El Ángel en la Casa

Capítulo 9

La biblioteca era una de sus salas favoritas, pues el olor a hojas viejas y amarillentas impregnaba la estancia con el inequívoco perfume de miles de historias contenidas en palabras. Pero no simples palabras, porque puestas en cierto orden tenían el mágico poder de transportar a un mundo distinto al de la existencia de uno, y ese nuevo mundo podía ofrecer un descanso a la mente con el que ninguna noche de sueño podría competir.

            La habitación estaba completamente hecha de madera, y esa era la segunda razón por la que le gustaba tanto. Pues la madera era su pasión, como lo era la música para Callum. O al menos lo había sido hasta que él se había convertido en su nueva pasión.

            El segundo pasillo a su derecha contenía las obras literarias más recientes que eran, sin duda,  su periodo favorito: Wordsworth, Coleridge, Keats, Blake, entre otros inundaban las estanterías por las que pasó las yemas de sus dedos mientras llamaba a Callum con voz suave, sin estar muy convencida de que se encontrara allí.

Fue entonces cuando oyó el oxidado sonido de la pesada llave girando en el hueco de la cerradura. Si la puerta de la biblioteca no hubiera sido tan longeva, jamás hubiera sido capaz de captar el sonido de forma tan precisa. Pero lo hizo y deshizo el camino andado para asomarse a otear la puerta, pero no había absolutamente nadie frente a esta.  Sin embargo, escuchó  un crujir de tablones de madera en la pequeña escalerita que conducía a un segundo nivel.

No se atrevió a llamarlo de nuevo, sospechando que no se trataba de él. Su día continuaba tornándose más y más extraño.

Se acercó a la puerta casi sin aliento y al intentar girar el pomo con una mano temblorosa descubrió que efectivamente estaba encerrada y la llave había desaparecido de su habitual lugar, que era en la misma cerradura.

Inhaló una bocanada de aire y se dirigió hacia las escaleras, su crispación se incrementaba con cada escalón que salvaba.

―Callum, eres tú ―exhaló al verlo tirado sobre un canapé azul que destacaba contra la madera de las estanterías y del suelo―. Por Dios, me has asustado.

―Quería que tu vinieras a mí por una vez, Ama ―dijo, acomodándose aun más sobre el sofá. Sus bellos ojos azules relampaguearon con algo que nunca antes había estado allí. 

La luz del sol y las horas de sueño hacían parecer, a lo ocurrido entre ellos, un sueño lejano e irreal. Pero aun así se sonrojó y seguiría sonrojándose cada vez que lo viera.

Durante tres mañanas, incluida esa, se pasarían media hora charlando sobre todo tipo de asuntos, intentando ignorar la incomodidad y la tensión que fluía como electricidad entre sus cuerpos. Lo mismo ocurrió durante tres noches. Hasta que Callum, rompía el hielo cerniéndose sobre ella y logrando derretirla por completo contra el colchón. Y cada vez se volvía peor, pues su cuerpo anticipaba las sensaciones que estaban por llegar y la preparaban para el ataque, sensibilizando su piel y haciéndolo todo mucho más intenso. Cada mañana y cada noche, Callum acabaría perdiendo el control y refregándose contra ella emitía la misma súplica.

―Más…Amanda. ¿Qué más?  ―jadeaba desconsolado―. Vas a matarme, mujer.

Pero aquella mañana no había recibido su visita. Y con horror había temido que él se hubiera cansado de sus sesiones. Aunque a juzgar por el estado en que las acababa, parecía poco probable.

―Anoche cuando me echaste de tu habitación una vez más, vine a la biblioteca, pues sabía que no podría dormir. Las hechiceras como tú logran robarle el sueño a un pobre hombre. Por lo que logré pasarme la noche leyendo.

Amandá tragó saliva con dificultad.

―¿Y qué has leído?

―He ojeado todos aquellos libros que me prohibiste ―sentenció él con una nueva y terrorífica confianza. Toda su inocencia desaparecida. Y era eso lo que había cambiado en sus ojos―. El Monje de Lewis, Los Misterios de Udolfo de Radclife y a tu querido Lord Byron. Pero lo más iluminador de todo ha sido esta colección de revistas llamada “La Perla”.

Amanda se mordió el labio. Nunca había leído La Perla, pero había escuchado hablar de la licenciosa publicación, repleta de historias obscenas. 

―Callum, no debes hacer caso de esas historias, son fantasías y la vida real es más complicada que todo eso. En la vida real hay moral, ética y…consecuencias para esas cosas.

―¿ Me temes? ―preguntó él, ignorando su sermón.   

―¿Por qué cerraste la puerta con llave?―. Si él podía ignorarla, bien podía hacer ella lo mismo. Estaba claro que sus lecturas le habían enseñado solo la parte divertida y no las complicaciones y las connotaciones de dichas fechorías.

Callum sonrió, sus ojos azules volvieron a brillar con una intensidad abrumadora. Llevaba la ropa del día anterior. Una camisa blanca con un chaleco negro por encima, pero la camisa estaba a medio abrir, pues la temperatura de la habitación era abrasadora y lo poco que había dormido la había arrugado por completo al igual que su despeinado cabello. Le daban un aspecto sensual y desenfadado, un tanto salvaje. 




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