Antes de la guerra había cinco Consejos Continentales. Cada uno formado por un Sabio, un Secretario y un Erudito de cada región (que, generalmente, coincidían con cada país). Todos estaban regidos por el Alto Consejo, que regulaba las actividades de cada uno y velaba por que se cumplieran las reglas sagradas. Fuera de esto, cada uno era independiente.
A fines de Julio, cada Consejo hacía su sorteo de locación del aquelarre para el Lughnasadh. Las reuniones se celebraban en alguna región perteneciente al continente y su ubicación era tan secreta como aleatoria para desmotivar cualquier intento de ataque. Después de todo, era uno de los pocos momentos del año en que los brujos más poderosos del mundo estaban reunidos en un mismo lugar.
Ese verano de 1939, la locación había sido Londres. Sin duda, la menos preferida por la mayoría de los hechiceros. En especial por los de Europa del Este que alegaban que por el tiempo y la distancia, sólo podían llegar viajando por la Umbra, lo que se había vuelto peligroso tras la Gran Guerra.
-Ya nadie respeta las tradiciones –decía molesto Sir Patrick Lyon, Secretario británico, mientras miraba su reloj de bolsillo.- Si los rumanos no llegan antes de medianoche deberíamos comenzar sin ellos.
-Claramente –afirmaba enérgicamente el obsecuente Erudito mientras miraba de soslayo la tumultuosa sala que se iba llenando lentamente.
El gran salón estaba conectado con una antesala por una gran puerta de roble, pero ambos estaban completamente aislados. La única manera de llegar era a través de un gran espejo que había en uno de los extremos de la antesala o por los laberinticos ductos de ventilación encantados convertido en una cucaracha.
-El barón dice que no sabe por qué seguimos permitiendo que esos comunistas nos retrasen –interrumpió el Erudito alemán.
Sir Patrick le dedicó una mirada de disgusto al Freiherr von Glauer y un vistazo indiscreto a su anillo con una esvástica circular, símbolo de la Sociedad Thule a la que orgullosamente pertenecía.
-Dígale que comenzaremos de inmediato. Sin duda hay muchas cosas de que hablar, como por ejemplo, del partido que representan.
No fue necesaria traducción. El Secretario alemán hablaba muy bien inglés aunque prefería no hacerlo, lo consideraba un acto de bajeza. Ante el comentario ofensivo dio una media vuelta ostentosa y se retiró rápidamente hacía el otro lado de la habitación.
En ese momento, se escuchó un estruendo proveniente de la antesala y todos desviaron la mirada hacía la gran puerta. Sin duda se trataba de los invitados demorados y por fin podrían iniciar la reunión.
La puerta se abrió pero en lugar de ingresar el comité rumano, entró un hombre alto, de unos dos metros, con barba y cabellos extensos y negros como la noche, de mirada recia y rostro inescrutable. El Erudito británico creyó reconocerlo como un agente del Servicio de Inteligencia Mágico pero no dijo nada, después de todo, la identidad de los agentes era secreta.
-Buenas noches caballeros –dijo el hombre misterioso ante la desconcertada mirada de los presentes- Mi nombre es Malleus.