YAROMIR
Al entrar en su despacho, el hombre aún no conseguía calmarse. El cuerpo seguía temblando. Si el sistema ABS no hubiera funcionado, realmente habría atropellado a aquella chica. Soltó un suspiro y se pasó los dedos por el cabello, apartando el flequillo. Todavía estaba irritado con esa belleza de nombre tan inusual. No lograba entender su indiferencia ni su falta de cuidado. Jamás se habría perdonado si algo irreparable hubiera sucedido.
«¿Cómo puede alguien ser tan irresponsable? ¿Tenía tanta prisa?» pensó, exhalando con fuerza antes de dirigirse a la cafetera. Necesitaba una taza de café para aplacar los nervios.
En el amplio pasillo, vio a Irina y a la chica. Estaban de espaldas a él. Fedorivna hablaba y la joven la escuchaba con atención.
Su mirada se detuvo en ella. Tenía una figura hermosa y esbelta. Sin duda era una persona interesante, y por lo que podía intuir, con una vida nada sencilla.
Durante el trayecto, deliberadamente no le había dicho que la entrevista sería en su propio establecimiento. Algo le decía que su reacción sería justo la que tuvo. Ahora se sentía incómodo por haber sido tan brusco con ella.
Soltó una breve risa al darse cuenta de que, quizá, por fin se había recuperado de su relación con Evelina. Todavía no entendía su comportamiento. La había complacido en todo, y aun así, un día simplemente llegó y le dijo que se casaba con otro. De eso ya habían pasado dos años, y todavía no lograba superarlo.
Había salido con Evelina durante dos años y medio, incluso pensaba en pedirle matrimonio, cuando una noche ella le anunció que lo suyo había terminado y que se casaría con un antiguo compañero de escuela. Desde entonces, Yaromir temía involucrarse en una relación seria y veía a las mujeres solo como un pasatiempo.
Al principio se volcó en el trabajo, dedicándose a construir un complejo hotelero y de ocio diseñado por él mismo. Cuando se enteró de que el Palacio Potocki estaba en venta, decidió comprarlo a toda costa. Su bisabuela le había contado que la familia de aquellos condes era, por línea de Anna Potocka, antepasada directa de los suyos.
Adquirió una lujosa mansión en el bosque cercano y se mudó allí, dejando su elegante residencia en las afueras de Leópolis. Lo importante era que el palacio quedaba a poca distancia.
Su padre se enfadó. Le suplicaba que recapacitara, recordándole que debía continuar con el negocio familiar: una red hotelera y de entretenimiento en Ucrania y en el extranjero. Le gritaba que no tenía sentido invertir en “esas ruinas llenas de trastos y esqueletos en los sótanos”. Pero Yaromir no se dejó convencer. En apenas seis meses restauró el castillo, devolviéndole su aspecto original y combinándolo con un diseño moderno. Aunque seguía perfeccionándolo hasta hoy.
Incluso pensaba en convertirlo en un hotel, pero antes debía resolver los extraños sucesos que allí ocurrían. Los guardias se quejaban de un fantasma y del sonido de tacones durante la noche. Dos empleados ya habían renunciado. Lo más inquietante era que las cámaras de seguridad no mostraban nada; parecía que durante la noche simplemente dejaban de grabar.
El personal aseguraba que antes de que Yaromir comprara el palacio, la “Dama Blanca” solo se había aparecido dos veces. Ahora, decían, se manifestaba cada noche. Por la mañana, los trabajadores encontraban los objetos movidos de lugar, y cada noche desaparecía el retrato de Stanisław Szczęsny Potocki de la pared. Lo colgaban de nuevo durante el día, pero al amanecer volvía a estar guardado en el almacén.
Después de la muerte del arqueólogo, uno de los vigilantes afirmó haber oído pasos masculinos marciales en los pasillos, seguidos más tarde por el sonido de tacones.
Yaromir no creía del todo en esas historias, aunque tampoco podía refutarlas.
Parpadeó, suspiró y, tras seguir con la mirada a la encargada y a la joven, se preparó su café y regresó al despacho.
Degustaba el aroma mientras en su mente no dejaban de aparecer unos ojos verde avellana. Aquella chica lo había intrigado.
Se sentó frente al escritorio, dejó la taza sobre la mesa y tomó la lupa para examinar el pergamino que tenía ante sí: un manuscrito escrito en papiro, algo muy poco común en la época, cuando ya se prefería el pergamino.
Era lengua eslava antigua. Yaromir no entendía casi nada. Reconoció algunas palabras, pero no lograba captar su significado. Por eso esperaba al experto de la capital al día siguiente; el documento era demasiado frágil como para trasladarlo.
Dejó la lupa a un lado. No tenía sentido seguir torturándose; ya faltaba poco para el día siguiente. Tomó un sorbo de café y se recostó con cuidado en el sillón. De nuevo esos ojos hermosos lo asaltaron en la memoria. Cuando salió del coche, pensó que iba a gritarle a aquella chica, pero al quitarle las gafas se quedó paralizado, hechizado por su belleza.
Se obligó a apartar esos pensamientos y concentrarse en el trabajo: debía ayudar a su padre con los informes electrónicos.
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fantasia urbana, aventuras en el palacio, leyendas de los potocki
Editado: 15.10.2025