El mundo humano había cambiado mucho desde los días del Huerto. Azusiel descendió en medio de una noche estrellada, invisible a los ojos de los hombres, aterrizando suavemente en los campos olvidados más allá del Reino.
Caminó entre árboles que susurraban secretos antiguos y ríos que aún recordaban los cánticos de los primeros ángeles. La Tierra vibraba con memorias dormidas… y algo más. Algo oscuro. Algo que no pertenecía allí.
Azusiel se detuvo.
Sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era miedo, sino una familiaridad antinatural, como si algo en el aire reconociera su esencia… y la estuviera llamando.
Fue entonces cuando lo vio.
Sentado sobre una roca, bajo la sombra de un roble marchito, un hombre de cabellos oscuros y mirada incandescente la observaba en silencio. No vestía armadura ni llevaba alas visibles. Pero su presencia lo envolvía todo, como una llama que no quema pero consume.
—No esperaba visitas tan pronto — dijo con una voz suave, casi melancólica.
Azusiel frunció el ceño.
—¿Quién eres?
Él sonrió.
—Muchos nombres me dieron los cielos. Algunos me maldijeron. Otros me olvidaron. Pero tú puedes llamarme… Logan.
Azusiel no respondió de inmediato. Había algo en su voz. Algo conocido, como un eco enterrado en lo más profundo del alma.
—No tienes el aura de un humano —dijo ella.
—Ni tú —respondió él.
La Custodia dio un paso hacia adelante, su mano rozando la empuñadura de su espada.
—¿Eres un demonio?
Logan bajó la mirada, y por un momento pareció… cansado.
—¿Un demonio? —repitió, alzando una ceja mientras esbozaba una sonrisa ladeada—. Qué ofensiva. ¿Así saludan ahora en el cielo?
Azusiel no bajó la guardia.
—No estás respondiendo.
—Y tú eres muy directa —dijo él, alzando las manos en gesto de paz—. Pero está bien. Digamos que… tengo un pasado complicado, ¿sí? ¿Y tú? ¿Siempre interrogas a los desconocidos con esa cara tan seria?
—Estoy cumpliendo una misión — replicó ella.
—Ah, claro… la típica respuesta celestial — suspiró él teatralmente —. Siempre tan ocupados. Tan rectos. Tan aburridos.
Azusiel entrecerró los ojos.
—¿Así que sí eres un demonio?
—¿Y si fuera un poeta maldito? ¿O un alma errante? — dijo él, dando un paso hacia ella con exagerado dramatismo —. Tal vez solo soy un pobre tipo con un gran sentido del humor atrapado en medio de un conflicto eterno entre el bien y el mal. ¡Eso pasa más seguido de lo que crees!
Azusiel no pudo evitar arquear una ceja, confundida.
—¿Eres… un loco?
Logan soltó una carcajada baja.
—Bueno, si estás preguntando a una figura con alas ocultas y espada celestial si está loco, puede que estemos los dos en la misma categoría.
Hubo un breve silencio, cargado de algo que ninguno supo nombrar.
—No te pareces a ningún demonio que hayan nombrado en los libros — dijo Azusiel finalmente.
—Y tú no te pareces a ningún ángel que haya querido entenderme antes — respondió Logan, con una mirada más suave esta vez—. Qué curioso, ¿no?
—No confío en ti — dijo, manteniendo una calma que apenas traicionaba la tensión bajo su voz.
Logan levantó una ceja, como si encontrara la afirmación intrigante, pero no sorprendida.
—Perfecto. Sería muy sospechoso que lo hicieras — dijo él, cruzándose de brazos —. Pero ya que estamos aquí, podrías acompañarme. No muerdo.
Azusiel resopló, entre divertida y exasperada.
—¿A dónde quieres llevarme?
—A ver una luciérnaga atrapada en una botella — respondió él con una sonrisa burlona —. Brilla mucho… pero parece no saber que está encerrada.
Ella lo miró en silencio.
—¿Una metáfora?
—¿Tú qué crees?
Y sin esperar respuesta, Logan empezó a caminar entre los árboles. Azusiel dudó… pero sus pasos terminaron siguiéndolo.