El anillo maldito de Gertruda

Episodio 14

Yaromir

Posó suavemente la mano en la espalda de Kilina, guiándola hacia la salida. Cuando llegaron a las puertas, la joven apartó la mano de su espalda.

—¡Irina Fedorivna! ¿Quién de ustedes recibirá a la delegación? —preguntó con voz ronca.

—Lo haremos entre Kilina y yo —respondió la mujer con una sonrisa. Luego miró a la joven y añadió—: Nuestra muchacha lo hace muy bien. Algo me dice que la visita de la delegación de hoy será un éxito gracias a ella. —Tomó aire y agregó con entusiasmo—: Para ser sincera, en sus visitas guiadas yo misma escucho la historia del palacio como si fuera la primera vez.

—¡Irina Fedorivna! —protestó la joven, ruborizándose—. Está exagerando muchísimo.

La modestia de aquella belleza lo dejaba sin palabras.

—Kilina Igorivna, no minimice sus méritos. Es cierto lo que dice Irina —afirmó Yaromir, cediéndoles el paso a las mujeres. Estaba increíblemente nervioso, aunque no sabía si más por la llegada de la delegación o por tener tan cerca a esa hermosa mujer.

—Kilina, relájate —le ordenó Irina—. Hazlo igual que los otros días, sin pensar en nada más.

—Gracias, Irina Fedorivna. Lo intentaré —susurró la chica con voz baja.

Yaromir se puso a su altura. Bajaron juntos las escaleras. Junto a Irina saludaron a los invitados, y la mujer presentó a Kilina, explicando que sería ella quien los introduciría en la historia del palacio.

Invitaron a la delegación a entrar. Ya en la escalera, Kilina comenzó a contar la historia del castillo. Yaromir notó lo nerviosa que estaba, pero también lo perfectamente que dominaba el polaco. Se apartaba del texto preparado, dotando la narración de romanticismo y emoción. Lo contaba de un modo tan vívido que uno sentía que viajaba trescientos años atrás. Era del lugar, y eso se notaba: transmitía la magia y el misterio de los hechos como si los hubiera presenciado con sus propios ojos. Cuando hablaba, en los salones reinaba un silencio absoluto; las escenas parecían cobrar vida ante los oyentes.

Yaromir no podía apartar los ojos de ella. En ese momento entendió que era el tesoro más valioso del palacio. No importaba lo que ocurriera, no pensaba dejarla marchar. «Irina tiene razón —pensó—, con la llegada de esta muchacha, el palacio ha vuelto a respirar».

Más de dos horas duró la fascinante visita guiada de Kilina para la delegación extranjera. Horal estaba hechizado por su talento para hablar en público y por la calidez de su voz. Los invitados insistieron en tener una reunión privada con el propietario del palacio.

Yaromir no estaba muy entusiasmado, pero no podía negarse. Llevó consigo a Irina Fedorivna y juntos se dirigieron al restaurante más cercano.

La reunión se alargó. Dos de los hombres insistían en comprar el palacio, ofreciéndole una suma exorbitante.

Yaromir se negó rotundamente. Primero, porque le había costado mucho conseguir esa propiedad entre tantos interesados: al fin y al cabo, era un patrimonio histórico nacional, y no faltaban compradores. Además, había firmado un acuerdo en el que se establecía que el palacio debía permanecer abierto al público como centro turístico, preservando su valor histórico y su importancia para la ciudad. No olvidaba que Felix Kazimierz Potocki, primer propietario del palacio, había fundado la ciudad a finales del siglo XVII, dándole el nombre de su esposa, Krystyna Lubomirska: Krystynopil.

Segundo, porque ahora Yaromir tenía una misión importante: encontrar el anillo de Gertruda y devolverlo a su lugar.

Y tercero, porque aquel palacio se había convertido en una parte esencial de su vida. Ni por los mayores tesoros del mundo lo vendería jamás.

Los invitados se sintieron decepcionados, pero no perdieron el ánimo. Propusieron organizar tours regulares desde Polonia a Ucrania, recordando que Felix Kazimierz Potocki había sido noble polaco, y que la juventud de su país debía conocer sus raíces y su historia.

Horal prometió considerar la propuesta, ya que las obras de restauración en los subterráneos del palacio aún continuaban. Cuando terminaran, aseguró que contactaría con el jefe de la delegación.

Los visitantes pidieron hacer un recorrido por la ciudad y expresaron su deseo de visitar el palacio de los Urbanski-Potocki en el pueblo de Tartakiv. Yaromir no podía permitirse pasar el día entero fuera, así que envió a Irina con ellos, mientras él regresaba al palacio.




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