El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 30

El desatarse le tomó más tiempo de lo esperado. El señor Ricardo tenía que escapar, tomar a Franny, buscar un teléfono y llamar a la policía. Se le puso la piel de gallina (no se notaba en su arrugada piel) al escuchar unos pasos dirigiéndose a su habitación. Eran varios pasos. Varios pies. Más de una persona. Su hija iba acompañada. De un cajón de su vieja cómoda sacó un abrecartas que ya no usaba pero que todavía conservaba, fue uno de los primeros regalos de su esposa, y retiró un foco de una de las lámparas (como no se había encendido durante el día todavía seguía estando frio).

Tenía tres lámparas más en su cuarto, otra cosa de la cual su hija no era muy buera era en la creatividad a la hora de dar regalos. Las más de cincuenta tazas con la leyenda: “El mejor papá del mundo” lo evidenciaban.

Rompió el foco hasta formar una estrella, tan desigual como puntiaguda. Perfecta para cortar gargantas. En apariencia el señor Ricardo parecía estar listo para la acción cuando en realidad estaba asustado. El miedo del cautiverio temporal no había desaparecido, estaba tan aterrado estando libre que cuando estaba atado.

La puerta se abrió.

Sara y dos personas más entraron, una de ellas llevaba un uniforme de policía. Entonces el llamar a la policía estaba descartado. Solo tenía que tomar a la gata e irse. Sara cruzó los brazos en señal de reproche.

—Papá — habló ella como si le estuviera hablando a un niño — ¿Como escapaste? ¿Tienes idea de lo mucho que me costaron hacer esos nudos? Regresa a la cama inmediatamente.

—¡Y un cuerno! — refunfuñó —. Después de todo lo que he hecho por ti, ¿Así es como me pagas? ¡Fui yo quien te cambió los pañales!

No hubo ninguna reacción por parte de los acompañantes de Sara, aunque si no estuvieran bajo el control del árbol se estarían partiendo de la risa. En cambio Sara si mostró una emoción, un leve enrojecimiento en la cara. Gruñó de forma sutil y vio al viejo asustado con condescendencia. Sara mostró una sonrisa compasiva como si estuviera diciendo: “Ya es hora de educar a este maldito viejo de una vez.”

—Papá, ya te lo he dicho antes. Lo que estoy haciendo lo hago por ti. Es mi forma de agradecerte por todo lo que me has dado. Vamos a convertirte en un mejor hombre de lo que alguna vez fuiste. Vamos a curar todas tus enfermedades — Sara creyó que tenía la sartén agarrada por el mango —. Puedes despedirte de la incontinencia, los dolores musculares, los calambres y la osteoporosis. Recuperaras tu juventud y solo tienes que hacer lo que tu hija te diga — Sara se mostró más autoritaria —. Así que ven aquí.

El señor Ricardo retrocedió, no creía en nada de lo que su hija le estaba diciendo. Era demasiado bueno para que fuera realidad.

—No quiero saber en qué tipo de basura satánica estás metida. Es tu vida y es tu decisión, pero hazla fuera de mi casa. Lárgate a llévate a todas esas personas contigo.

—Veo que es inútil razonar contigo — Sara dio un paso hacia atrás y dejó que los demás dieran un paso al frente —. Muchachos, no sean duros con él.

Los dos hombres se acercaron al señor Ricardo. Este movió el foco roto como si fuera un cuchillo, en este caso cumplían una función similar. Sin querer apuñaló a uno de los hombres en el cuello. Se trataba del policía. La herida dejó salí mucha sangre que manchó su uniforme. El policía trataba de cubrir la herida con sus manos para evitar que más sangre escape pero estas eran demasiado pequeñas y regordetas para el trabajo. No importaba que tanto lo intentase, la herida no dejaba de emanar sangre.

Se desplomó y su arma cayó cerca de los pies del señor Ricardo. Este tomó el arma y le disparó al segundo esbirro antes de que este tuviera la oportunidad de hacer algo. Decoró su pecho con tres agujeros.

El señor Ricardo apuntó a su hija:

—Te quiero mucho, pero no me obligues a dispararte.

—Yo también te quiero un montón y por eso me obligas a hacer esto.

Sara era mucho más fuerte que el señor Ricardo, no solo por la edad, sino también por las tres horas al día que se la pasaba entrenando. Sara se lanzó encima de su padre. El disparo en el hombro no bastó para detenerla. Ambos chocaron contra la mesita de noche destrozándola, junto con la lampara sin foco. Sara se sentía como una versión delgada de una luchadora de sumo.

Sara se levantó como pudo, su hombro le dolía bastante. Su padre estaba en el suelo, su cuerpo parecía una muñeca de trapo que ha recibido más castigo del que merecía. Sara podía deducir sin problemas que le ha roto un par de costillas a su padre. Sara trató de levantarlo pero fue imposible, su hombro lastimado no estaba dispuesto a colaborar.

Sara salió de la casa. Los demás miembros de la secta la vieron, expectantes de tener algo que hacer. Sara estaba dispuesta a darles una tarea. Sara señaló a tres hombres al azar para que trajeran el cuerpo de su padre, pero primero tenían que ponerle cinta adhesiva en las muñeca, tobillos y boca para que no se mueva ni grite.

Sara volvió a entrar con los tres sujetos aleatorios y salió triunfante, entre gritos y aplausos, con los tres hombres cargando el cuerpo amarrado de su padre. Estos lo pusieron cerca del tronco del árbol y regresaron con la multitud.

—Yo amo a mi padre más que nada en el mundo y por eso estoy dispuesta a sacrificarlo por un bien mayor. Por el bien colectivo y del planeta. El árbol nos prometió que arreglaría el planeta de nuestro desastre a cambios de unos cientos de sacrificios, ¿Que son cientos en comparación de billones, eh? A mí me parece un trato justo, ¿Que me dicen ustedes?



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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