Yo estaba recostada en el regazo del anciano, cuyo nombre era Ricardo Aguilar. Sentí un pequeño temblor en sus piernas. No sabía que había engordado tanto en las pocas horas que llevo viviendo aquí. Apenas llegué el señor Ricardo me llenó un tazón de leche, era una marca que tenía un alto contenido de grasa y mantequilla. Vacié el tazón en solo unos minutos y tuve el descaro de pedir más. El señor Ricardo cumplió mi petición y me llenó un tazón más.
Me lo terminé agradecida.
Mi panza había crecido considerablemente. Qué bueno. Que siga creciendo más. Un gato gordo es un gato feliz. Llevaba conmigo en su regazo por más de dos horas. “Ha de ser otra cosa”, pensé. En el fondo quería seguir en su regazo para que me siga acariciando y mimando.
El señor Ricardo, como a mí me gusta llamarlo, estaba sentado en una mecedora muy amplia para su huesudo trasero. Eso era bueno porque podía estirarme a mi antojo. Mis cuatro patas tocaban la madera de la mecedora. Frente a nosotros estaba el jardín de la casa, uno de los más hermoso que he visto en mi vida.
Sus dedos temblorosos, con uñas amarillentas, tocaron mi cabeza. Esto hizo que mis ronroneos aumentasen en intensidad. Tal vez estoy exagerando pero creo que hasta los vecinos podrían escucharme ronronear. Me moví un poco para acomodarme, pero no tanto como para incomodarlo a él.
En el centro del jardín reposaba un imponente árbol, con unas hojas tan vivas que le daban un nuevo significado al termino “Verde”. Hasta me atrevería a decir que brillaban en la oscuridad.
Su leve resplandor verde dañaba mi rostro.
El jardín era una preciosidad. “Es mucho más bonita que la casa”, dijo la decoradora de interiores. Sin embargo había algo extraño en el mismo. El verde de su pasto era demasiado brillante, se sentía falso y artificial. Y las flores que crecían por todas partes, sin ninguna separación una de las otras, eran raras. No soy una botánica ni nada por el estilo pero jamás había visto flores con sépalos morados y pétalos amarillos, flores azules que parecen unos labios gruesos humanos, o unas flores naranjas cuyos pétalos parecen unos filos de cuchillas. Puede que te corten si los tocas.
La casa de mi nuevo amo parecía un par de bloques de LEGO adheridos uno encima del otro. Eran dos cuadrados apilados, ambos con una ventana enorme que buena parte de la pared. Estaba pintada de azul y la puerta era de una madera que había visto mejores días.
Me ilusionó un montón ver la puerta para perro debajo de la puerta para humanos. Eso significaba que podía entrar y salir cuando quisiera. Sentí una pequeña descarga de pánico en mi medula. Eso también significaba que tenía que compartir mi nuevo hogar con alguien más. Eso me asustaba. Era como una maldita ruleta rusa. Podría ser alguien que podría ser mi segundo mejor amigo, o un Romanov 2.0.
—Que casa tan maravillosa. Estoy orgulloso de mi nuevo hogar — dijo el viejo muy alegre.
Maullé en señal de asentimiento. Yo también me mostraba muy optimista respecto a mi nuevo hogar.
—Serás una gran compañía desde que mi pequeño Rez falleció — el tono del anciano cambió. Hizo un giro de 180 grados. Se tornó de lo más melancólico.
Mi optimismo aumentó por diez. Era la única mascota de la casa. Eso quería decir que tenía la casa solo para mí. Estaba tentada a dejar el regazo del señor Ricardo, saltar al suelo y ponerme a bailar. No, mejor no. Decidí hacerlo cuando esté sola en la noche. La última vez que me puse a bailar terminé con una declaración de venganza de por vida.
Esa misma noche lo cumplí. Bailé más que todo el reparto de la película “Grease” completo. Me terminé lo que quedaba de esa leche grasosa. Voy a engordar de lo lindo en esta casa. Me eché en una cama cómoda, muy larga para mi (podrían caber unos tres más de mi tamaño sin problemas) y tenía un desagradable aroma canino, pero pude acostumbrarme. El descanso y la comida le hicieron mucho bien a mi cuerpo malherido. Mi nivel de estrés se redujo debido a que no tenía a un felino psicópata amenazándome de muerte cada vez que tenía la oportunidad.
No podía ser más feliz.
Sé que la felicidad va a durar poco, siempre ocurre. Lo mejor es disfrutarla y atesorarla el mayor tiempo posible. Tomarle una foto a todas estas maravillosas experiencias y guardarlas en el archivo de mi mente. Arañé la cobija de Scooby Doo y me puse a ronronear hasta quedarme dormida. Cualquier cosa inesperada que pase será un problema de mi yo del futuro.
Hablando de cosas inesperadas.
Eran las seis de la mañana. Mi única preocupación era contar las horas que me faltan antes de que mi dueño llene de nuevo mi tazón de leche. La puerta se abrió y entró alguien que no era el señor Ricardo. Lo primero que vi de su forma curvilínea eran sus zapatillas negras y recién estrenadas. La joven vestía unos leggins ajustados que resaltaban muy bien sus curvas. Habían unas manchas de sudor. Las mismas manchas se podían ver en su playera negra que tenía el poster de la película Demons (unas siluetas negras con los ojos amarillos y en un fondo azulado). Buena película. La veía con mi primera ama todo el tiempo. Su cabello negro estaba recogido en una cola de caballo y su rostro brillaba en sudor.
La luz de la mañana le daba el aspecto de un foco. Su expresión inicial al verme era un misterio para mí.
La mujer se acercó a mí. Me quedé quieta pero dejé salir las garras. No la conocía así que no tenía idea de sus verdaderas intenciones. Si había algo que aprendí de mi etapa como gata callejera era que no se podía sacar conclusiones sobre los humanos a la primera. “Oh, esta gatita tiene hambre. Ten, toma un poco de carne.” La carne tenía unos trocitos de vidrio fáciles de tragar pero que le harían unos estragos a mi garganta. Supongo que para darles buen sabor.