El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 17

Unas horas después y Pascal despertó, no porque quisiera, sino por una aterradora pesadilla que decidió tocar la puerta de su subconsciente. Pascal soñó que era hervido vivo por los ratones que lo habían rechazado. Pascal se cubrió el hocico para no gritar. ¿Un chillido agudo bastaría para despertar al anciano o a la pareja que dormía feliz en la habitación del frente? ¿Quién sabe? Si había alguien que no quería saberlo era el mismo Pascal.

Pascal miró a la gata, dormía pacíficamente. Tanto que le dio envidia, después de esa pesadilla le iba a ser imposible volver a dormir el resto de la noche. Decidió intentarlo echándose en la cama que era la panza de la gata. Cerró los ojos y trató de relajarse. La patada le sacó la relajación por los ojos. La gata tenía la pata estirada.

—Maldita sea, Franny.

La gata movió sus patas delanteras un par de veces antes de acurrucarse más hasta convertirse en una bola de pelos. Pascal se preguntó que estará soñando la gata. Tal vez sea un sueño más alegre que el sueño. Franny estaba soñando que jugueteaba con un ratón asustado antes de matarlo.

Era obvio que Pascal no iba a volver a dormir en toda la noche, así que decidió dar un paseo nocturno. Pascal caminó hasta la cocina, se subió a la alacena con la ayuda del cable del microondas y de un salto llegó a la mesa. En medio del mueble circular había un bol lleno de panes. Pascal pensó en darle unas buenas mordidas cuando las palabras de Franny lo detuvieron.

Eran advertencias.

Franny le había advertido el primer día de su llegada que podía salir y explorar lo que le diera la gana, pero tenía que alejarse de las habitaciones del anciano y su hija y, lo más importante, tenía que alejarse de la comida que estuviera en la mesa. Podía comer la comida que estuviera en el suelo, no había problema. Era basura.

Si los dueños de la casa encontraran pequeñas mordidas ratoniles en su comida llegarían a la conclusión rápida de que hay una plaga de ratones. Nada detendría a Sara, ni a sus botas, de encontrar al ratón (o a los ratones) y pulverizarlo hasta convertirlo en una sopa de pelos y sangre.

El pan emanaba un olor delicioso. Miró de reojo la cama de la cama y vio que el animal seguía durmiendo. Con tal de que no se despertase todo estará bien, ¿Verdad? Además, ¿Comida en el suelo? nunca había nada en el suelo. El lugar siempre estaba limpio. Pascal se quejó una vez a Franny.

—¿Qué esperabas? Sara limpia la casa como si no existiera el mañana.

Pascal vio el pan con cierta resistencia. No tenía hambre. Con la comida que la gata le ofrecía bastaría para alimentar a tres de los suyos. Acarició su panza para percatarse de que estaba engordando. Para un gato eso no era problema; para un ratón, sí. Comprometía su física. Pascal tuvo problemas para trepar por el cable del microondas.

Pascal estaba eternamente agradecido con Franny por haberle proporcionado un hogar en tiempos tan difíciles, pero tanta comodidad lo estaba aburriendo. Pascal no hacía otra cosa más que comer y dormir. Pascal no era un ratón doméstico, jamás lo había sido, se había pasado buena parte de su vida buscando cientos de formas de sobrevivir, no recibiendo la comida en bandeja.

Por un segundo pensó en darle un mordisco a los seis panes que tenía al frente, para agitar un poco el avispero y luego divertirse burlando las trampas y los escobazos, quizá así baje un poco de peso. Si ya le habían quitado su rol como líder no era necesario que le quiten su rol de ratón salvaje.

Pascal acercó su pata rosada al pan, pero se detuvo.

Pensó en las consecuencias. No para él, para Franny. Si ya había un chance de que echen a Franny por culpa del tal Alberto después de esto la echarán definitivamente. Franny volverá a ser una gata callejera.

Pascal podía divertirse todo lo que quisiera pero no tenían que sufrir terceros, sobre todo alguien que le importaba de verdad.

Pascal se alejó del pan.

—Demasiados riesgos. No vale la pena.

Pascal dejó que su lado más racional lo dominara, si tanto quería divertirse y volver a la vida salvaje la puerta estaba abierta. Suspiró y bajó por el cable del microondas. Pensó en usar el cable del microondas todas las noches para hacer ejercicio. Esa panza que tenía era inaceptable. Pascal caminó de regreso a la cama para intentar volver a dormir.

Pascal escuchó unos pasos temblorosos acercándose a él. La luz de la habitación de Sara estaba encendida. Antes de que tuviera la oportunidad de escapar un pie chocó contra el suelo en un paso firme, a pocos centímetros de su nariz. Pascal vio el enorme cuerpo de la humana, y ella hizo lo mismo. Los ojos de Sara lo miraban fijamente. La mirada de la enfermera traspasaba su fina piel para entrar y deformar su alma. Pascal sabía que este era el fin. No había ningún escape a la vista. E incluso si encontrara una forma de escapar Sara no descansaría hasta encontrarlo y matarlo.

Tarde o temprano Pascal iba a morir.

Mejor que sea temprano. Pascal se echó de espaldas y cerró los ojos aceptando su próxima muerte. Se arrepintió de no haber dejado un testamento, le hubiera dejado a Franny, su mejor amiga, una bolsa llena de monedas de oro que tenía guardada dentro de una alcantarilla.

Pascal abrió los ojos, contento de que su muerte haya sido menos dolorosa de lo esperado. Estaba en el mismo lugar. Se pellizco una de sus patas para confirmar que seguía vivo. Pascal vio como la joven se dirigía a la puerta, acompañada de su novio Alberto.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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