La acumulación de personas en el jardín estaba empezando a convertirse en un problema debido a la falta de espacio, y venían muchos más. Varios de los invitados estaban visiblemente incomodos, pero nadie se atrevió a decir nada. El árbol les había dicho que estas molestias eran banales en comparación al gran propósito que tenía planeado para ellos.
E incluso si alguien quisiera irse, alguien que no estuviera del topo hipnotizado, el árbol no se lo permitiría. Las molestias no venían solo del poco espacio, sino también del suelo. El pasto suave venía acompañado de unas gruesas enredaderas que se movían como serpientes rugosas. Estas se encargaban de vigilar los suelos y mantener en su lugar a cualquiera que quisiera irse. Las puertas estaban cerradas y los seguros, cubiertos de lianas espinosas, cuyas espinas podían cambiar de tamaño dependiendo de la persona que lo toque.
“Les daré poder más allá de lo que se imaginarían, gracias a mí sus acciones causaran un verdadero cambio en este planeta y cualquiera de sus limitaciones será erradicada.”
Esas palabras pasaban por la cabeza de los miembros de la secta, tenía una voz suave y complaciente que cambiaba de persona en persona. Para algunos sonaba como un familiar al que quisieran mucho, otros como su mejor amigo, otros como su pareja y algunos como un dios generoso dispuesto a sacrificarse por él o ella.
Los únicos que parecían inmunes eran cuatro sujetos que entraron recientemente. Tocaron la puerta y Sara los dejó entrar de inmediato. Los cuatro usaban gruesos abrigos (con este calor será un infierno para ellos) y uno de ellos cargaba una bolsa deportiva. Sara los recibió con una expresión complacida al ver a Francisco.
—Qué bueno el saber que te has animado a descubrir tu verdad. De tú verdadero propósito en la vida.
—Es precisamente lo que acabo de descubrir — dijo Francisco con un tono misterioso
Esto complació aún más a Sara.
—Tenemos muchas sorpresas preparadas para ti y tus amigos. Primero quítense los zapatos.
Los cuatro obedecieron. Sara notó la bolsa deportiva.
—¿Que hay en la bolsa?
—Ropa. Creímos que nos íbamos a quedar durante varios días — Francisco usó su mano para resaltar la vasta cantidad de personas que había en el lugar —. Esto parece ser algo que irá para largo.
Sara se rio con elegancia, cosa que Francisco encontró extraño. Esa mujer solo lo había tratado de una forma grosera y petulante. Sus cejas bajaron y cualquier rastro de sospecha que tenía hacia ellos había desaparecido.
—Descuiden muchachos. Todo va a terminar esta noche.
Sara los dejó pasar. No conocía a tres de los cuatro sujetos que pasaron. No le tomó importancia porque eso pasó con el noventa por ciento de los sujetos que ocupaban su jardín.
Francisco y sus amigos se perdieron en la multitud, cuando nadie los veía se pusieron unos tapones en las orejas para no escuchar nada de lo que el árbol tuviera que decirles. Sara se dirigió al centro del jardín, cerca al árbol. Unas ramas aparecieron del suelo formando unos escalones para que ella pudiera subir.
Unas ramas extra crecieron en los costados del árbol y agarraron a Sara por la cintura levantándola unos metros en el aire. En cualquier otra situación Sara estaría más que asustada, pero no ahora. El árbol, su preciado árbol, eran quien controlaba todo y él sería incapaz de hacerle daño. Estaba tranquila, aunque no podía ocultar su nerviosismo por lo inesperado que fue.
Una de las ramas le alcanzó una campana. Ella la hizo sonar con la intención de llamar la atención del resto de la multitud. La campana no funcionó. El ruido que provocaba fue eclipsado por una ola de conversaciones y rezos. Sara empezó a perder la paciencia. Eso no era mucho problema, lo que si era un problema era que el árbol comenzó a perder la paciencia.
El árbol soltó un fuerte sonido que solo podía ser escuchado por los miembros de la secta. Este caló en los oídos de todos, destrozándolos sin piedad. De todos, menos Francisco y sus amigos. Al ver que todos estaban retorciéndose en el suelo decidieron hacer lo mismo para salvaguardar las apariencias.
“¡Silencio!” exclamó el árbol en cada uno de los oídos de la multitud.
El sonido cesó y todas las personas, mareadas, se pusieron de pie, lentamente con calma y sumisión. Nadie habló. Algunos tenían lágrimas en los ojos y a otros todavía les zumbaban los oídos. Sin intención de entrar en clichés ese ruido fue el equivalente a que te taladraran en la cabeza sin anestesia.
—Se que duele mucho — Sara fue de las pocas a la que ese ruido no afectó —. Pero es algo necesario. El dolor es algo necesario.
Es algo que muchos de ustedes van a aprender van a aprender muy pronto, pensó.
—Sin embargo ahora mismo no estamos aquí para hablar de dolor, sino para homenajear a este árbol tan magnifico que tenemos aquí. Quiero que todos le den un aplauso.
Todos aplaudieron como si se tratara de la celebridad más famosa de todos los tiempos.
—¿Y cómo vamos a homenajear su magnificencia?
Todos se quedaron callados. Esa era la reacción correcta: Cerrar la boca y obedecer el árbol. Sara también se quedó callada. No tenía idea de que más decir. Se aclaró la garganta.