El Ángel en la Casa

Prólogo

Inglaterra, 5 de Mayo de 1.860.

Amanda examinó su reflejo en el espejo. El brocado de su vestido plateado se ceñía en su corpiño y descendía por la amplia falda.

            Era la primera vez que llevaba un vestido y por esa razón aun no se había acostumbrado a la sensación de moverse en la extraña prenda. Acarició la hermosa tela mientras se balanceaba para dejar que el cancán de la falda botara a su alrededor.

            El decimoctavo cumpleaños de una dama era la única ocasión en la que abandonaba la practicidad de los pantalones para volver a los vestidos que las mujeres de antaño habían soportado. Vestidos pesados e incómodos que, según les decían siempre en la escuela, habían representado una jaula para las mujeres. Por esa razón, en los tiempos de Amanda, ya no se usaban. A excepción de una única ocasión: la ceremonia de conversión a la edad adulta; cuando una dama escogía al muchacho que la acompañaría y serviría durante toda su vida.

Era una celebración de gran importancia, que se desarrollaba en el edificio público del centro de Crawley.  Sucedía anualmente, cada cinco de mayo, para las jóvenes que habían cumplido o cumplirían dieciocho años durante ese año. La celebración comenzaba a media noche y duraba hasta el alba, y por primera vez a las jóvenes se les permitía beber vino.

Amanda había dejado de beber cuando su visión se ralentizó y las imágenes le habían llegado a trompicones, como cuadros. No quería que el alcohol entorpeciera su elección de siervo. Pronto abandonarían el salón de la casa pública de Crawley, donde habían comido y bebido durante toda la noche, para dirigirse al Andrónicus: el lugar donde residían los muchachos de menos de dieciocho años. En ese recinto, los criaban y entrenaban para servir a sus amas.

―¿Estas preparada? —preguntó su amiga, Jane, a su espalda.

Miró el reflejo de la chica a través del espejo. Jane era una de las jóvenes más hermosas de la villa. Su larga cabellera negra caía en una cascada de rizos de su moño alto. Amanda siempre había envidiado su cabello, el suyo era rubio como el de otras tantas jóvenes en Inglaterra. Además el rostro de la chica era exquisito. Sus mejillas se habían sonrosado como consecuencia de beber demasiado vino. Compararse con ella siempre la hacía sentir simple.

—¿Estás nerviosa?

—Lo estaba —respondió Amanda—. El vino ha ayudado a disipar los nervios, pero aún estoy preocupada. Mi madre dice que escoja al joven más fuerte, tú, al que más me atraiga. Y ni siquiera sé qué significa eso.

Jane era un año mayor que ella, por lo que ya había pasado por la ceremonia. Desde entonces, siempre iba acompañada de William, un hermoso muchacho de cabello rojizo y unos ojos verdes vivaces.

—En realidad tiene que ser un mezcla entre las dos cosas —declaró Jane, sonriendo—.Quieres que sea fuerte para que pueda ayudarte con tu trabajo, pero piensa que lo tendrás a tu lado a todas horas, no querrás escoger a alguien que te parezca repulsivo. Piensa que tendrás bebes con esa persona.

—Lo sé, pero mi madre ha insistido tanto en que escogiera al más fuerte y al que me pareciera más inteligente, y ella tiene más años de experiencia en esto.

―¿Al más inteligente? ―repitió Jane mientras reía.

―A mí también me resultó extraño. Nunca antes la oí hablar de la inteligencia de un hombre.

Jane cruzó los brazos sobre su pecho.

―Qué tontería. Todos los hombres son iguales, no hay unos más inteligentes que otros. Todos portan la bacteria en su cerebro.

Amanda no supo que decir y Jane la sujetó del hombro para darle la vuelta y situarla justo frente a ella.

—Amanda, no te preocupes. Cuando lo veas, lo sabrás.

—Eso me preocupa incluso más ¿Y si alguien me lo roba?

Su amiga le cogió de la mano y tiró de ella de vuelta al salón principal, donde las demás jóvenes charlaban y bebían animadamente. Una animada tuna de violines y arpas resonaba en la sala.

—Ya sabes cómo funciona la ceremonia, y te he explicado todos los trucos posibles. Relájate y todo irá bien.

A penas un cuarto de hora más tarde, la partida abandonó el edificio público para dirigirse al Andrónicus. Solo las muchachas que cumplían años y seleccionarían a su siervo aquella mañana, podían pasar a la sala principal donde los jóvenes aguardaban a ser elegidos. Las demás damas de Crawley, que se habían unido a la celebración, tuvieron que decidir entre esperar en otra sala o marcharse a sus casas.

Amanda respiró hondo antes de entrar en la sala de selección. Por supuesto, siempre había disputa entre las jóvenes, para elegir a los candidatos más atractivos y fuertes. Era  parte de la diversión y existían ciertas normas para evitar que las riñas y la competitividad entre las muchachas se convirtiera en un problema.




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