En la noche de mi regreso a casa estaba durmiendo en mi cama hasta que Romanov me despertó con unos golpes en la cara con su pata. Lo peor de vivir en esta casa es que una no puede dormir tranquila una noche completa.
—¿Qué diablos quieres? — no estaba segura de querer saber la respuesta. Solo se lo pregunté por cortesía. Déjenme adivinar: He venido a matarte.
—He venido a matarte.
Supongo que acerté, ¿Dónde está mi premio?
La voz de Romanov estaba cargada de tanta seriedad que me congeló la sangre. Las burlas y el tono socarrón se los guardó para después. Traté de mantener la compostura. Era la única forma que conocía de lidiar con este monstruo. Bostecé en su cara. Estaba en un limbo en el que sus respuestas de mierda me importaban poco y eran capaces de arruinar mi noche, y el resto del día.
—¿Tiene que ser ahora? ¿No puedes esperar hasta mañana? Déjame dormir maldita sea.
Ojalá que no haya notado que se me quebró la voz. Romanov se quedó quieto como una estatua. No puedo creer que diga esto pero extraño al Romanov que se esforzaba demasiado en parecer gracioso.
—No, tiene que ser ahora. Me he dado cuenta que tienes muchas oportunidades para escapar y eso es algo que no me puedo permitir. Mejor matarte ahora antes de que eso ocurra. Ahora quiero que estires el cuello lo máximo que puedas que quiero darte una mordida — se río levemente. Ahí está el Romanov “chistoso” — si quieres puedes verlo como si fuera un beso.
Me levanté y retrocedí unos pasos, manteniendo una distancia prudencial de la bestia.
—Con que eso quieres, ¿Eh?
Mi voz era calmada, tanto que sorprendió a Romanov. Supongo que estaba dominando el fino arte de ocultar mis emociones. Por fuera parecía calmada, pero por dentro era un caos por el terror que estaba sintiendo. Me sorprende que no me haya orinado en estos momentos.
Le arrojé uno de los juguetes que la señora Roxana me regaló, un pedazo de red que cubrió toda la cara de Romanov. Aproveché esa breve distracción para escapar. Mi plan inicial era ir a al dormitorio de la señora Soliz, despertarla y dejar que ella me defienda de la bestia. Pero la ventana semiabierta hizo que mi cerebro formulara una idea a cuenta reloj, guiada por el impulso de sobrevivir, decidí seguir ese plan.
Corrí hasta la ventana.
Era un milagro que estuviera semiabierta. La señora Soliz siempre la cerraba. La abrió esta tarde porque hacía calor y quería un poco de brisa refrescante. Se le olvidó cerrarla antes de irse a dormir. La abertura era perfecta para alguien tan flaca como yo.
Afortunadamente no pude decir lo mismo de Romanov. Su obesidad le impidió salir por la ventana para atraparme y devorar mi cuello cual vampiro. La pared que nos separaba me llenó mi cuerpo de confianza. Insultaba a Romanov de todas las maneras posibles (repetía los insultos) y le hacía toda clase de muecas. Esto enfureció al gato obeso. Este golpeó la ventana con una ferocidad salvaje, yo seguí con los insultos.
Me di cuenta de que estaba tentando demasiado a la suerte cuando escuché el sonido del vidrio rompiéndose. Una última cosa antes de irme. Me di la vuelta y levanté la cola.
—Romanov, bésame el trasero.
Satisfecha me fui corriendo, lo más rápido que pude. Todavía podía escuchar a Romanov tratando de romper la ventana con una brutalidad que ponía mis pelos de punta y convertía mi negro pelaje en blanco. Esos golpes me motivaban a correr más rápido. Esto ya no era divertido. Era espeluznante.
Quería alejarme de esa casa a como dé lugar.
Mejor dicho quería alejarme de Romanov a como dé lugar. Adoraba esa casa. Adoraba a la señora Soliz. Ahí va una razón más para odiar a Romanov.
Las grietas en la ventaba se fueron haciendo más grandes y los gritos de Romanov llegaban a mis oídos, sin importar lo lejos que me encontrase. Esos ruidos despertaron a la señora Soliz. Notó la ventana rasgada y mi ausencia. No le fue muy difícil sacar una conclusión al respecto.
—Volviste a espantarla — le recriminó.
Ella se ajustó la bata y se puso unas sandalias. Se acercó a la puerta, Romanov la miró ansioso. Esta era su oportunidad para salir y cazarme. Su mano se detuvo cerca del pestillo como si la señora Soliz hubiera tenido una revelación. Tomó a Romanov y lo puso en mi jaula, mucho más estrecha para el gato obeso. Cerró la jaula, antes de salir le dijo:
—Te vas a quedar ahí hasta que la encuentre. No quiero que la vuelvas a espantar.
Romanov apenas podía moverse dentro de la jaula. Insultó a la señora Soliz en formas mucho más creativas que mis insultos infantiles (yo me la pasé contando chistes de obesos). Ella lo interpretó como una reacción de alguien a quien, momentáneamente, se le privaba de su libertad.
Salió de su casa en mi búsqueda.
¿Cuántas horas habré corrido? ¿Cuatro? ¿Cinco? El sol estaba en su máximo apogeo bañándome con su calor. Mis pupilas se convirtieron en unas rayitas apenas levanté la cabeza. No tenía idea de donde estoy. Estaba hambrienta y cansada. No había rastro de comida por ningún lado.
Desde mi punto de vista las casas se veían enormes, grandes palacios a los cuales me gustaría estar. Me escondí detrás de unos arbustos. Me recosté en el pasto y me desmayé. Unas horas de sueño y podré continuar mi camino a quien sabe dónde.