bastante cómoda debido a la suavidad de la ropa.
Dante levantó su cabeza y miró a su alrededor. Había un par de hombres charlando parados en los mingitorios, pero de ellos sólo escuchábamos los ecos de sus voces. Había puesto el cuerpo delgado y caliente de Dante tras una pared, que dividía los baños del almacén, por lo que sólo vio cubetas, trapeadores y escobas alrededor. Sus ojos brincaron a mí, recorriendo por completo mi desnudez. Luego, brincaron a su propio cuerpo, dándose cuenta de que estaba en la misma situación.
Aterrado, preguntó.
-¿Dónde está mi ropa?
Sonreí. Era tan lindo estando asustado.
-La he lavado. ¿No recuerdas lo que sucedió?
Dante pensó por un momento, y sus mejillas se tornaron rojas cuando supuse, recordó que su ropa había sido llenada de orines.
-Ahh, gracias, de nuevo. – Con lentitud, se sentó e inclinó su cabeza ante mí. Con ternura y debido a una extraña razón, estiré la mano y toqué su suave cabello. También lo había bañado. Sonreí al recordar el empalme que había tenido cuando pasé con lentitud por todo su cuerpo una esponja, eliminando cualquier olor y suciedad que hubiera en él.
-Ángel, - mi nombre en sus labios era mucho mejor que el paraíso. Cerré los ojos disfrutando de sus palabras. -¿qué puedo hacer para pagar todo lo que has hecho por mí?
Abrí los ojos lentamente encontrando su mirada. ¿Qué podría hacer por mí?
-Ámame. – Le dije, antes de acercarme y tomar sus labios.