El Anillo de Alejandra

Cap. 7 - 18

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Faltaban solo dos días para que Jacinto entrara en la casa. Roberto no había vuelto a tener noticias de él, por lo que dedujo que las instrucciones que le había dado las había asimilado sin mayores problemas. Si en aquellos dos días Luisa le hubiera pedido que llamara a su amigo para suspender la operación, él no habría sabido qué hacer, pues se encontraba envuelto en un mar de dudas. Posiblemente, le hubiera hecho caso, como casi siempre hacía. Pero intuía que Luisa no le pediría tal cosa, aunque la notaba tan nerviosa como lo estaba él. Roberto quería creer que, en el fondo, ella anhelaba hacerse con la joya tanto como él y que prefería seguir adelante.

Los dos estaban asustados, sobre todo ella. Siempre había sido una persona que se había movido dentro de la más estricta legalidad. Ni siquiera probaba las diferentes clases de cacahuetes que vendían en las tiendas de frutos secos, antes de decidirse a comprar una de ellas, como hacían muchos de los que entraban en esos establecimientos. Siempre le había aterrado pensar que algún dependiente pudiera llamarle la atención por ello delante de otras personas. Pero también era una persona ambiciosa. Su origen se encontraba en un humilde y alejado pueblo agrícola de la provincia. Los lujos de la capital le habían deslumbrado ya desde su infancia, cuando, de vez en cuando, llegaba del pueblo con sus padres a la capital para comprar ropa y juguetes en los grandes almacenes. Ahora, una tentación tan fácil como era aquella estaba siendo demasiado para un carácter como el suyo, propenso a la ostentación. El anillo era un cacahuete demasiado sabroso como para no probarlo esta vez.

 Durante aquellos días de tensa espera, se arrepintió varias veces de haber metido en la cabeza de Roberto aquella alocada idea. Lo que empezó siendo una inocente sugerencia se convirtió rápidamente en un ruego y, más tarde, casi llegó a alcanzar el grado de exigencia. Se daba cuenta ahora del error que había cometido presionando a Roberto con aquel asunto. Y también se daba cuenta de que no le conocía todavía lo suficientemente bien, pues no sabía hasta qué punto él daría marcha atrás en un tema tan delicado como ese. A medida que pasaban los días, sentía que el punto de no retorno estaba cada vez más cerca, que echar marcha atrás sería cada vez más difícil.

Roberto estaba más acostumbrado a la buena vida que ella. Su infancia fue fácil, carente de cualquier tipo de privación; su adolescencia había sido la mejor etapa de su vida y solo guardaba de ella recuerdos agradables: siempre con dinero en la cartera y una bonita chica cogida del brazo. Sus alocados años en la universidad, además de para pasarlo bien en compañía de sus amigos, le sirvieron para madurar como persona y ver la vida desde una óptica más realista. Con apenas veinticinco años empezó a ganar su propio dinero.

Entonces apareció Alejandra, unos años mayor que él, pero convertida ya en una bella dama de la alta sociedad. Y también apareció el anillo. Con los años se sucedieron los problemas. El delicado estado de salud de ella les impidió llevar una relación normal, una vida como la de cualquier otro matrimonio. Durante algún tiempo intentaron tener descendencia, pero todo fue en vano. Un informe médico de una clínica de fecundación in vitro les dijo que una incompatibilidad hormonal entre ambos les impedía tener hijos. Eran completamente incompatibles. Roberto le propuso la adopción de un niño, pensó que aquella era la última carta que quedaba para evitar que su matrimonio acabara por hundirse. Pero ella no aceptó: su talante extremadamente conservador le impidió que pudiera criar a un niño que no fuera de su linaje, de su propia sangre, algo que a Roberto le parecía ridículo. Aquello supuso el principio del fin. Su carácter empezó a ser cada vez más irascible y, a medida que se agravaba su dolencia estomacal, resultaba más difícil convivir con ella. Un buen día le pidió que se marchara de su casa, palabras que Roberto estaba deseando que saliera de su boca. A partir de entonces su vida volvió a cambiar. Dio un giro, pero no de forma radical, pues debido a los problemas de salud de ella, la relación entre ambos nunca se cortó del todo.

            La recuperación del anillo significaría para Roberto una ruptura definitiva con su anterior vida. Pero, sobre todo, significaría corregir un error del pasado, sacarse una espina que llevaba clavada desde hacía mucho tiempo. Era el camino para que su vida junto a Luisa fuera pura de verdad, auténtica. Sería bajar el telón de una desafortunada función que nunca debió dar comienzo.

            Apenas salió el tema durante aquellos días. Un pacto tácito de mutuo silencio conducía la relación de la pareja. Roberto pensaba que cuando tuvieran la joya en su poder todo volvería a la normalidad. Luisa iba un poco más allá: pensaba que todo volvería a la normalidad cuando hubieran vendido el anillo al tratante de joyas francés y el dinero estuviera en sus manos, para poder hacer con él lo que les diera la gana.

           

Aquel viernes del largo puente del primero de noviembre amaneció soleado. No hacía demasiado frío, por lo que los rayos del sol resultaban muy agradables. A eso de las cinco de la tarde, cuando acabaron sus respectivos turnos, cogieron el coche grande de Roberto y se fueron al chalet. Llevaban mucho retraso en las tareas que en él tenían pendientes. Intentaban llevar una vida normal; seguir con la rutina era el mejor modo de hacerlo.



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En el texto hay: amor, detectives, novela romantica de misterio

Editado: 12.12.2019

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