Sara fue a recoger a su padre y a llevarlo a la mesa para cenar. Sara me levantó con suavidad, no podía evitar sentirme incomoda estando en sus manos y eso que sus manos eran mucho más suaves y calidad que las de su padre. Me puso en el suelo, ayudó a su padre a ponerse de pie y ambos entraron a la casa.
Me cerró la puerta.
Miré al árbol brillante por última vez antes de entrar a la casa por la puerta para perros. Sara estaba mirando fijamente al árbol mientras su padre devoraba un generoso plato de tallarines rojos. Caminé hasta mi cama pensando que mañana iba a ser un día muy importante para mí.
—Has espacio — le dije a Pascal a modo de broma.
—Cállate y déjame dormir — me respondió sin abrir los ojos.
—No seas tan gruñón – me eché a su lado. Había suficiente espacio para los dos.
Sara fue a comer, su plato ya estaba frio. Ninguno de los dos habló durante un buen tiempo, cosa rara porque usualmente apenas Sara ponía el trasero en la silla se ponía a hablar sobre cualquier tema y no había nadie que pudiera callarla. Francamente no era algo extraño, ambos tuvieron una discusión muy fuerte durante el desayuno y las cicatrices no habían sanado.
En la mañana Sara le estaba sirviendo el desayuno a su padre: huevos duros con ensalada y pan integral. El señor Ricardo refunfuñaba al recibir este tipo de desayunos. Era una rutina diaria desde que instalaron mi peludo cuerpo en esta casa. Puede que mucho antes. Hasta me atrevería a decir que me servían era mucho más grasosa que la suya, y no había nada de malo en eso. A nosotros los gatos la comida grasosa no nos hace daño a largo plazo. No conozco a ningún compañero felino que haya muerto de un infarto.
Sin embargo el valor nutricional de su desayuno no fue el motivo de la discusión. Antes de comer, le gustase o no el señor Ricardo siempre se terminaba su desayuno, el señor Ricardo revisaba los bolsillos de sus pantalones. Desde mi perspectiva, abajo, me daba la impresión de que el señor Ricardo estaba lubricando el tubo de escape. Por suerte no estaba haciendo eso, habría sido muy asqueroso.
En su lugar sacó un preservativo usado. Yo miré hacia otro lado. De repente la leche se me hizo menos apetitosa.
—¿Me puedes explicar esto?
—Es un condón usado — respondió Sara mientras le servía el café — ¿Qué otra cosa puede ser?
—No me refiero a eso y lo sabes muy bien, ¿Qué hacía esto en tu habitación? — el señor Ricardo agitó el condón cerca de la cara de Sara como si fuera un juguete.
—¿Quién te dijo que podrías entrar a mi habitación? — preguntó Sara mientras le ponía un poco de mantequilla baja en grasas al pan de su padre.
El señor Ricardo frunció el ceño. Con la vasta cantidad de arrugas que tenía su cara el hacer eso solo las resaltaba más.
—Esta es mi casa y no voy a permitir que nadie haga estas cosas a mis espaldas.
Más que “a sus espaldas” sería “frente a él” porque la habitación la habitación de Sara se ubicaba frente a la habitación de su padre.
Sara dijo que hablarían más tarde que tenía que ir a trabajar. En la noche Sara le preparó su comida favorita para ayudarlo a digerir la noticia que le iba a contar. Sara apenas comía su plato, este se enfrió. Tomó aire y le contó a su padre que se estaba viendo con alguien llamado Alberto Mendoza, era un compañero de trabajo. Le contó que la noche pasada Alberto había llegado tarde a su piso y la casera no le dejaba entrar, eran las reglas. Así que Sara le ofreció quedarse en su casa esa noche. Luego una cosa vino a la otra, Sara no quiso llenar el relato de detalles innecesario.
Tal vez no sea la gata más inteligente de todas, pero sospecho que toda esa historia es pura mierda. Al tal Alberto no le dejan entrar a su apartamento muy seguido. Durante varias noches Sara entraba con pasos cautelosos pero sus zapatos la traicionaban haciendo mucho ruido y la puerta de la casa chillaba apenas la abrías. En la casa del señor Ricardo era imposible ser sigiloso, para la buena suerte de Sara y su pareja los oídos del señor Ricardo no funcionaban al 100%.
Los míos tampoco pero era imposible ignorarlos.
Simplemente los dejé pasar, ¿Qué se supone que iba a hacer? ¿Acusarlos con el señor Ricardo? Incluso si este llegara a creerme tendría que enfrentarme a la ira de Sara. Ella era capaz de hacerme una segunda esterilización.
Su pareja, el tal Alberto, era un hombre blanco y rubio. Todas las noches, apenas daba un paso al interior de la casa se daban un largo beso romántico de unos setenta y siete segundos. Los conté. Si alguien me dijera que esos dos son solo compañeros de trabajo yo les preguntaría: ¿Es en serio?
En la noche pasada estaba lloviznando, esa pequeña lluvia que apenas moja pero que no deja de ser molesta. La pareja entró a la casa bien agarrados de la mano. Sara agarró el trasero de su compañero de trabajo y este acarició su cabeza. Alberto sacó un preservativo del bolsillo de su camisa y Sara le mostró una sonrisa coqueta que jamás había visto en mi vida. Sara agarró de la mano a Alberto y lo condujo a su habitación, ambos que reían como adolescentes que sabían que estaban a punto de hacer algo malo. En ningún momento ninguno de los dos se fijó en mí, una testigo potencial e inútil.
La puerta se cerró y después de eso no supe nada más. Puedo llenar los huecos usando mi propia experiencia con otros gatos. Quien sí pudo llenar los huecos fue el señor Ricardo. Discutieron por más de una hora. Sara amenazó con irse y el señor Ricardo estuvo a punto de aceptar esa amenaza. Me acerque a los humanos, no quería intervenir mostrando poniéndome de ninguno de los lados. Quería ver si mi presencia podría reducir un poco la discusión.