Gerald Gardner, con su cabello blanco, iba caminando por un sendero rodeado de árboles en medio de la noche. Traía consigo un mapa y una hoja que tenía algunos escritos. Al parecer, se había parado a preguntar en el pueblo acerca de las extrañas reuniones que hacían en ese bosque, y sus suposiciones parecían ser ciertas.
Al frente de él se encontraba el tronco de un árbol tallado con un símbolo rúnico, mismo símbolo que había en su papel.
Gardner sonrió, pues por fin tras años de búsqueda, había logrado dar con el lugar de reunión del aquelarre de las brujas. Ya no había vuelta atrás, debía ir hacia el ritual que estaba haciéndose en ese preciso momento.
El hombre continuó su recorrido y se adentró aún más al bosque. Con el pasar del tiempo comenzó a oír una canción que le hizo alegrar el alma. Luego olfateó un dulce aroma y, por último, vio la luz de una fogata a pocos metros de distancia.
Oculto entre los arbustos, lo vio, no lo podía creer, a solo unos pasos alejados de él se encontraba un grupo de mujeres sentadas en el suelo y alrededor de una fogata. Cantaban y danzaban al unísono mientras llevaban túnicas de color blancas.
Era el aquelarre, después de tanto tiempo...
—¡Las encontré! —fueron las palabras que salieron de su boca.
Inmediatamente todas las brujas dejaron de cantar y se voltearon a verlo. Y la mirada de alegría que tenía Gardner se transformó en una de terror.
Las mujeres se levantaron y se dirigieron rápidamente hacia él, quien, aún entre los arbustos, no pudo reaccionar a tiempo. Lo agarraron y comenzaron a amarrarlo con una soga.
—¡No me hagan daño! —suplicaba—. Vengo en son de paz, estaba buscándolas porque quiero aprender magia...
—¿En son de paz? —cuestionó quien parecía ser la bruja lider—, tú eres un hombre, que ha venido a escondidas para espiar a un grupo de jovencitas... ¿y dices que solo quieres aprender magia?
—Si, ese es mi u-único motivo —contestó nervioso—. Lo juro.
—¿Por quién lo juras?
Al hacer esa pregunta hubo unos segundos de silencio, Gardner sudaba frío, pues ya le habían amarrado las manos y sabía que si decía algo indebido, esas brujas podían matarlo... o peor aún, comérselo vivo.
—Por mi vida —contestó con decisión mirando a la bruja a los ojos.
—Ohh, ese es un gran juramento, señor acosador. Bien, vamos a enseñarte cómo es nuestra magia, pero para eso necesito que duermas.
—¿Qué? —comenzó a quejarse, pero no pudo decir nada más porque justo una de las brujas le dio un golpe en la nuca que lo dejó inconsciente.
Una hora más tarde, Gardner despertó atontado, pero luego de un momento se percató de la peligrosa situación en la que estaba. Sus brazos y piernas estaban amarrados a un palo y él estaba guindando del mismo. Además tenía una soga en la boca que le evitaba gritar, no podía hacer nada y no entendía por qué le habían hecho eso.
—Al fin despiertas, dormilón —dijo la inconfundible bruja.
Gardner la vio de reojo y al notar su vestimenta se alarmó bastante. La bruja tenía una túnica de color roja con negro y un sombrero enorme, además todas las demás brujas estaban de negro completo y sonreían diabólicamente.
—Como dije hace una hora, te mostraré nuestra magia, pero tú serás nuestro sacrificio.
Gerald Gardner era un hombre tranquilo, sabio y muy curioso. Sin embargo no podía mostrar ninguna de esas facetas al escuchar esas palabras, sino que se mostró como cualquier hombre lo haría: desesperado.
El peli blanco intentó zafarse de mil y una maneras, quiso quitarse la soga de la boca para gritar a todas voces, pero no podía hacer nada, no tenía fuerzas y su desesperación lo había transformado en un salvaje más.
Las mujeres comenzaron a cantar otra canción, esta vez en un idioma extraño, antiguo y con sonidos tenebrosos.
Pero más terrorífico fue cuando Gardner divisó a una cabra negra gigante aparecer al frente de él.