Callum abrió los ojos varias veces pero la luz del sol que de forma intermitente se colaba entre las hojas de los árboles le obligó a cerrarlos de nuevo.
Estaba tendido de espaldas sobre un sillón de jardín. No recordaba cómo había llegado allí pero el dolor de cabeza le refrescó la memoria y recordó lo ocurrido en la Iglesia con Amanda.
Al pensar en la chica se obligó a girar el cuello para buscarla. No tuvo que ampliar demasiado su campo de visión, pues la joven se encontraba en otro sillón al lado del suyo con un libro entre sus delgadas manos.
Callum sonrió, preguntándose cómo habían logrado noquearlo unos brazos tan finos. No dijo nada, temeroso de que alguien más, cuya posición no le permitía ver, se encontrara en los alrededores.
―Mira, Amanda. Está despierto ―anunció una voz con alegría. Y aunque no podía divisar a su emisora desde su posición, sabía que estaba cerca.
Amanda dejó que el libro cayera sobre su regazo y se giró hacia él. Pudo leer la culpabilidad y el temor en los ojos de la muchacha. Aunque realmente el temor siempre estaba allí cuando lo observaban a él.
―Cassandra, por favor, ve a la cocina y tráeme una tisana.
La muchacha que por lo visto se encontraba a su espalda se alejó para cumplir con el pedido de su hermana.
Amanda se acercó entonces a él, un tanto temerosa como si pensara que iba a morderla de un momento a otro.
―Te resbalaste y te golpeaste la cabeza en la iglesia ―le informó con cautela mientras se inclinaba sobre él―. Puedes hablar ahora, estamos solos, pero no te muevas. Debes reposar.
―¿Me golpeé la cabeza? ―preguntó él, intentando reprimir una sonrisa. Cuando la tuvo lo suficientemente cerca la agarró del brazo y tiró de ella hacia él hasta que la tuvo a escasos centímetros de su nariz―. Al menos ya sé la cara que pones cuando mientes.
La chica lo observó con ojos como platos, por lo que esbozó una sonrisa para tranquilizarla.
―Parece que no hace falta ser hombre para ponerse violento ―se burló con gusto al ver como sus espesas pestañas descendían sobre sus ojos, sin duda avergonzada.
Sus brazos se habían puesto morados allí donde él la había sujetado con sus rodillas.
―Supongo que estamos en paz. Empatados en mal comportamiento.
Amanda sonrió al fin y Callum la alejó de sí porque su fragancia dificultó su respiración, como le había ocurrido en otras ocasiones. Su perfume tenía algo que incluso agitaba su estómago. Quizá era alérgico a las flores de las que estaba compuesto.
―Viene Cassandra ―le advirtió disimuladamente.
La niña regresó con una tisana medicinal de horrible olor, pero Amanda le ordenó que se la bebiera, y él no podía negarse a una orden delante de su hermana. El sabor era aun peor de lo que había esperado, pero enseguida comenzó a sentirse mejor.
―Has dormido durante cuatro horas Callum ―anunció la niña acariciándole la frente ―. Te he traído un violín. Puedes tocar para nosotras y así no te aburrirás tanto mientras te recompones.
―Callum ¿necesitas dormir o quieres tocar? ―lo interrogó Amanda como si le hablara a un perro; a uno medio sordo.
Como respuesta se incorporó un poco más colocándose el instrumento bajo la barbilla. Era incapaz de discernir porqué sabía qué hacer con el violín, pero simplemente sabía que podía tocar.
Cassandra le colocó un cuaderno de partituras sobre las piernas y abrió la hoja que le interesaba. Sonriente le señaló la canción que deseaba escuchar.
Callum comenzó a tocar como si fuera la primera vez que lo hacía, pero en cuanto realizó los primeros movimientos se dio cuenta que aquella no era su primera vez. Simplemente era la primera vez en que su consciencia estaba con él. El aire de sus pulmones se hizo pesado, como cuando olía a Amanda. Un cosquilleó comenzó a brotarle del pecho hasta los dedos junto con la música. El sonido surgía de él y volvía a su cuerpo como un rayo de sol calentando su piel, como la brisa que lo aliviaba cuando estaba acalorado.
Se olvidó de las chicas hasta que ambas se giraron para observarlo. Cassandra tenía los ojos muy abiertos y los labios separados y Amanda lo miraba de una forma extraña.
―Callum, tocas mejor que ningún otro siervo al que jamás haya escuchado ―celebró la niña deleitada―. Esa es mi canción favorita, pero tú la haces más hermosa.