El Aprendiz

Sombras del ayer

Ha pasado un año ya desde mi partida, descubrí que, cuando se le apetece, el tiempo avanza más rápido de lo habitual. Como pasa el tiempo… con delicadeza, robándose momentos, recuerdos y nuestra vida misma. Dejando un paisaje devastador por donde pasa y quedando solamente migajas de lo que alguna vez fue una realidad.

La vida es como un círculo girando a su alrededor, tan amado como odiado, tan cruel como justo. Un ser superior que puede otorgarte muchas cosas, pero también, puede quitártelas. Oh, mi amado tiempo, ten compasión de mí —escribí en mi cuaderno.

Martin… mi querido Martin. Aún vives en mi memoria, apareces de repente e inhibes el espacio de otros pensamientos. Lucho diariamente contra tu recuerdo, pero acabo rendida siempre. Lloro, casi siempre por las noches, porque es ahí cuando tu ausencia toma mayor fuerza.

A veces desearía no haberme ido jamás, pero pienso que fue mejor así. Porque, a veces, duele más insistir que desistir.

Suelo hablar al viento, esperando que éste lleve mis palabras hasta donde estés. ¿Te extraño? Cómo nunca antes, pero no puedo hacer nada para cambiarlo, ya no.

Desde que partí, no he sabido nada de ti. Me pregunto, ¿cómo estarás? ¿Cómo estará tu familia? Y si, ¿aún vives en el que alguna vez fue nuestro hogar?

Silencio… no hay más que eso, el viento calla. No proporciona respuestas, se niega rotundamente a hacerlo. Avanza a pasos devastadores, llevándose con cada uno lo mejor de mí.

No he vuelto a la cuidad en todo este tiempo, hace ya un año que vivo lejos de ella. Pensé que no podría olvidarte si siguiese ahí, pensé que para avanzar me debía alejar lo mayor posible. Una tía y su hogar en las afueras de la ciudad resolvieron el problema en cuanto a mi estadía, pero el olvido se negó a acercarse y me convirtió en un mártir de la nostalgia, una reclusa de la agonía y una sirviente leal de la tristeza.

Ayer hablé con Analía, dice que no ha sabido nada de ti, que intentará averiguar algo. Le dije que no lo haga, porque eso solo aumentaría mis ganas de volver a buscarte. No es que no quiera, simplemente no puedo. Deseo con todo mi alma hacerlo, pero no tengo el valor.

Se podría incluso decir que me domina el miedo; suena absurdo, lo sé, pero ni siquiera yo misma logro controlar mis sentimientos, se vuelven cada vez más confusos, más difusos, más inocuos.

Seguiré esperando, aunque sin saber realmente que es lo que espero. Quizás, el momento en que desaparezcan tus recuerdos o en el que mi mente se apague por completo.

***

Realmente, durante mucho tiempo había tratado de entender la razón de tus acciones.

—Era culpa de la presión —pensaba —. Todo estará bien —solía decirte.

Entendía tus razones, pero sentía que no merecía ser tratada de tal manera. Yo también estaba teniendo problemas y lo sabías.

Con el tiempo, empecé a ver las cosas de manera diferente. Ya no te reconocía, ya no eras esa persona de la cual me había enamorado. Habías sucumbido ante el estrés y empezado a descargar esa frustración conmigo.

Pero hubo un momento, en que supe que debía parar.

Unas semanas antes, había tenido una conversación muy importante con Laura. Hablamos del accidente, de nuestros temores, descargamos esa frustración que llevaba años acumulándose. Reímos, lloramos, nos fundimos en un abrazo, tal como una madre e hija que nunca debieron distanciarse. Finalmente, nos perdonamos.

Estaba muy feliz por ello y necesitaba contártelo. Pero lo único que recibí de tu parte, fue una vaga atención a mis palabras, seguidas de las interminables quejas sobre los problemas que te afligían.

Entendí, entonces, que la angustia te había segado por completo. No tratabas de solucionar tus problemas, te aferrabas a ellos como excusa.

Acepté que, en muchas ocasiones, tampoco fui demasiado atenta. No te culpaba realmente. No se trataba de señalar culpables, sino de encontrar respuestas.

En un principio, Laura no estaba de acuerdo. Ella señalaba que, así como pudimos arreglar nuestras diferencias, también podría hacerlo contigo. Pero yo ya estaba convencida y, como tú más que nadie sabría, cuando se me metía algo a la cabeza era imposible cambiarme de parecer.

El día finalmente llegó. Al amanecer, empaqué mis cosas y marché, no sin antes darte un último beso en la mejilla, cuidadosa para no despertarte.

Afuera, un taxi me esperaba. Entré sin atreverme a dar otro vistazo hacia la casa. Temía caer ante mi propio arrepentimiento.

Así, lo que inició como un sueño, finalizaba como un recuerdo amargo. Una prueba viviente de que todo tiene un final.

Los días posteriores fueron una tortura. Despertar cada mañana buscando el calor de tu cuerpo y solo encontrarme una cama vacía. El pasar largas horas encerrada en la habitación, porque afuera, todo me recordaba a ti.

No podía continuar así. Era momento de dejarte ir y empezar a reorganizar mi vida.

***

Un año más y la historia se repetía, el ciclo se reiniciaba y el final parecía estar aún lejos de asomarse en el horizonte.

Han pasado dos años ya desde mi partida, cargados de nostalgia y agonía. Te sigo recordando como siempre lo había hecho, aunque tus apariciones en mi memoria ya no me hacían sufrir, no como antes. ¿Estaré olvidándote? No lo sabía, a estas alturas desconocía el significado de mis sentimientos, de todo lo que pasaba por mi cabeza.

Jamás creí que esto pasaría, pero estaba aprendiendo a sobrellevarlo, poco a poco.

—Natalia —la voz de mi jefe me devolvió a la realidad.

—¿Señor? —interrogué.

—Te necesito en caja, hay demasiados clientes hoy —ordenó amablemente.

—Sí, señor, ahora mismo voy para allá.

Los días en los que había muchos clientes era algo tanto malo, como bueno.

Bueno para el negocio, claramente. Pero al final del día, el estrés y el cansancio me dominaban por completo.

Había estado trabajando como cajera y repositora en un supermercado, era de medio tiempo y el salario era aceptable. No tenía motivos para quejarme.



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En el texto hay: vida, aprendizaje, suicidio

Editado: 17.05.2025

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