El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 26

Francisco regresó. Esta vez vistiendo una casaca de alguien más gordo que él con capucha, dentro de la gran prenda pudo esconder su celular, con la aplicación de la cámara encendida, y se puso a tomar todo tipo de fotos. El terror se apoderaba de su cuerpo, como si fuera una sustancia propia y cuyo único propósito en la vida es envolverlo para siempre, al ver como la casa de Sara se estaba llenando de gente. El jardín estaba casi lleno y habían personas esperando afuera de la casa.

Francisco sintió una presión en su estómago al ver a tantas personas. No era introvertido, ni tenía problemas con los espacios llenos de gente. El problema era que esa multitud tenía el cerebro bien lavado y almidonado. Todos ellos eran manipulados por una entidad sobrenatural para quien sabe que propósito.

Francisco estaba escondido detrás de un poste, todavía no se había aventurado a entrar a la casa. No podía hacerlo tal como estaba, solo y con un arma con pocas balas. Pensó en cómo había comenzado todo este desmadre: todo comenzó con la desaparición de su hijo, Alberto, y el intento de averiguar que le había pasado. Su hijo había sido visto por última vez en la casa de esa mujer fría y despreciable llamada Sara.

Francisco sabía que esa mujer también era una víctima más de ese monstruo de origen desconocido. Pero, incluso teniendo esa información, le costaba mucho sentir empatía por ella.

Que se joda.

De una de las casas un chico entró y, unos segundos después, salió con una chica agarrándola de la muñeca. Ambos se dirigieron a la casa de Sara, donde el árbol brillaba más que nunca, y más personas se dirigían ahí.

—Ven, te juro que te va a encantar — dijo el chico con mucho entusiasmo.

—¿De qué se trata? — le preguntó la chica, quien trataba de seguirle el ritmo pero el chico caminaba demasiado rápido.

—Es un árbol, pero no es cualquier árbol. ¡Es un árbol que brilla en la oscuridad!

—Si, eso suena fascinante — dijo la chica nerviosa —, pero tengo otras cosas que hacer, ¿Podemos verlo después?

—¡No! Tiene que ser ahora.

El chico jaló a la chica con fuerza, la chica se movió a su voluntad como si fuera una muñeca de trapo. Francisco quiso ayudarla pero no se movió de su escondite. Sabía que no tenía ninguna oportunidad ante el ascendente número de personas. Si hacía algo solo terminaría llamando la atención de los zombis, quienes lo perseguirán, atraparan y lavaran el cerebro como a los demás.

Chico y chica se perdieron entre la multitud.

Tampoco podía confiar en la policía, ya lo había hecho y las cosas fueron de mal en peor. Francisco vio como otros policías entraban a la casa, obviamente no para hacer una inspección de rutina. Un policía llevaba a su compañero a la fuerza. Francisco miraba al árbol con mucho odio, era el principal responsable de toda esta masacre.

Si lo destruía…

Si lo destruía podía sacar a todas las personas de su hechizo hipnótico. Salvarlas del mal.

Francisco corrió y se mimetizó con la multitud, sacó su celular y tomó todas las fotos que pudo. Esa pequeña operación le tomó unos diez minutos. Guardó su celular con la evidencia y se fue del lugar, manteniendo un perfil bajo y sin llamar la atención.

Fue a la casa de uno de sus amigos más queridos, llamado Eduardo Mendoza. Era un viejo amigo del ejército. En el camino hizo otras llamadas a otros viejos amigos militares. Tenía una misión muy importante para todos ellos.

Solo fueron dos personas más. Francisco había llamado a quince, pero varios de ellos no pudieron asistir por una larga variedad de razones: Fiestas familiares, exceso de trabajo, viajes, pero la más común de todas era que no recordaban a Francisco o no querían saber nada de él. Francisco se caracterizaba por ser una persona rebelde y poco disciplinada en sus tiempos en el ejército. Para Francisco solo bastaba fingir lo suficiente para alegrar a sus superiores, pero la realidad era distinta. No había aprendido casi nada más allá del uso de armas y algunas técnicas de combate.

Con todos sus problemas Francisco se convirtió en uno de los soldados más letales del ejército. Misión a la que iba, misión a la que regresaba victorioso y en una pieza. Había una opuesta gama de emociones entre las tres personas que conformaban su público. Iban desde la admiración hasta la falta monumental de paciencia. Francisco no podía alargar más las cosas, si tenía algo que decir que lo haga de una maldita vez. A su lado había una pizarra acrílica, propiedad de la ex esposa de Eduardo Zúñiga que daba clases particulares. Cuando lo dejó se llevó todo menos esa pizarra.

Francisco dibujó un árbol en la pizarra. Esto confundió a sus invitados. Uno frunció el ceño y el otro jugó con su bigote.

—¿Que es todo esto? — preguntó uno de ellos después de tomar una galleta.

Francisco tomó un poco de aire antes de empezar a hablar.

—Sé que estoy va a sonar descabellado, pero tienen que creerme. Lo que estoy a punto de decirles es la pura verdad.

Francisco les contó todo lo relacionado al maldito árbol y sus efectos en las personas. Les contó acerca de la desaparición de su hijo y de la actitud robótica y carente de humanidad de Sara. Pasando por su experiencia personal al casi convertirse en un zombi, esclavo del árbol, y como varios sujetos carentes de criterio propio casi lo agarran.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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