El Aprendiz

El mar de los recuerdos

Nuevamente, me detuve a observar los detalles de aquella puerta, ya no era el mismo diseño, esta era de mármol y tenía un extraño dibujo con tinta negra en el centro. Lo observé más de cerca, se trataba de una flor, una que jamás había visto, con hojas alargadas y cientos de pétalos, pero, entre ellos, había algunos faltantes, como si hubiesen sido arrancados.

—¿Qué significaría? —me pregunté.

Finalmente crucé y la cerré a mis espaldas. Para mi asombro, me hallé inmerso en una oscuridad plena, tan densa que apenas permitía ver mis manos. Un escalofrío recorrió cada rincón de mi cuerpo, quizás, por el impacto de estar en dos paisajes completamente opuestos y casi simultáneamente.

Una antorcha, cercana a mí, se encendió de repente, iluminando mis alrededores. Luego, unos metros más adelante, se encendió otra. Después una más, y así hasta formar un largo camino iluminado.

Caminé en siguiendo las tenues luces. Al llegar al final, me encontré de pie sobre una superficie de madera, rodeada de un extraño líquido, similar al agua, pero más espesa.

Me acerqué a ella y reflejé mi imagen. Fue entonces que ocurrió algo extraño, mi reflejo empezó deformarse con el leve movimiento del oleaje y, en lugar de mi rostro, apareció el de un niño, poseía en su mejilla la misma cicatriz que yo.

El niño sonreía mientras acomodaba la corbata que envolvía el cuello de su camisa. Luego, otra figura apareció a sus espaldas y fue acercándose lentamente, era una mujer que, al llegar detrás de él, acarició con delicadeza sus cabellos.

Intentaba ver el rostro de la mujer cuando el movimiento brusco de las aguas deformó su imagen, rompiendo así con el reflejo. Entonces, vi como un bote se acercaba lentamente hacia mi, sobre el iba una persona, remando con delicadeza a la luz del farol que se encontraba a sus espaldas.

Aguardé unos segundos hasta que el bote se detuvo a orillas de la superficie de madera.

—Hola, Martin —saludó el sujeto—. ¿Listo para dar un paseo? —dijo, invitándome a subir en un tono amigable.

—¿Quién eres? —indagué al subirme al bote, y tras notar que este no compartía la misma imagen que los demás maestros. Era tan joven como yo, quizás incluso más. Vestía un traje de gala moderno, completamente fuera de lugar en aquel entorno.

Su presencia desentonaba con la estética del Gyän, y, sin embargo, no se sentía incómoda. Más bien, irradiaba una elegancia serena, que contrataba con todo el ambiente del Gyän.

Me senté.

—Me llamo Gazael, soy un navegante del tiempo —indicó.

—¿Qué es este lugar, Gazael? —cuestioné.

—Es el mar de los recuerdos —respondió cortésmente.

—Y, ¿Hacia dónde vamos?

—¿No te parece que haces demasiadas preguntas? —señaló bromeando—. Se que no es tu naturaleza, Pero te pediré un poco de paciencia, tendrás que aguardar y observar —su tono no dejaba de ser amistoso y cortés.

—Está bien, lo lamento —me disculpé avergonzado.

—No te disculpes, es natural errar, pero la habilidad de evitar que el error se repita es lo que nos define como personas —tranquilizó—. Estamos aquí para navegar en tus recuerdos, recorrer tu pasado, presente y futuro. Analizar tu vida, tus acciones y sus consecuencias —explicó, mientras mecía levemente el remo de madera.

—Entiendo —respondí admirando la densa negrura a nuestro alrededor—. Disculpa, Gazael, ¿Qué significaba el reflejo que vi en el agua? —cuestioné recordando lo visto al principio.

—Era un recuerdo, Martin. El niño que viste, eras tú —su mirada continuaba siempre al frente.

—Entiendo —expresé pensativo.

La conversación fue retomada por Gazael, cuando ya nos habíamos distanciado varios metros de aquel muelle.

—Bien Martin, empezaremos navegando en tu pasado. En tu infancia, para ser más específicos —comentó mientras señalaba a la oscuridad que había delante.

De pronto, una luz iluminó el lugar y, como si se tratase de una proyección en el aire, surgió una imagen. Al parecer, un recuerdo.

En el aparecía yo de niño. En ese momento, estaba junto a mi familia celebrando mi sexto cumpleaños. Lo recordaba a la perfección: era una fiesta sencilla, pero alegre. Junto a mí, estaban mi hermana, mi madre, mi padre y algunos amigos de la niñez.

Mamá servía las mesas con ayuda de Sara y papá se hallaba con unos amigos suyos que también asistieron a la fiesta.

Lo observé un momento: un sujeto regordete, con barba rasa y desigual, cabello corto y una sonrisa exagerada. Nunca había sido un buen padre, cuando no trabajaba se la pasaba en el bar de la esquina, cerca de casa, o con sus amigos, váyase a saber dónde.

Muchas veces llegaba alcoholizado, discutía con mamá e incluso, a veces, la golpeaba. También nos golpeaba a Sara y a mí, no tan frecuentemente, pero cuando lo hacía, cada paliza era memorable.

Aún así, nunca nos faltó alimento y un techo gracias a él, fue lo único favorable que aportó a nuestras vidas.

Después de que mamá cortara el pastel, él se acercó a mí y me proporcionó un fuerte abrazo, se soltó y volvió con sus amigos. Noté la expresión plasmada en mi rostro cuando me hallaba en sus brazos, estaba disgustado. No lo sabía entonces, pero, aparentemente nunca sentí verdadero afecto por él. Mi rostro denotaba desprecio hacia su persona e incluso lástima.

Seguido de esto mamá también me abrazó.

—Te amo, Martin. Feliz cumpleaños —susurró a mi oído, mientras acariciaba con delicadeza mi espalda. Estaba sonriendo, tras soltarme, volteó a ver a papá y noté que su sonrisa desapareció de inmediato. Su expresión, en cambio, se volvió angustiosa.

Se puso de pie, acarició mis cabellos y se despidió con una sonrisa, antes de ir hacia la cocina. Alcancé a ver cómo papá, ya tambaleante debido al alcohol, la siguió.

Seguí jugando con mis amigos, como era pequeño, realmente no entendía lo que estaba ocurriendo. Eso, y tantos otros hechos, comprendí recién con la llegada de la madurez. Era un niño, solo seguí jugando, divirtiéndome.



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En el texto hay: vida, aprendizaje, suicidio

Editado: 17.05.2025

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