El anillo maldito de Gertruda

Episodio 30

Yaromir se tensó por completo, hasta las sienes se le marcaron en el rostro. El recuerdo de su madre le desgarraba el corazón: ya hacía diez años que no estaba, y el alma seguía doliendo por ella.

—De acuerdo, hijo. Perdóname por la brusquedad, yo sé que tú sabes lo que haces. Pero cuida a esa chica, sé paciente, constante, astuto, y recuerda que a las mujeres les gustan las sorpresas. Y, sobre todo, es importante que en la vida ambos miren hacia el mismo rumbo, porque si no, será difícil estar en pareja. —Hizo una pausa y añadió—. Y ahora, perdona, tengo que irme. Te abrazo y te espero de visita.

—Papá, no prometo nada, pero intentaré llegar. —Respondió Yaromir sin mucha convicción.

—Cuídate, hijo.

Se despidieron. En la línea se escucharon los tonos cortos. Dejó el teléfono sobre la mesa. Todo su pensamiento se llenó de Kilina. Sus miradas directas, su carácter agudo, su fragilidad y esa energía viva que tenía… lo atraían cada vez más, minuto a minuto. Y aun así, ella no le daba ni una sola oportunidad.

Se levantó de golpe y salió del despacho: la chica ya debía estar en su puesto. Tenían que hablar. Y le daba igual que todos ya estuviesen trabajando. Llegó hasta la sala del personal. Golpeó la puerta, pero no pudo entrar. Desde dentro escuchó la voz de Nely pidiéndole que esperara.

Pasaron, quizá, más de cinco minutos hasta que Nely finalmente le abrió. Al entrar, se encontró con la mirada de Kilina, que en ese momento se estaba poniendo unas botitas de encaje.

—Nely, sal por favor. —Ordenó con voz tensa, quedándose en medio de la sala. Miraba abiertamente a Kilina, ya completamente vestida con el uniforme, de pie, confundida, con la mirada baja.

Cuando la puerta se cerró detrás de Nely, se acercó a la chica y se detuvo muy cerca de ella. Por más que intentó hablar con calma, la voz le salió rota.

—¿De verdad era tan difícil esperarme?

—No quiero que nos vean juntos, y además…

Él resopló y dio un paso, quedando a milímetros de ella, y preguntó irónicamente:

—¿Crees que Nely va a guardar silencio? En unos minutos todos en el palacio sabrán que vine a hablar contigo, hasta los fantasmas estarán enterados.

Ella levantó hacia él una mirada perdida.

—Muy gracioso —respondió seca—. Ya le pedí que no nos crucemos. Para mi trabajo no es necesario verte; para eso está Irina Fiódorovna.

Su altivez lo irritaba. Entendía que actuaba así porque él había aceptado sus condiciones, pero no pensaba tolerarlo.

—Escucha, muñequita… ¿no crees que te estás tomando demasiadas libertades? ¿O ya olvidaste que soy yo tu empleador directo?

—No me dejas olvidarlo —soltó con desafío.

Él le tomó suavemente el mentón, inclinándose hacia sus ojos grandes y asustados.

—Deja de decirme lo que tengo que hacer —susurró con rabia—. Me cruzaré contigo tanto como me dé la gana. ¿Entendido? Y no vas a irte de aquí, porque tus excursiones están asignadas dos semanas por adelantado. —Hablaba y sentía cómo las emociones lo dominaban. Solo con ella sentía tanto. Apenas logró contenerse para no abrazarla y sentirla entre sus brazos.

Sus ojos verde-avellana, llenos de ira, lo miraron con desafío. Y de sus labios llenos escapó un siseo:

—¿Cree que puede hacer lo que quiera? —Tragó saliva y continuó—. Jamás le perdonaré las acusaciones de ayer ni que se haya metido en mi vida y haya tomado lo que me pertenece por derecho.

—Te dije que te lo devolveré. Solo que no ahora —respondió él con impaciencia. Su terquedad lo sacaba de sí.

—Eso dicen todos, lo que significa “nunca”. Usted se apropió descaradamente de algo ajeno. Lo necesita, no lo niegue; lo sé. Yo no me arruino por eso, al fin y al cabo es solo un objeto, uno que ni siquiera puedo vender porque está conjugado con magia. Solo podía heredarse… podía. —En su voz se notaba la ofensa. Parpadeó y añadió con descaro—. Y no me amenace. Ya le dije todo ayer, y usted no tiene derecho a obligarme.

—¿Lo dudas? —rugió furioso.

—Le creo. —Dijo seca Kilina. Él vio que estaba a punto de llorar, pero se mantenía firme. Levantó la barbilla con orgullo y ordenó—: Y ahora salga. Tengo que concentrarme en mi trabajo, aunque después de su visita… es difícil pensar en algo positivo.




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