El Ángel Que Desafió Al Cielo

El origen de la caída

"Cuando las estrellas tiemblen y el canto de los cielos se fracture, la oscuridad encerrada romperá las cadenas de lo eterno, el cielo enviará a uno de los suyos para contener aquello que ni las estrellas pudieron soportar. Su caída no será un castigo, sino un sacrificio: el guardián que enfrentará el abismo, cuya llama será la última barrera entre la salvación y el caos eterno. Pero cuidado, pues el que lucha contra monstruos corre el riesgo de convertirse en uno. Y cuando eso suceda el amor por lo divino se convertirá en odio, su luz se apagará, y el mundo conocerá el horror de un ángel caído convertido en sombra."

Había una vez un arcángel…

No uno cualquiera, sino uno lleno de luz, de sabiduría, de fuego.
Su nombre era Luzfel, y lo que alguna vez brilló con el resplandor de las estrellas, ahora se consumía en un odio silencioso, tan profundo como el vacío que lo rodeaba.

Odiaba a su padre.
Lo odiaba con cada fibra quebrada de su alma.
Aunque no recordaba por qué exactamente… algo en su interior, algo envenenado, le susurraba que había sido abandonado.

Pero no siempre fue así.

El primer susurro de maldad se sintió en el Edén. Apenas un rastro, una grieta invisible en la armonía celestial. No ocurrió nada allí… nada evidente. Pero desde entonces, algo empezó a cambiar. Algo invisible, lento, persistente.

Pasado un tiempo, sus superiores le encomendaron una misión. Le dijeron que era simple: investigar una perturbación en el equilibrio, una anomalía que emanaba desde lo más profundo del abismo.
El lugar, envuelto en sombras ancestrales, había permanecido sellado durante incontables eras. Ni siquiera los más antiguos sabían con certeza qué yacía en su interior.

No se les dio explicación alguna, solo órdenes.
Algo oscuro, inestable y poderoso se agitaba en la profundidad… y debían contenerlo.

No hablaron de nombres.
No hablaron del precio.

Así empezó la verdadera caída.
No con una rebelión.
No con orgullo.
Sino con obediencia ciega.

Y en aquel abismo, donde el silencio era más denso que el tiempo mismo, algo los esperó… y los reconoció.
Uno por uno, sus pensamientos fueron corrompidos.
Sus recuerdos, confundidos.
Sus emociones… reescritas.

Luzfel no lo entendía entonces, pero aquel fuego oscuro que ahora ardía en su pecho no era completamente suyo.
Era una herencia.
Una herencia ajena.
Una semilla que germinó en el vacío y floreció en su alma con la forma del odio.

Aunque él creía que todo era culpa de su Padre, la verdad —oculta entre las sombras del abismo— aún dormía.

Su hermano mayor, Mizasel, siempre le había hablado de la pureza, de la luz que era su deber proteger, pero aquí, en el abismo, todo eso parecía un sueño lejano.
La oscuridad le susurraba promesas de poder, de libertad, de venganza contra aquellos que lo habían enviado a esa misión.

Y cuando regresó del abismo… ya no era el mismo.
Su corazón, que antes brillaba con esperanza, estaba ahora marcado por la desesperanza.
El regreso al cielo fue solo una fachada.
Cuando se presentó ante aquellos que lo enviaron, ya no había nada de él que permaneciera fiel al camino que su Padre y sus hermanos esperaban.

Luzfel se rebeló.

No fue una traición al cielo.
No fue una decisión apresurada.
Fue la consecuencia natural de haber sido despojado de todo lo que alguna vez creyó verdadero.

El mal ya no estaba fuera de él; lo había interiorizado, lo había aceptado como parte de su ser.

— ¡Padre, me has abandonado! — rugió, su voz llena de rabia y amargura, mientras las sombras que había absorbido en el abismo comenzaban a consumirlo por completo.

Y con esa revelación, Luzfel se entregó al odio, al vacío que había crecido dentro de él.
Ya no era un arcángel.
Ya no era un ser de luz.

Era un Diablo.
El príncipe de los caídos.
Y en su pecho solo quedaba espacio para el rencor.

La misión había terminado…
Pero la caída acababa de comenzar.




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