El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 27

Pascal y yo estábamos sentados en la sala sin hacer nada.

¿Qué podíamos hacer aparte de mirar horrorizados el espectáculo que teníamos al frente?

El patio estaba lleno de gente. Casi todos arrodillados cerca al árbol, con la cabeza abajo y rezando de forma extraña, en un idioma que no era castellano. No podía probarlo pero también estaba segura de que no era latín.

Sara caminaba entre la multitud vestida con una túnica que la hacía lucir como La Parca de la película El séptimo sello. Recuerdo haber visto la película con mi ama hace mucho tiempo, ambas nos quedamos dormidas de lo aburrida que era, pero la imagen de “La parca” se quedó a vivir dentro de mi cabeza felina. Esa misma noche tuve un par de pesadillas con ese ente. Era el monstruo que más me asustaba, al menos hasta que monstruos comenzaron a aparecer en mi vida.

Solo la mitad de la barbilla de Sara se podía ver debajo de esa capucha. Su sonrisa era de extrema satisfacción. No recuerdo haberla visto sonreír de esa manera, en ningún momento en mi corta estancia en esta casa. Sara llevaba unos sándwiches en una bandeja (compró los ingredientes gracias a una colecta que hicieron entre todos). Los que pasaban cerca de ella tomaron uno.

Era una comida muy extraña. Era verde y brillaba.

Sin embargo la gente se la comía con un gusto envidiable. El solo verlos comer me tentaba y me hacían preguntarme, ¿A qué sabrán esos sándwiches? Cuando se acababa la comida Sara mandaba a alguien a que compre más, y de paso traer a un nuevo miembro para la secta.

Varios de ellos ya habían traído a todo familiar y amigo que conocían así que para aumentar más la familia tenían que ponerse creativos y usar la fuerza, sobre todo usar la fuerza.

Los pájaros volaban encima del árbol en círculos bien coordinados, tenía una duda que me causaba malestar estomacal. Los llevaba observando durante horas y jamás los había visto alejarse del árbol. Siempre volaban encima de este o se escondían dentro en busca de refugio. Ni siquiera los había visto descender a tierra firme para atrapar algún insecto para desayunar o algo por el estilo.

Eso ultimo lo entiendo. Me tienen a mi asechándolos. El solo pensar que esos pájaros me tenían miedo (puede que sí, puede que no) era algo que me hacía sonreír. Me di la vuelta y Pascal me siguió. el ratoncito caminaba con pasos pequeños y le costaba mucho alcanzarme. Con delicadeza lo tomé entre mis dientes y lo puse en mi lomo.

—Arre caballo — dijo Pascal con un fingido entusiasmo.

—No tienes que pretender nada, Pascal. Yo también tengo miedo. Mucho miedo. Hasta me atrevería a decir que estoy más asustada que tu — miré hacia abajo —. Mira mis patas, están temblando.

Mis patas temblaban de tal forma que hacían que el resto de mi cuerpo se moviera de forma errática, haciendo que Pascal sintiera que estaba parado en una superficie inestable, en medio de un terremoto.

—Franny, cálmate que me estas poniendo nervioso.

Los temblores no pararon, solo disminuyeron su intensidad. Eso bastó para que Pascal se sintiera mejor. No había nada más que añadir. Ambos estábamos asustados. No sé cómo estará Pascal por dentro, pero en mi caso sentía como si tuviera a un boxeador tan poderoso como esquizofrénico, y enfadado con el mundo, golpeando mi estomago como si fuera un saco de boxeo resistente. Tomaba su resistencia como si fuera un desafío. Quería destruirlo.

Ambos miramos las escaleras con terror, con un miedo a lo desconocido que ni el mismísimo Lovecraft lo toleraría. Le había contado una idea que se me había ocurrido. Ninguno de los dos estaba entusiasmado con la misma.

Pascal suspiró.

—Solo muévete antes de que me arrepienta.

Subí al segundo piso. No recuerdo que me hubieran prohibido subir al segundo piso durante mi estancia en esta casa, o que estuviera escrito en negrita en el cuadro de reglas de Sara. Y aun así jamás me atreví a subir al segundo piso. Había algo que me daba miedo, ya que estaba en constante oscuridad. Incluso pensaba que sus dueños también le tenían pavor. En mi tiempo viviendo aquí jamás había visto al señor Ricardo o a Sara subir al segundo piso. Bueno, esa declaración se tiene que tomar con un grano de sal porque casi todo el tiempo que estuve aquí o me la pasé durmiendo, o me la pasé en el jardín.

Cambiaré mi declaración: En mi estancia, en el tiempo que estuve despierta jamás los he visto subir al segundo piso.

—Franny, ¿Que estás haciendo? — me preguntó Pascal, preocupado por mi salud mental.

—Estoy subiendo al segundo piso, ¿Que no ves?

—No, solo estas moviendo las patas pero no te estas moviendo de donde estas paradas.

Era verdad. Solo movía mis patas, más parecía que estaba enterrando mis necesidades en mi caja de arena.

—¡Es que me da miedo! — admití.

—Maldita sea mi vida — se quejó Pascal.

Se subió encima de mi cabeza y puso su cuerpo frente a mis ojos, tapándolos. Solo pude ver un marco peludo color gris.

—Listo. No te puede asustar algo que no puedes ver. Muévete que yo seré tus ojos.

¿Qué sería de mi vida sin ese pequeño ratón? El primer paso siempre es el más difícil. Pisé un clavo sin querer. Y el más doloroso. Seguí moviéndome, guiada por Pascal. Las escaleras de madera hacían mucho ruido apenas las pisaban, sentía como si mis patas estuvieran encima de grandes cantidades de esos plásticos con burbujas que explotan al mínimo contacto.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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