El Aprendiz

Muerte

Esta sala era anormal, estaba completamente oscura, apenas podía ver mis manos. Las paredes húmedas reflejaban un abandono notable, deteriorado por el paso del tiempo, con escombros, un denso musgo que cubría las paredes, y telas de araña por todas partes.

Recorrí la habitación siguiendo los estantes de libros, casi vacíos, a ambos lados formando un improvisado pasillo. No encontré nada más que huesos grandes —¿Humanos?—. Esparcidos por toda la sala. Lo cual, ciertamente, me perturbó.

Al fondo, iluminado por la débil luz de antorchas, se hallaba un sarcófago de piedra, tenía sobre el extraños símbolos tallados. Me acerqué. Su pesada tapa se encontraba entreabierta y dentro se alcanzaba a ver a alguien. ¿Muerto? No, se lo veía bien, aunque su piel era extrañamente blanca, más bien parecía dormir.

—¿Hola? —dije con cierta incomodidad por hacer barullo.

No reaccionó. Desvié la mirada de su rostro y noté que sostenía con fuerza un libro entre sus manos, estaba desgastado, antiguo, de tapa dura y hojas amarillentas.

Siempre me había considerado un fanático de las reliquias antiguas, me provocaban una gran satisfacción. Solía coleccionarlas como pasatiempo.

En mi habitación tenía una gran colección de este tipo de objetos: entre ellos se hallaban monedas, disquetes, tocadiscos, radios, libros, entre otras cosas. Me fascinaban.

Mi madre, sumida en su arrogancia, las consideraba basura. —No tienen ninguna utilidad —decía ella. A mí, sin embargo, me encantaba ver todos esos maravillosos objetos ahí, acumulándose, las veía como una peculiar manera de mantener contacto con mis antepasados, un método para revivir tiempos aledaños y pulir su esencia aún en nuestros días.

Impulsado por la curiosidad, decidí tomar el libro para analizarlo mejor. Pero, en el momento en que mis dedos rozaron el libro, el hombre del sarcófago sujetó mi mano.

—Ni lo intentes —dijo con una voz que me causó escalofríos y con la fría mirada fijada en la mía.

Sentí un sudor frío descender por mi espalda y mi rostro palideció.

Se sentó.

—¿Quién eres? —indagó sin dejar de observarme.

—So…soy Martin —tartamudee.

—¡Ah! Debiste haberlo dicho antes —su tono cambió de repente— Bienvenido Martin.

»¿No te enseñaron a tocar la puerta antes de entrar? —cuestionó mientras se ponía de pie frente a mí.

—Si, lo siento señor —seguía asustado.

—Oh, qué modales los míos, déjame presentarme, soy Mothreum, maestro de la muerte.

—Es justo lo que supuse, maestro.

»Así que es usted el de las malas bromas —agregué.

—Es probable —respondió con ironía.

—Bien siéntate allí —señaló una silla que, puedo asegurarlo, no estaba allí cuando ingresé.

Obedecí, él tomó también una silla, la colocó al revés y se sentó frente a mí, reposando sus brazos en el respaldo de la misma.

—Señor disculpe, ¿Por qué este lugar está tan deteriorado, a diferencia de las demás salas? —recorrí con la vista nuevamente el lugar.

—Me ofendes Martin, es la decoración que preparé. Me gusta, ¿es buena, no? —Señaló.

—Si… supongo, señor. Un tanto macabra para mi gusto.

—Me alegra oírlo, me tomó mucho trabajo —añadió.

—Pero, ¿Era realmente necesario lo de los huesos humanos? Parecen muy reales.

—¿Los huesos? ¡Ah! No, Martin. No forman parte de la decoración, son representaciones de las almas de aprendices que no lograron terminar el recorrido.

Un aire frío me recorrió todo el cuerpo ante tal respuesta. Fue impactante pero, a su vez, el impulso de querer saber más guiaba mis palabras.

—¿Quiere decir que no fui el único en pasar por estas salas? —cuestioné con notable sorpresa.

—Claro que no Martin, el aprendizaje no es para uno solo, es para todos. Muchas personas han recorrido estas salas en busca de respuestas a sus incógnitas. Hay quienes, incluso después de tiempo, deciden volver, porque nuevamente perdieron su rumbo en la vida.

—Entonces, ¿Puedo decidir cuándo volver? —indagué.

—Claro pero, solamente, si de verdad sientes que necesitas hacerlo. Incluso, puedes decidir también cuándo marcharte —añadió Mothreum.

—¿Podría irme en este exacto momento? —dudé.

—Claro, puedo hacer que vuelvas a tu realidad, en el hospital. Sin embargo, si lo hago, tienes que entregarme la esencia de tu alma.

»¿Ves esos esqueletos que mencionaste? Son aprendices que decidieron irse. Parte de sus almas permanecen aquí.

»Ellos vuelven a sus vidas, pero sin recordar nada de su recorrido a través del Gyän.

»Todo conocimiento se pierde si se decide abandonarlo antes de tiempo. Ellos no son felices ni saben qué rumbo tomar, simplemente están ahí, muertos en vida.

—¿Por qué me cuenta esto Maestro? —indagué ciertamente afligido.

—Porque no quiero que cometas el mismo error Martin. ¿Crees que disfruto viéndolos sufrir? Claro que no. Sin embargo ya no puedo hacer nada por ellos, fueron necios en su elección.

»Muchas personas lo son, creen tener las respuestas pero no pueden dejar de formular nuevas preguntas. Se ven envueltos en un espiral de martirio que los envuelve en agonía.

»No me malinterpretes, al final, la decisión es tuya. Simplemente, estoy agotado de la necedad humana.

»Acompáñame, Martin —ordenó con indiferencia.

Se puso de pie y caminó hacia la pared del fondo. Apenas la tocó, los bloques de piedra comenzaron a desplazarse, dando paso a un oscuro y húmedo pasadizo.

—Ahora, prosigamos con el motivo de tu presencia —añadió, sin mirarme, haciendo un leve gesto para que lo siguiera.

El lugar era tan silencioso que lo único que se oía eran mis pasos al entrar. Mothreum ingresó detrás de mí, aunque podía jurar que sus pisadas no hacían ruido, como si flotara.

Un leve destello de luz indicaba nuestro camino desde el suelo. Mientras avanzamos, Mothreum retomó la conversación.

—Dime Martin, ¿Qué comprendes por muerte? —indagó.



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En el texto hay: vida, aprendizaje, suicidio

Editado: 17.05.2025

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