El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 3

Durante los siguientes días fui bombardeada por varios cadáveres de ratones grises. Ninguno era Pascal. Trataba de mantener la calma pero toda esta tortura psicológica me estaba afectando. Tuve una pesadilla constante en el que me encontraba en medio de la casa de Pascal y toda la pandilla de ratones (convertida en zombies con las panzas abiertas) se ponían a bailar a mi alrededor culpándome de todo lo ocurrido. No pude llegar al clímax de la coreografía porque siempre me despertaba antes de que terminase.

Pensaba en dejar de lado, por unos minutos, los sentimientos de la señora Soliz y enfocarme en deshacerme de Romanov. Mientras ese cretino esté viviendo en mi casa jamás voy a encontrar la paz.

—Chicos. Hora de cenar.

Un delicioso aroma a leche llegó a mi nariz. Mi estomago me imploró comida. Me estaba cuidando de Romanov, por eso he estado comiendo menos. Mi cuerpo se debilitaba mientras que mi adversario engordaba. Pero esta vez decidí complacer a mi sistema dándole a mi cuerpo la alimentación que se merece.

Vamos a comer en la cocina. Me relajé un poco más. Eso significaba que la señora Soliz nos va a estar vigilando. Mejor dicho va a estar vigilando a Romanov.

Estoy a salvo.

Habían dos tazones hondos llenos de leche. Encima de la leche flotaban unos bocadillos con sabor a pollo. Justo lo que recetó el doctor. No comía mucho, pero lo poco que comía bastaba para reafirmar que la comida de la señora Soliz era un millón de veces mejor que comer basura.

Romanov se paró a mi lado (todos mis pelos se levantaron en señal de alerta) y comenzó a beber.

—Buenos días - me saludó con el hocico blanco.

—Vete al demonio.

No iba a dejar que Romanov me arruine la comida.

Olía tan bien. Me senté y me froté las patas delanteras. No puedo esperar. Ya quiero hincarle el diente (o pasarle la lengua porque es un desayuno casi liquido). Acerqué el hocico y la lengua cuando escuché a alguien aclarándose la garganta. Era Romanov.

—¿Ahora qué quieres?

No tenía que explicarme nada. Como dice el dicho: Una imagen vale más que mil palabras. Con la ayuda de sus patas me acercó un sobre de veneno para ratas sin levantar su pata. Los cadáveres de los ratones grises llegaron a los ojos de la señora Soliz. Así que compró veneno para ratas. Veneno que estaba, literalmente, en las patas de Romanov.

—Provecho.

Al ver que la comida estaba envenenada me dejé llevar por mi instinto, la tiré con mi pata. Lo hice con tal fuerza que mi plato cayó volteado. Ninguno de los dos se fijó que la señora Soliz cargaba un juego de platos. Pisó el charco de leche y se resbaló cayéndose de espaldas. Ambos escuchamos un crujido preocupante.

—¿Señora Soliz? — pregunté pasando mi pata por su mejilla.

—Uy, creo que la mataste — dijo Romanov con una falsa empatía.

—¡Todo es tu culpa! — exclamé. Señale a Romanov como el único culpable —. Si no hubieras envenenado mi comida por tu estúpido intento de venganza la señora Soliz estaría bien.

Romanov comenzó a reírse a carcajadas. Revisé mi nariz para ver si se había vuelto roja. No le encontraba la gracia a la situación. Ni siquiera bajo los lentes del humor negro.

—¿Se puede saber de qué diablos te ríes? — pregunté tratando de hacer lo posible por no perder la paciencia.

—¿De verdad pensaste que te había envenenado? Pedazo de imbécil, el sobre ni siquiera está abierto.

Me arrojó el sobre con el veneno a la cara. Era verdad. Estaba cerrado. Por ahora eso no era importante.

—Hay que hacer algo para ayudarla.

—No me interesa si vive o muerte. No me malentiendas. Es agradable que te atiendan, pero está interrumpiendo mi venganza. Además yo puedo cuidarme solo — hizo una mueca maligna —. Hay varios ratones grises con los cuales puedo alimentarme.

De un salto me paré en el estómago de la señora Soliz. No parece importarle. Quería hacerle creer a Romanov de que era más grande que él.

Obviamente no funcionó.

—Tú y tu maldita venganza. ¿Sabes qué? Se acabó ¿Quieres tu venganza? — levanté las patas —. Pues ve por ella. Esto se acaba hoy mismo. Solos tú y yo.

Romanov se burló de mi intento de valentía dándome un empujón que me hizo perder el equilibrio y caer (no de patas). Me levanté de inmediato. Sus burlas no me importaron.

Voy a convertir a ese idiota en carne molida. Así sea lo último que haga.

Romanov saltó a la barriga de la señora Soliz. Sus patas se hundieron en el estómago de mi nueva dueña. Era más grande que yo, eso lo puedo asegurar Su gigantesca sombra cubría la mitad de mi cuerpo. Me paré en dos patas, quería parecer más grande a toda costa.

No funcionó.

—¿Quieres un pedazo de mí? — pregunté con una confianza disminuida.

—Lo quiero todo.

Le di un arañazo en la cara, coincidentemente mis garras atravesaron los mismos lugares donde lo había arañado antes. Las heridas volvieron a enrojecerse.

—Pequeña mierda. Te voy a arrancar las garras con los dientes.

Cualquier rastro de valentía se redujo a cero. Este es otro de esos casos donde muerdo más de lo que puedo masticar. Con toda la honestidad que cabe en mi pequeño cuerpo Romanov me da más miedo que cualquier cosa con la que me haya enfrentado en mis cinco años y medio de vida. Prefiero enfrentarme al asesino artístico antes que estar unos minutos a solas con Romanov.

Solo me queda una cosa por hacer:

—¡Retirada!

Apenas solté ese grito cobarde me fui corriendo. Romanov me siguió. Las paredes retumbaban con sus carcajadas voraces. Romanov sabía que había ganado antes de iniciar esta pelea. Pasó de ser un combate épico a una cacería.

Romanov trató de arañarme pero esquivé su primer ataque. Lastimosamente no pude decir lo mismo del segundo. Me arañó en la cara. Es su venganza por todos los arañazos que le he dado. Mis siguientes intentos de convertir su cara en un tablero de ajedrez fueron en vano. Romanov esquivó todos mis ataques. Le gruñí y él hizo lo mismo. Retrocedí unos pasos hasta separarnos en una distancia prudencial. Buscaba una forma de atacar de mejor manera a mi enemigo.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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