El Ángel Que Desafió Al Cielo

Los Custodios Eternos

Pasaron eones desde la caída de Luzfel. El eco de su rebelión se desvaneció con los siglos, convirtiéndose en un susurro temido entre los cielos y una leyenda distorsionada entre los humanos. Tras ser desterrados del huerto sagrado, los hijos de la humanidad encontraron refugio en la Tierra, donde construyeron ciudades, reinos, y memorias… pero también olvidaron. Olvidaron lo que se oculta más allá del velo entre mundos.

Mientras tanto, el cielo se reestructuraba. La oscuridad que una vez corrompió lo eterno seguía latente, esperando su momento. Y en respuesta, el Reino Celestial creó una nueva élite: los Custodios Eternos. Ángeles de pureza inquebrantable, nacidos no solo para proteger, sino para resistir lo que incluso los arcángeles no pudieron contener, fueron tallados del núcleo mismo de la esencia celestial. Solo existe uno por vez. Cuando uno cae, otro nace.

El primero de ellos, Jofiel, Custodio de la Compasión, había caído hace mucho tiempo bajo circunstancias envueltas en misterio. Algunos decían que fue traicionado por uno de los suyos; otros, que enfrentó solo a un demonio antiguo y selló con su vida una grieta hacia el abismo. Solo cuando el cielo estuvo listo, nació Azusiel.

Y con ella, un nuevo ciclo comenzó.

Ahora, entrenada bajo la guía de Sariel, uno de los arcángeles Celestiales, Azusiel comenzaba a comprender el peso de su existencia.

—¡Azusiel, tienes que concentrarte! —dijo Sariel, deteniendo el entrenamiento.

—Perdón, señor, es que estoy un poco pensativa… —respondió la joven, bajando la mirada.

—¿Qué piensas?

—Ser Custodia Eterna es una responsabilidad muy grande ¿Y si no estoy a la altura de lo que esperan de mí? A veces… siento que no lo merezco.

Sariel se le acercó con una mirada suave, pero cargada de convicción.

—Ser un Custodio Eterno no es algo que se gana, Azusiel. No se entrena para ello, no se elige… tú naciste porque Jofiel murió. Así funciona. Ustedes son cuatro, los pilares del cielo: Sabiduría, Fuerza, Fidelidad… y tú, Compasión.

—¿Y por qué yo? No soy tan fuerte como Thareon, no tengo la sabiduría de Kaelion ni la voluntad inquebrantable de Emeth…

—Y aun así, tú naciste cuando él cayó. Porque la compasión no nace de la fuerza ni del juicio, sino del corazón. Eso no puede fingirse. Los Custodios fueron creados porque el Creador supo que incluso la perfección podía quebrarse. Son el último muro, Azusiel. Cuando todo lo demás falla… ustedes permanecen.

La joven levantó la vista con una mezcla de temor y esperanza.

—Yo… intentaré no fallarles.

Sariel sonrió.

—No estás sola. Tienes a los guardianes bajo tu mando, y a nosotros contigo. Todavía tienes mucho por descubrir… y mucho por sentir.

Azusiel cerró los ojos. Sintiendo, por un momento, la chispa de eternidad latiendo en su pecho.

Pasaron los años. Azusiel creció en poder, y también en compasión. Aprendió las artes de la guerra, pero también las del entendimiento. No era como los demás Custodios. Ella deseaba conocer antes que destruir. Comprender antes que juzgar.

Y entonces llegó el día.

La joven Custodio fue enviada a su primera misión en la Tierra. Una prueba. Un simple descenso. Vigilancia, observación.

Sariel y Mizasel la acompañaron hasta el límite del abismo entre el cielo y la tierra.

— ¿Estás lista, Azusiel? — preguntó Sariel.

— No del todo… pero quiero estarlo.

— Entonces salta — dijo Mizasel con una leve sonrisa.

Abrió sus alas. Blancas, vastas como nubes en tormenta. Y se dejó caer.




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