El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 22

—¡Pascal! ¡Pascal! — exclamé asustada. Buscaba por toda la cama a mi mejor amigo. No estaba ahí. Eso causó que mi estomago se convirtiera en piedra y descendiera hacían donde estaban ubicados mis intestinos. Se le he dicho una, se lo he dicho cientos de veces: lo mejor que podía hacer en una situación como esta era esconderse debajo de las sabanas.

Todo mi cuerpo era la definición del diccionario de la palabra “nerviosismo”. ¿Dónde diablos se ha metido Pascal? Sentí un mordisco en mi cola que me hizo saltar tres metros al aire (al menos así lo creí). Fue Pascal el culpable.

—¿Me buscabas?

En cualquier otra situación eso me haría enojar pero en este caso el alivio se apoderó de mi cuerpo.

—Si, te estaba buscando. ¿Dónde diablos estabas?

Pascal me contó que apenas entró su intención era esconderse debajo de las sabanas como se lo había dicho. Pero se llevó con una horrible sorpresa. Sara estaba revisando las sabanas. Esto asustó a Pascal y lo obligó a buscar otro escondite.

Pascal estaba casi tan asustado como yo. Alguien tiene que ser el fuerte del grupo. Me presenté como candidata.

—Seguramente solo quería cambiar las sabanas — traté de consolarlo.

—¡Me está buscando! — soy el único testigo de un homicidio.

—¿Que parte de que eres un ratón no has entendido? Solo cambiaron las sabanas de mi cama — dije con firmeza —. El señor Ricardo solía hacerlo por su cuenta.

Me eché en la cama. Tenía razón, ¿Quién lo diría? Las sabanas estaban recién lavadas y tenían un olor agradable a ensalada de frutas. Quería estrenarlas echándome una buena siesta.

—¿Lo ves? Solo cambiaron las sabanas. El señor Ricardo lo hacía de vez en cuando, ¿Dónde está? A esta hora suele estar fuera de su cama.

Me acomodé en la cama y cerré los ojos. La siesta duró unos tres segundos exactamente porque Pascal me despertó jalándome de los bigotes.

—¿Qué diablos estás haciendo? — me preguntó desesperado —. Con un demonio, despierta.

Jaló mis bigotes con más fuerza, como si fueran las riendas de un caballo.

—Pascal, si me arrancas un bigote lo voy a reemplazar con cinco de los tuyos.

—Despierta, Franny. Quiero mostrarte algo que te va a quitar el sueño.

Me levanté con pereza, la cama era tan cómoda, pero mejor hacerle caso. Cuando se pone en ese plan, ¿Quién va a poder dormir? Pascal me hablaba como si varias palabras recién las hubiera descubierto. Toda esta desesperación me hizo acordarme de algo: Yo también tenía una cosa muy importante que decirle.

—Pascal, tengo algo muy importante que decirte. Es respecto al árbol.

—Me lo dices en el camino. Te aseguro que esto es algo que tienes que ver.

Pascal me condujo a la habitación del Señor Ricardo. Pascal estaba tentando a su suerte. De todas las reglas que le había dicho la más importante era que no debía meterse en el cuarto del Señor Ricardo por nada del mundo. Lo regañaré luego. Le relaté esa vez en la que al árbol de nuestro jardín le salió un ojo raro.

—Te dije que ese árbol estaba maldito. No sé qué es pero debe ser algo horrible, por eso debemos alejarnos de esa cosa lo más pronto posible.

—Totalmente de acuerdo, querido amigo — me costó mucho decir lo siguiente —. Lo he estado pensando y creo que tienes razón. Deberíamos irnos — se me quebró la voz —. No tienes idea de lo mucho que voy a extrañar este lugar, al señor Ricardo e incluso a Sara.

Pascal suspiró, sabía que lo que le estaba diciendo era sincero. Pero continuó en su ideal.

—Si, pero seguiremos vivos y eso es lo más importante.

—Tienes razón. Nos vamos esta noche.

—Nos vamos ahora — me corrigió Pascal.

—Estoy de acuerdo, ¿Para qué esperar? Mejor nos vamos ahora. Así tendremos lo que queda del día para encontrar un nuevo refugio.

Una vez acordado el trato abrimos la puerta de la habitación, quería aprovechar este momento para despedirme de él, uno de los dueños más amables que he conocido en mi vida. Apenas entramos me llevé una monumental sorpresa. Creo que voy a tener que hacer algo más que despedirme.

El señor Ricardo estaba echado en su cama, atado de manos y pies a cada una de las esquinas de la misma. Tenía una mordaza en la boca y unos ojos carentes de esperanza.

—No podemos irnos — dije con tenacidad.

Pascal comenzó a arrancarse los pelos de la cabeza en una señal bastante patética de desesperación si me lo preguntan a mí.

—¿Porque tuve que mostrarte este lugar? Creí que solo te ayudaría a confirmar que tenemos que largarnos de aquí de una maldita vez.

—Entonces no me conoces — respondí. La firmeza (o quizá la terquedad) no había abandonado mi cuerpo —. ¿No lo estás viendo, Pascal? No puedo dejarlo así.

—Está bien, lo desatamos y luego nos vamos.

—¡No! — exclamé —. Tenemos que mantenerlo a salvo. Si quieres puedes irte, pero yo me quedaré a protegerlo.

Pascal no se fue a ningún lado, comenzó a saltar por ambos lados maldiciendo. Estaba tan enfadado que se inventaba palabras.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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