Por mi cabeza han desfilado varios planes para deshacerme de Romanov, varios de ellos involucraban una muerte lenta y dolorosa ¿Qué? Como dije antes: Soy muy buena para los planes. Algunos eran más fantasiosos que otros. Pensé en amarrarlo a un cohete que lo llevaría al centro del sol, pero ¿De dónde iba a conseguir un cohete y como iba a amarrar el nudo?
A veces las malas ideas abrían paso a las buenas ideas.
Pero hubo un gran problema: La señora Soliz.
Ella amaba a Romanov tanto como a mí. Su corazón era tan grande que cabían dos gatos y había espacio para otros veinte más. El matarlo la mortificaría. Lo último que quiero hacer es molestarla. No iba a hacer eso con uno de los pocos humanos que había mostrado bondad hacia mí.
Tiene que haber otra forma.
Mi cuerpo se estiró para darle cabida a los rayos ultravioleta. Estaba afuera de la casa de la señora Soliz, en el pórtico, tomando el sol. Romanov estaba durmiendo y deseaba que se quedara así… por los próximos quinientos años. La señora Soliz vivía a pocas cuadras de la casa del asesino artístico (y de Romanov). Su casa era casi del mismo tamaño, solo un poco más estrecha y sin quemar. Estaba pintada de color melocotón y tenía unas preciosas cortinas floreadas a la vista de todos.
Yo estaba recostada encima del tapete de “Bienvenido”. El sol calentaba mi pelaje. Era un clima agradable. El perfecto para pensar en cómo deshacerme de Romanov. “Deshacerme” suena demasiado brusco porque estaba pensando en hacer una tregua con la bestia. El felino era un cabeza dura de cuidado pero eso no quería decir que no pudiera razonar con él.
¿O no?
El problema era que no sabía cómo.
La respuesta cayó del cielo. Encima de mi cabeza para ser exactos. Era una paloma lastimada. Se puso de pie apenas me vio.
—Gracias al cielo que te encuentro — me dijo, dejándome más confundida de lo que ya estoy —. Mi nombre es Sídney. Estaba volando con mi bandada cuando una piedra me golpeó en el ala. Fueron esos niños malcriados con esa maldita resortera. Los odios.
—Si, yo también - admití.
No lo hice para quedar bien con la paloma. Realmente odiaba a esos mocosos con toda mi alma. Uno era alto y el otro enano y ambos tenían cara de haber sido culpables de maltratar a unos animales indefensos por el mero placer de hacerlo. No importaba lo que estuviera haciendo ellos siempre me tiraban piedras.
—Veo que estamos en la misma onda.
¿Este pájaro si quiera sabe cómo que especie está hablando? ¿Sabe el concepto de la cadena alimenticia? No voy a ser yo quien se lo explique.
—¿Podrías hacerme un favor?
—¿Qué favor?
—¿Podrías llevarme al parque? Mi bandada se va a reunir ahí. Se encuentra a pocas cuadras de esta casa. No te va a tomar mucho tiempo.
Los dos nos quedamos en silencio por unos segundos.
—¿De seguro te preguntaras por que le estoy pidiendo un favor a un gato, nuestros depredadores naturales?
En el fondo si me preguntaba.
—Creo que hay bondad en todas las especies. Y cuando alguien necesite ayuda uno siempre tiene que estar dispuesto a dar una mano, o una pata. Los otros miembros de la banda me han tratado de ingenuo por pensar así, ¿quieres ayudarme a probarles que están equivocados?
Llevé el cadáver de la paloma hasta la cama de Romanov. Dejó de moverse hace mucho. Que alivio porque si volvía a escuchar otro “¿Por qué?” más iba a vomitar. Lo siento amigo emplumado, tu teoría no está del todo errada pero elegiste al animal equivocado para probarla.
Suena muy hipócrita viniendo de alguien que es amiga de un ratón. En mi defensa necesito el cuerpo de la paloma para formar una tregua con Romanov. Romanov dormía en una cama muy pequeña para su cuerpo obeso. Parecía una pelota de playa con barba.
Maullé un par de veces para despertarlo.
Abrió los ojos. No le gustó nada que fuera mi cara lo primero que viera. Frunció el ceño y sacó las garras. Tampoco es que esperase una bienvenida amigable de su parte. No esperaba nada amigable de su parte.
—¿Qué diablos quieres? ¿Buscas tu propia muerte? Puedes esperar diez minutos más que tengo sueño.
Odio a este cretino. Lo odio de veras.
—Vengo a darte un regalo — le dije. Solté el cadáver de la paloma cerca de su cama.
Romanov vio a la paloma. Trató de ocultar su impresión ante mi gesto.
—¿Que se supone que es esto?
—Ya te lo dije. Es un regalo, una ofrenda de paz para ti. Quiero que nos llevemos bien. No por mí, ni por ti, sino por la señora Soliz quien amablemente nos dio un hogar. ¿Qué me dices? ¿Borrón y cuenta nueva?
Levanté mi pata esperando que la golpeara suavemente con la suya. Romanov le arrancó la cabeza a la paloma de una mordida. Un poco de su sangre me salpicó la cara. Brutal. Aun así no bajé la pata. Romanov comenzó a comerse la paloma, dejándome esperando. Levantó la cabeza. Su hocico tenía sangre, apenas se le notaba con el marrón de su pelaje.
—Oh, ¿Estabas esperando una respuesta? Te mataré cuando termine de comer.