La mañana siguiente me reuní con mis clientes y les pedí que permitieran al casero estar presente. No les gustó mucho la idea, pero les adelanté que había resuelto el enigma y que su presencia era indispensable.
La señora Ponzoti se apuró a mi encuentro en la puerta a la hora convenida.
-Inspector, ¿llegó hace mucho? No lo escuché llegar –dijo sorprendida al verme de pie junto a mi auto terminando de fumar un cigarrillo.
-Hace un rato, ¿están los caballeros reunidos?
-Sí, sí. Lo estamos esperando en la sala.
La seguí mientras nos adentrábamos en el caserón hasta el salón, donde el dueño de casa y su criado esperaban pacientes. Uno de pie y el otro sentado en el sillón.
-Caballeros, seré breve –dije mientras me acomodaba frente a ellos- Encontré su anillo.
La primera expresión del matrimonio fue de incordio, por mencionar un tema tan sensible frente al personal de la estancia, pero rápidamente fue seguida por una relajada satisfacción de un problema resuelto.
-¿Dónde está? –preguntó el señor Ponzoti.
-Aquí mismo –dije sacando el anillo del bolsillo de mi sobretodo.
La reliquia consistía en un anillo de plata con un pentáculo grabado en la parte superior. Al verlo, el anfitrión se puso en pie de un salto y me lo arrebató de la mano con alegría y alivió en los ojos.
-¿Dónde lo encontró? –me preguntó mientras se lo acomodaba en el anular derecho.
-Antes de decirle eso, me gustaría contarles lo que hice las últimas horas.
La señora Ponzoti se acomodó en el sillón al igual que su esposo. El casero me miraba desconcertado, como si no entendiera que papel jugaba en esta conversación.
-Anoche visité un lugar de mala fama conocido como “el conejo de la galera” –el señor Ponzoti se sonrojó y su esposa se incomodó notablemente- Seguramente no lo conozcan porque es un lugar de gente de baja fibra moral.
Ambos me miraron sorprendidos y agradecidos. Entendieron que mi discreción excedía el caso para el que me habían contratado y cubría, incluso, los descubrimientos más sórdidos.
-Creo que lo he escuchado mencionar entre la peonada –acotó Ponzoti, lo que devolvió la incomodidad de su esposa que hubiera preferido que se quedara callado.
-Ahí me enteré que su casero, don Alonso, tenía una hija.
Todos desviamos la mirada hacía el hombre.
-¿Qué tiene que ver mi Camila en todo esto? –preguntó el hombre sorprendido.
-¿Cuánto hace que falleció? –pregunté sabiendo la respuesta.
-Un mes. Estaba viajando a la ciudad y tuvo un accidente.
Volví la vista hacía los Ponzoti y mi mirada de reproche tuvo su efecto sobre ambos.
-¿Qué quería que hiciéramos? –me preguntó por fin abochornada la señora.
-La verdad era algo muy humillante y doloroso. –completó Ponzoti.
-¿Qué verdad? ¿De qué están hablando? –preguntaba el hombre confundido.
-Verá. Anoche, después de enterarme de esto, me metí en la salita del pueblo. Un pequeño delito, pero no se preocupen, borré bien mis huellas. Encontré la ficha de la joven Camila Alonso. Tal vez compraron la discreción del doctor, pero él no pudo evitar llevar un control escrito del progreso del embarazo.
-¿Qué embarazo? –el casero estaba consternado. Nada de lo que le estaba diciendo tenía algún sentido.
-¡Mama! –gritó la señora Ponzoti- Metti la pentola sul fuoco.
-Su hija –continué como si no hubiera escuchado a ninguno de los dos- era la amante del señor Ponzoti. Un mes atrás Camila lo enfrentó diciéndole que estaba embarazada de un hijo suyo. Probablemente quisieron matarla, pero la idea de tener un hijo les resultó una oportunidad, siendo que la señora ya no puede embarazarse. ¿Estoy cerca?
-No podía matar a mi propio hijo –dijo angustiado el dueño de casa.
-Hicimos lo que creímos que era mejor para ella. –completó la señora con un dejo de soberbia.
-La encerraron durante todo un mes. La obligaron escribirle una carta para su padre diciendo que se iba a la capital y después le dijeron a él que había fallecido en un accidente. Por eso Alonso tenía prohibido entrar. Tenían miedo que se la cruzara. Al principio funcionó, pero la relación entre los tres se puso tensa. ¿Qué pasó? ¿Ella realmente se suicidó o ustedes la mataron?
-Nunca hubiéramos creído que ella podría… -dijo la señora tragando saliva.
-Alonso vio el cadáver y supo que le habían mentido. Quiso vengarse y se robó el anillo, pero le borraron la memoria y se olvidó de su pequeño trofeo. Probablemente no entienda para que sirve, pero habrá pensado que podía usarlo para hacer magia.
El casero estaba enrojecido de ira. No daba crédito a lo que oía.
-Otra cosa que me enteré anoche es que tiene un pequeño alijo bajo una madera floja en su cabaña. Debería ser más discreto con las prostitutas. Hoy llegué media hora antes a sabiendas que ustedes estarían preparando la estancia para mi llegada y me metí en su casa. Le pediría disculpas, pero dudo que recuerde esta conversación.