La pandilla estaba reunida.
Eran ratones, varios de ellos, formando una alfombra de colores apagados en el patio trasero de mi hogar. Era el grupo de ratones que alguna vez estuvo al mando de Pascal. Ahora tenían un nuevo líder, Nerol, a quien no veía por ningún lado. Nerol no era muy difícil de distinguir del resto gracias a la cicatriz que tenía en el lado derecho de la cabeza. Se trataba de una quemadura.
Me gustaría decir que me alegra mucho haberlos encontrado tan cerca. Así me ahorraban el viaje. Pero la verdad estaba nerviosa, asustada más bien. Sara había salido a correr y podía regresar en cualquier momento. No me quiero imaginar qué pasaría si ella se encontrara con un sequito de ratones paseándose por su jardín.
Me pregunto qué pasaría: ¿Se desmayaría por ver a tantos ratones? ¿Regresaría a casa por una bota más grande? ¿O iría a la tienda de artículos para el hogar para comprar la podadora más potente del mercado? Sea como fuere muchas ratas van a morir.
—¿Qué están haciendo aquí? — pregunté.
—Silencio, monstruo. Estamos buscando a Pascal, ¿De casualidad lo has visto por aquí?
Estaba tan enfadada que ignoré esa obvia contradicción.
—¿Cómo me llamaste? — pregunté furiosa. Los ratones retrocedieron al ver a un ser más grande y fuerte gruñéndoles y enseñándoles los dientes. Todavía no me he acostumbrado a los sobrenombres. Tuve a un psicópata llamado me “demonio” cientos de veces, eso me ha dejado secuelas.
Antes de que pudiera atacar al ratón maleducado recibí una patada débil en la espalda. Se trataba de Pascal que estaba escondido detrás de mí. Capté su mensaje. Retrocedí y dejé que él se encargara de la situación.
Pascal se bajó de mi lomo para sorpresa de los demás ratones.
—¡WOW! Pascal consiguió domar a la bestia. Eso es increíble. No debimos haber dudado de ti, Pascal — dijeron los ratones desesperados, en lo que parecía una rutina ensayada. Uno decía una frase y otro añadía unas palabras formando una oración.
Decidí callarme. Tuve que morderme la lengua para hacerme. Pero que conste que a mí nadie me “doma”, salvo por los humanos pero eso no debería contar.
—¿Qué están haciendo aquí? — preguntó Pascal.
—Vinimos a pedirte ayuda.
—Tienen a Nerol para que los ayude — Pascal entre la pequeña multitud de ratones —, por cierto ¿Dónde está ese bueno para nada?
Uno de los ratones le explicó todo. Le contó lo que le pasó a la casa, el plan de Nerol de asaltar una casa y asesinar a sus habitantes, el desastroso resultado de ese plan (me reí un poco cuando lo escuché. Se me hizo demasiado familiar), que hicieron con Nerol y que era lo que querían de Pascal.
Pascal escuchó todo con suma atención.
—Déjenme ver si entendí, ¿Ustedes quieren que les ayude a encontrar un nuevo hogar?
Todos los ratones dijeron que si al mismo tiempo. Sonaba como un coro desafinado.
Otro ratón intervino. Se llamaba Pedro.
—Miren todos — Pedro tocaba la enorme pared de la casa del señor Ricardo —. Pascal nos consiguió un nuevo hogar. Es enorme. Alcanzará para todos.
Todos los ratones comenzaron a alabar a Pascal por no hacer nada la verdad. Este no dijo nada al respecto, solo se dejó llevar por los elogios. Estos lo envolvieron con si fuera la tela más suave y delicada de la historia. Pascal era feliz solo con eso.
Era hora de intervenir.
—No pueden quedarse aquí.
—Silencio bestia — dijo Pedro. Todos los demás repitieron lo mismo.
Luego de reprimir mis instintos asesinos le respondí con la mayor calma posible:
—No pueden quedarse aquí porque esta no es una casa abandonada. Está habitada por un viejo de más de 80 años llamado Ricardo Aguilar — cuando mencioné su nombre lo hice con una cuota de respeto.
—Eso no es problema. Lo matamos y listo — dijo una ratoncita llamada Roberta —. Aunque la misión anterior fue un fracaso probó irrefutable que podemos matar a los humanos sin problemas. Solo necesitamos una mejor estrategia y…
Interrumpí sus palabras dando un paso al frente. Los ratones retrocedieron dos pasos. Pascal trató de detenerme pero fue inútil. Miré a Roberta y al resto de los roedores con unos ojos rabiosos, pasé mi lengua por mi hocico felino. Era una buena forma de meterles miedo; y estaba funcionando.
—Escúchenme y escúchenme muy bien. Si algunos de ustedes se atreven a hacerle daño a ese pobre viejo YO me los comeré a todos. Les daré un nuevo hogar dentro de mi panza. Así es, será un buffet de todo lo que puedan comer — me calmé. Suficiente con asustarlos. Añadí algo más con un tono más compasivo —. Además ese viejo vive tiene una hija que tiene como hobby aplastar ratones.
—Si, yo soy testigo de eso — confirmo Pascal.
—Eso no es problema — se acercó Pedro —. La matamos a ella también y listo.
Todos los ratones dijeron que si al mismo tiempo. Esto ya empezaba a irritarme. Mis ojos furiosos se enfocaron en Pascal.
—Pascal, será mejor que hagas algo o sino empezaré a tomar cartas en el asunto.