Capítulo 24
Ambos policías saludaron a Sara con un tono serio (casi robótico) que no causó mucha impresión en ella.
—Ya te dije que no está aquí — dijo Sara con los dientes juntos. Parecía que en cualquier momento iba a escupir veneno — ¿De qué forma te lo tengo que decir para que lo entiendas?
—¿Por qué no dejas que ellos se encarguen de sacar las conclusiones? — dijo Francisco. Esto se iba a convertir en una competencia sobre quien escupía la mayor cantidad de veneno en la cara de su oponente.
Uno de los policías empujó suavemente a Sara para hacer un poco de espacio y poder entrar. Sara lo fulminó con la mirada, si una mirada pudiera matar Sara sería culpable de tres cargos de asesinato. Alberto y los policías entraron al jardín. Los adoradores del árbol ya no estaban arrodillados de forma sospechosa. Todos estaban sentados, dándole la espalda al árbol y tomándose distintas fotos.
—¿Quiénes son ellos? — preguntó Francisco.
—Unos amigos que vinieron de sorpresa para admirar nuestro hermoso jardín. Esta tarde vamos a tener un almuerzo, si lo desean están invitados.
Los tres rechazaron la oferta. Sara los invitó a entrar a la casa.
—¿Dónde está tu padre? — preguntó Francisco —. También quiero hablar con él.
—Está durmiendo y no despertará hasta dentro de una hora — Sara esbozó una sonrisa tan sutil como maliciosa —. Te sugiero que esperes porque a mi padre no le gusta que lo estén despertando por cualquier cosa.
Las palabras “cualquier cosa” lo hicieron enfadar.
Sara no mostró ninguna simpatía hacia la rabia que estaba sintiendo el padre de su ex novio, un ser cuya apariencia estaba desapareciendo de su mente a medida que ganaba la influencia del árbol. A Francisco no solo le irritaba la falta de consideración de Sara. También odiaba su tono voz: frio, calculador y carente de emociones. Era la primera vez que veía a Sara en toda su vida. La única información que tenia de ella eran las apasionadas descripciones de su hijo. Haciendo una pequeña comparación no se parecían en nada.
Quería terminar con esto. Quería encontrar evidencia que la inculpara. Quería encontrar a su hijo y, lo más importante, quería que Sara se pudriera en la cárcel.
—Terminemos con esto de una vez — dijo Francisco — ¿Chicos? ¿Chicos?
Los policías estaban parados, fuera de la casa, mirando al árbol. Se acercaron al mismo y el resto de los “amigos de Sara” se hicieron a un lado para darles la bienvenida a los nuevos miembros.
—¿Adónde creen que van?
Los policías ignoraron la pregunta, apenas la oyeron. El caso de Francisco pasó a importarle un pimiento. Solo les importaba el maravilloso árbol. Los policías tocaron el tronco del árbol, apenas sus dedos tocaron la madera comenzaron a convulsionar de forma salvaje sin alejar las manos del árbol. Francisco retrocedió unos pasos ante lo que estaba ocurriendo. Este era un espectáculo desagradable al que no quería asistir, ni siquiera había pagado la entrada.
Agarró a Sara de las solapas de su ropa y la acercó a él como si fuera un vulgar matón. Sara no opuso resistencia. Solo se reía ante la desesperación de Francisco.
—¿Que les hiciste? ¿Qué es todo esto?
Sara siguió riéndose. A estas alturas Francisco prefería a la Sara de nula emoción a la Sara que las expresaba abiertamente. Sus carcajadas, que deformaban su rostro, le daban mucho miedo.
—¿Yo? ¿Qué voy a hacer yo? ¿Sacarme una máquina de control mental del trasero para controlar a estas personas? Eso no tendría sentido. ¡Fue el árbol! — lo dijo con énfasis —. El árbol los llamó y ellos solo respondieron al llamado.
Los policías se pusieron de pie como si fueran un par de títeres sin voluntad, sacaron sus armas y apuntaron a Francisco.
—Arriba las manos. Quedas detenido por…
—Luego lo averiguaremos — completó el otro —. Quedas detenido y punto.
Las cosas todavía no terminaron de ponerse perturbadoras. Los ojos de Sara brillaron, un pequeño resplandor verde apareció en la punta de su iris y se fue expandiendo hasta cubrir casi todo su ojo. Francisco retrocedió. Estaba asustado.
¿Qué diablos está pasando aquí?
—Es hora de que tu también te nos unas — dijo Sara.
Los demás sirvientes del árbol se pusieron de pie, sus ojos brillaron de la misma manera que Sara. Estos se acercaron a Francisco. Parecían un grupo de zombies dispuestos a comerse unos buenos cerebros. Francisco le dio un rodillazo en la barriga a uno de los policías haciendo que este regrese al suelo de rodillas, también soltó el arma cerca de los pies de Francisco. Francisco la tomó. Apuntó a Sara y al resto de fieles. Todos se quedaron quietos ante la pistola que viajaba de cabeza en cabeza. Francisco podría matar a quien quisiera, solo tendría que jalar el gatillo.
Todos se detuvieron de forma prudencial, pero ninguno le tenía miedo a Francisco, ni a su nueva adquisición.
—¡Aléjense de mí! — ordenó Francisco.
Este se dio la vuelta y corrió hasta la puerta. Apenas el arma se alejó de sus cabezas los zombies de ojos verdes fueron en su búsqueda. Algunos zombies iban más rápido que otros. Era más por cuestión de peso y movilidad en las rodillas. El otro policía apuntó a Francisco, un disparo certero en la cabeza y acabaría con todo este problema. Disparó. Pero varios zombies se metieron en su camino y, sin querer, les terminó volando la cabeza.