El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 6

El barrio era oscuro, ni siquiera los postes de luz funcionaban. Corría la pista, dejando que la oscuridad me envolviera. Deseaba ser un camaleón y que la oscuridad me camuflara. No tenía tanta suerte. Mi perseguidor sabía quién era y adonde me dirigía. Todas las casas tenían sus puertas cerradas con enormes candados y cadenas. No había ningún escondite.

Romanov me perseguía con su ya gastada motivación de venganza. El mero hecho de que me llamara por mi nombre con una voz tan grave que podría crear una tormenta me asustaba. El mero hecho de que me llamara por mi nombre con una voz tan grave que podría crear una tormenta, y encima se reía como un psicópata, me traumatizaba.

Hablando de tormentas un rayo cayó del cielo muy cerca de mí, ese fue el único toque de luz recibí. Maullé asustada y me alejé del suelo quemado. Retrocedí con cautela hasta chocar con unas columnas suaves y peludas. Era Romanov y había tomado toda su leche. Era enorme. Tenía el tamaño de un humano, uno muy alto. Apenas abarcaba la tercera parte de sus patas.

Levanté mis patas para defenderme. De nada sirvió. Mis garras habían desaparecido. Estaba indefensa ante el monstruo. Romanov puso su pata encima de mi con tanta fuerza que me rompió varias costillas, escupí sangre. A diferencia de mi Romanov conservaba sus garras, eran enormes, como garfios. Lo miraba suplicante, solo podía ver unos ojos amarillos. No había un alma detrás de ellos.

De repente un delicioso aroma llegó a mi nariz. Romanov se detuvo y el peso de su pata se alivianó. Pude alejarla con suma facilidad. Mis costillas sanaron milagrosamente. Me levanté del suelo. El sol salió para revelar la verdadera forma de Romanov, el enorme gato se había convertido en una pieza gigante de pollo frito.

Me acerqué con cautela después de examinarlo el tiempo suficiente (diez minutos). El olor se hacía más hipnótico. Mi boca babeaba y mi estomago exigía comida. Le di un buen mordisco.

—Ouch.

Ese llanto bastó para despertarme. Abrí los ojos y vi una pieza de Nuggets y un ratón frotándose la pata derecha.

—La próxima vez procura no comerme — me regañó.

—¿Pascal?

El ratoncito asintió. No tuvo tiempo de moverse antes de que pudiera agarrarlo. Lamí su rostro varias veces con mi lengua rugosa y lo froté contra mi cara. Todo sin dejar de ronronear.

—Oh, Pascal. No puedo creer que estés vivo. Me alegro de volver a verte.

—Yo también, pero suéltame que me estas lastimando. No puedo respirar.

Pascal me estaba diciendo algo pero no pude escuchar lo que me decía. Era como si alguien gritara algo desde el fondo del océano. Abracé al ratoncito gris contra mi pecho. Sentí como las patas de Pascal arañaban y arrancaban varios de mis pelos. Creía que me estaba tratando de devolver el abrazo, solo que no sabía cómo. Pobrecito.

Pascal dejó de moverse.

—¿Pascal?

Lo que sostenía entre mis patas era un cuerpo inerte. No respiraba. Lo puse en el suelo con suavidad y me quedé mirándolo sin saber qué hacer. Había matado a mi mejor amigo con mis afectos. Me puse a llorar hasta que mi estomago gruñó. Cierto, todavía no había comido. Pensé en comerme el cuerpo de Pascal, como una forma de homenajearlo.

Y aprovechando que también me llenaba el estómago.

Acerqué mis fauces de colmillos largos, capaces de pulverizar su cuerpo en unos cuantos mordiscos cuando Pascal su pata entre mi boca y se ser. Abrió los ojos.

—¡AH! Un zombie.

—Estoy vivo, ¿Qué diablos pensabas hacer? — me preguntó irritado.

—¿Por qué hiciste eso? — pregunté sin esconder mi decepción. Diablos me había quedado sin desayuno.

—Quería que me soltaras pero no me hacías caso. Así que me hice el muerto. Algo desesperado pero funcionó.

—Pequeño cretino, casi me matas de un susto. Debería comerte solo por eso.

Pascal se rio con una malicia que se me hacía que se me hacía muy familiar y que al mismo tiempo extrañaba.

—No es necesario. Traje un nugget de la basura — acercó el bocadillo —. Esta casi completo. Pensé que — me devoré el nugget de un bocado — podríamos compartirlo.

Diablos. Me acabo de comer la comida que tanto tiempo le había costado recolectar.

—Lo siento Pascal. Ahora mismo te lo regreso.

Abrí la boca con la intención de vomitar.

—Te advierto que saldrá con un poco de pelo, pero estará casi intacto. Provecho.

—¡Qué asco! Solo olvídalo, quieres. Ya me hiciste perder el apetito y cierra la boca que me estas poniendo nervioso.

Eso hice y me recosté en el pasto para verlo mejor. No había cambiado nada. Pascal era un ratoncito gris de estatura promedio para un ratón. Se me encogió el estómago al recordar a los otros ratones grises que Romanov me regalaba, se parecían tanto a Pascal. El verlo vivito y coleando me llenaba de alegría. Quería volverlo a abrazar, pero me contuve. Me sorprendió verlo solo. Usualmente lo veía acompañado de algunos de sus esbirros ratones.

—¿Como te está tratando la vida? — pregunté con la intención de iniciar una conversación. El habernos reencontrado significaba que había mucho que ponerse al día — ¿Que están los demás ratones de la manada?



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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