El aprendizaje de la bruja roja

El aprendizaje de la bruja roja

— La gente es tan contradictoria. Por un lado, rechazan a las brujas tal cual la peste. Pero, en el fondo, saben que no pueden vivir sin ellas. En situaciones desesperadas, recurren a las únicas conocedoras de la magia para curar enfermedades. Si estas los salvan de la inevitable muerte, son veneradas por el pueblo. Mas, cuando surge alguna desgracia inexplicable, se las tildan de lo peor y terminan en la hoguera. Por eso, querida niña, debes estar preparada para cualquiera de los escenarios, ser precavida y sigilosa si valoras tu vida.

La anciana bruja estaba instruyendo a su nueva aprendiz, quien era una niña abandonada en el bosque. Sus rojos cabellos resaltaban como el fuego debido a su pálida piel, por lo cual siempre se exponía al sol por el complejo que sentía. Pero en lugar de broncearse, solo le salían pecas y comezones por el ardor emanado de los rayos.

En esos momentos, la pequeña anotaba en su grimorio las palabras de su maestra, quien siempre le dedicaba tiempo para explicarle sobre el secreto de las brujas. Casi todas poseían sus propios dones: algunas podían volar sin alas, otras tenían capacidad de mover objetos sin tocarlos. Pero muy pocas tenían la habilidad más misteriosa y terrorífica de todas: resucitar a los muertos.

Pero no era que los regresaran a la vida, sino más bien, los transformaban en monstruos sin alma, que deambulaban por el mundo tal cual espectros en busca de carne fresca.

En el caso de la anciana bruja, ella podía transformarse en cualquier objeto o animal, dado que era una cambia formas. Gracias a eso, se libró de ser capturada por los Santos Inquisidores para ser juzgada ante Dios y sentenciada a la hoguera.

Lamentablemente, sus compañeras del aquelarre no corrieron la misma suerte y todas, en distintas circunstancias, fueron sacrificadas por los seguidores de Dios.

Cuando quedó sola en el mundo y perdió el sentido de la vida, se encontró con la solitaria niña pelirroja. Lo primero que hizo fue maldecir a los padres que la abandonaron y, luego, se la llevó a su cueva, situada en el corazón del bosque y lejos de sus enemigos.

Deseaba que el secreto de la magia no se perdiera con el tiempo, por lo que comenzó a enseñarle algunos hechizos y pociones para capacitarla en la brujería. Sin embargo, la niña nunca había manifestado tener don alguno, por lo cual era considerada una bruja a medias.

— Maestra, ¿cuándo podré desarrollar mi don? – le preguntó la niña.

— No puedo decirlo, querida – le respondió la anciana bruja – quizás nunca lo descubras, salvo que aparezca una situación que te obligue a desarrollarlo para sobrevivir.

El tiempo pasó rápidamente, como el aleteo de un colibrí. La niña creció hasta ser mujer y contar con la destreza necesaria para preparar pociones como una experta. Pero nunca logró desarrollar su don, por más que lo intentara aún a costa de su integridad.

Una vez, probó con controlar la mente de los animalitos del bosque. Quería que las liebres le trajeran hortalizas robadas de la cosecha de los campesinos y los pajaritos la alegraran con una danza al aire. Pero ni las liebres ni los pajaritos le hicieron caso.

Otro día, saltó de unas enormes rocas que bordeaban el río para, así, asegurarse de que pudiera volar. Pero en lugar de levitar por los aires, terminó por estrellarse contra el agua y hacerse daño.

Por suerte, la anciana bruja estaba por ahí cerca para rescatarla y curarle sus heridas. Como se fracturó una pierna y se abrió el cráneo tras el impacto contra una roca, debía mantener reposo absoluto por varios meses, hasta recuperarse.

— Ay, niña. Si te me mueres, no podré cumplir con mi sueño de preservar el legado de las brujas a las futuras generaciones.

— ¿Pero de qué sirve todo esto, si no puedo descubrir mi don? – se quejó la aprendiz.

— Ten calma, querida. Mientras puedas preparar pociones, todo estará bien. Solo recuerda consultar tu grimorio, en donde has anotado todos los trucos que te enseñé para probar hechizos y recetas eficaces contra tus enemigos.

Mientras se recuperaba, la aprendiz de la bruja comenzó a repasar las anotaciones de su grimorio. Recordó ese día en que la maestra le habló sobre el amor/odio que los comunes tenían contra las brujas. Vagamente recordaba que algunos aldeanos se acercaban a su cueva para curar enfermedades, ganar fortunas o tener suerte en el amor. Supuso que la anciana bruja hizo bien las cosas, por eso nadie la delató ante las autoridades ni hizo falta cambiar el escondite.

Pero lo que no sabía la joven aprendiz era que, pronto, las cosas iban a cambiar.

La epidemia de la peste negra se incrementó en distintas regiones del mundo, causando muerte y desolación en todos los pueblos. Los médicos no podían explicarse su propagación, por lo que la gente comenzó a buscar culpables dondequiera que fueran.

En la iglesia, los curas atribuían a la peste al fin de los tiempos y el pecado mortal. En los hospitales, los médicos sospechaban del mal viento, por lo que iban cubiertos con máscaras y capas gruesas para evitar respirar el aire contaminado.

En los bajos barrios y, sobre todo, en el campo, donde la ignorancia imperaba en la mente de las personas, la superstición cobró fuerza y los dedos empezaron a señalar a las brujas, como las culpables absolutas.

Fue así que las denuncias contra las sospechosas de practicar la brujería se incrementaron, haciendo que los soldados vigilantes de los feudos comenzaran a ir contra ellas para entregarlas ante la Santa Inquisición.

Poco a poco, los testimonios adoptaron forma de nombres, aspectos y ubicaciones de posibles aquelarres establecidos en las afueras de los pueblos.

De ese modo, los soldados dieron con el escondite de la anciana bruja.



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En el texto hay: bruja, bruja venganza, brujería y magia

Editado: 29.10.2024

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