Los ratones entraron a la casa del señor Ramírez. Unos iban a la cocina y otros al dormitorio del señor Ramírez. Mientras eso ocurría, en otra habitación una joven abría la ventana con delicadeza, salía de ella y, de un salto, ya era libre. Corrió hasta la esquina donde la estaba esperando su novio en un flamante auto rojo.
Roberta era una ratona con una misión de la cual se arrepintió de haberse propuesto como voluntaria: Insertar una pastilla en la boca del matrimonio Ramírez.
—Maldito Nerol que no sabe contar — susurró la asustada ratona.
—¿Estás seguro que este es el lugar? — le preguntó uno de los ratones. Eran solo diez para la misión. El resto estaba escondido en unas alcantarillas, esperando noticias al respecto.
—Si — respondió Nerol con seguridad —. He visitado esta casa cientos de veces. Carajo, hasta he orinado en su jardín. El olor me guía, ¿Por qué lo preguntas? ¿No te gusta el color?
El ratón le dio un golpe suave en la cabeza con su palma. Nerol se lo permitió, pero si se atrevía a dar otro golpe le iba a destrozar el hocico a puñetazos.
—¡Idiota! Hay una familia de tres personas viviendo ahí. Tú dijiste que solamente había uno.
—Y había uno. Todas las veces que lo he visitado solo he visto a un viejo solitario hablando por teléfono. Pensé que estaba divorciado. Pensé que su familia había muerto, yo que sé. Tal vez solo vinieron de visita. Tal vez es su verdadera familia. No lo sé — Nerol temblaba por la ansiedad.
El ratón suspiró.
—Esto es muy arriesgado. Chicos, se acabó. Vámonos antes de que nos vean. Tenemos que informar a los demás.
Nerol se recuperó al darse cuenta que lo estaban abandonando. Corrió hasta poder ponerse delante de los ratones de la manada.
—Chicos, chicos. Esto será tarea fácil, se los puedo asegurar. Matar a un humano, matar a tres humanos, ¿Cuál es la diferencia?
—Dos humanos — respondió un ratón en el medio.
Todos estallaron de risa por unos segundos.
—Mi punto es que tengo la idea perfecta para deshacernos de todos ellos — los ratones aun desconfiaban de Nerol —. Piénsenlo. Es solo una hora, quizá menos de trabajo, a cambio de una monumental recompensa: Comida fresca, un ambiente cálido, un techo sobre nuestras cabezas, una cama suave que alcanzará para todos y lo más importante: Carne humana. Toda la carne humana que puedan probar.
—¿Carne humana? — los ratones se mostraron hipnotizados ante la mención de esas dos palabras. Sus ojos se hicieron más negros y ansiosos.
—El padre pesa más de 120 kilos. Alcanzará para todos. SI alguien quiere irse ahora es el momento.
Nadie se fue.
—Muy bien. Estoy seguro que nuestro esfuerzo será recompensado. Ahora necesito a un voluntario.
Roberta estaba escondida detrás de un ropero que parecía nuevo, frente a ella estaba la cama que emanaba un fuerte olor a detergente barato. Dos pares de pies sobresalían de las sabanas como dos guardianes, adheridos a las verdaderas bestias. Roberta subió a la cama y rodeó la silueta de la pareja. Era verdad que el señor Ramírez pesaba más de 120 kilos. Su cuerpo era el que abarcaba la mayoría de la cama. Su, esposa una mujer más delgada ocupaba un tercio siendo generoso. Ambos dormían en paz sin saber que estaban a punto de ser asesinados por un ratón.
Roberta tenía las dos pastillas amarradas en la espalda con dos hilos delgados. Eran píldoras blancas con unos sospechosos puntos negros.
—¿Vas a seguir usando las pastillas?
—Si — respondió Nerol con una seguridad que los ratones encontraban desde agradable hasta irritable —. Hay que seguir con la estrategia al pie de la letra.
—Solo tienes dos pastillas y esas son tres personas, ¿Como piensas usar la píldora? Además, según recuerdo, el plan involucraba muchas más píldoras para acabar con una sola persona.
El plan era aprovecharse de los problemas cardiacos del señor Ramírez, llenando una taza de café con varias píldoras. Cuando se las tomase moriría de una inevitable sobredosis. Pero al tener solo un par de píldoras las cosas habían cambiado.
—Con dos píldoras son suficientes: Una para cada persona. Descuiden muchachos, la potencie con un poco de veneno para rata.
Los ratones notaron como las píldoras estaban bañadas de un polvo negro que olía delicioso.
—Les sugiero que se cubran la nariz. La casa está repleta de ese polvo.
—Dios mío. Nos estamos metiendo en una trampa mortal.
—Para nada. Cuando seamos dueños de esa casa la limpiaremos de cabo a rabo.
Roberta tenía un par de trozos de bolsa de basura cubriendo sus fosas nasales. No eran suficientes. El olor era tan fuerte que le provocaban darle una buena mordida a esas pastillas. Roberta rodeó la cama hasta llegar a la altura de la cabeza del señor Ramírez. Este roncaba como si fuera una maquina defectuosa, tal vez había algo en su interior que uno podría considerar defectuoso. Su esposa estaba a su lado, durmiendo de costado, acurrucada como si fuera un gatito. Roberta no sabía cómo diablos iba a meterle la pastilla en la boca.
Un problema a la vez.