El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 31

Pascal vio y escuchó lo que pudo. No pudo ver ni oír como el señor Ricardo se defendía de su hija y de sus esbirros. Si lo hubiera hecho habría admirado al señor Ricardo, casi tanto o más que yo.

Pero lo que vio lo escandalizó.

Vio como Sara y tres personas más sacaban el cuerpo de la casa, como Sara suspiro de alivio al enterarse que su padre seguía vivo (sino hubiera sido un pésimo sacrificio) y escuchó todo ese discurso (que le pareció estúpido incluso a un ratón) de que el árbol iba a resolver todos los problemas el mundo y que iba a crear a una versión mejorada de los miembros de ese nada prestigioso club (cualquiera puede entrar).

Toda esta locura fue más que suficiente para que Pascal quisiera despertarme. Lo golpes en la cara no funcionaron, que zarandeara mi cuerpo tampoco así que optó por medidas más drásticas: el muy desgraciado me mordió la oreja lastimada.

—¡Despierta! Maldita gata ociosa, cobarde y obesa. ¡Despierta!

—Ya, ya me desperté… y escuché todo lo que dijiste.

—Eso no me importa. Acabo de escuchar un montón de cosas alarmantes.

Pascal me contó todo el chisme. Sus palabras me rompieron el corazón, me causaron náuseas y dolor de cabeza. Tomé a Pascal con mis patas, desesperada.

—¿Me estás diciendo que van a matar al señor Ricardo? — estaba tan asustaba que mi voz temblaba conmigo.

—Si, eso mismo dije. Así que, si tienes un plan será mejor que lo hagas ahora mismo.

Sabía que no podía hacer nada para detener el sacrificio por mi cuenta. Si saltaba y atacaba la cara de Sara solo conseguiría retener el sacrificio por unos segundos. Los demás miembros me atraparían con suma facilidad, cuatro pares diferentes de manos me agarrarían de las cuatro patas y luego todas jalarían en cuatro direcciones diferentes y me partirían en cuatro partes desiguales.

—¿En qué estás pensando? — me preguntó Pascal, tomó algunos de mis pelos, caídos por el estrés. Se podía hacer una peluca femenina con ellos si quisiera.

—En mi inevitable muerte — respondí sombría.

—Deja de hacerlo — fue lo único que pudo decirme.

—Está bien — fue lo único que pude responder.

No quedaba más remedio que seguir con el plan inicial: Buscar a los pájaros y que estos nos ayuden con una solución. Si ellos se niegan no me quedará más remedio que recordarles que soy una gata, su depredador natural y destrozarles los huesos del cráneo.

Ninguno de los dos estábamos del todo seguro que este plan iba a funcionar, pero era lo único que teníamos. No quedaba otra opción. Éramos dos contra una bestia de origen desconocido, en días como estos, extraño al ejército de ratones que teníamos a nuestra disposición.

Hablando de objetivos:

—Oigan, par de inútiles. ¿Qué están haciendo? — preguntó uno de los pájaros al verme retroceder y tomar aire. Estaba volando a una distancia prudencial de mí, muy cerca del árbol.

El verlo me hizo sentir aliviada, podía hablar con ellos desde aquí. No había necesidad de saltar.

—Sé que hemos iniciado nuestra relación de mala manera, pero quisiera pedirles un favor. Una de las personas que más quiero está a punto de morir a manos de su hija, todo para complacer a ese árbol maldito. Quisiera saber si conocen alguna forma de detenerlo.

El pájaro se quedó mirándome, pensando. Espero que esté pensando en una solución. Ya quisiera yo.

—¿Que? — gritó el pájaro acercando su ala a su oreja, como si fuera un anciano que necesita urgentemente un aparato para el oído — ¿Que dices? Si quieres decirnos algo será mejor que vengas aquí y hables con nosotros — el pájaro comenzó a mofarse de mi —. Creo que eso no será posible, eres un gato que le teme a las alturas.

La carcajada tuvo la compañía de otras carcajadas más ruidosas. Todas esas risas me dejaron callada e indignada. ¡Se acabó! si esos malditos pájaros me quieren encima del árbol, ahí estaré. Luego no estén llorando cuando les arranque las alas a mordiscos. Antes de hacer algo Pascal me sugirió que fuéramos al techo para que pueda tener un espacio más amplio para saltar.

Eso hice.

Apenas llegamos al techo, un fuerte viento atravesó mis pelos y me caló hasta los huesos. Llegué, traté de no mirar abajo, no quería volver a desmayarme. Retrocedí un poco, luego un poco más.

—No retrocedas demasiado que estamos llegando al otro lado del techo - me advirtió Pascal.

Tomé un poco de aire y le advertí a mi amigo que se agarrara bien porque este iba a ser un salto muy largo. Sentí como las patas de Pascal, que estaban temblando, apretaban mis pellejos. Corrí a toda máquina, pasé de ser un gato a convertirme en un caballo de carreras. Llegué al borde del techó, flexioné mis patas traseras e hice el salto.

Aterricé en una rama. Mis garras se clavaron en esa rama tan gruesa en esa rama tan gruesa dejándome colgada como si fuera un peludo adorno de navidad. Trepé con dificultad hasta poder pararme en una superficie sólida. Mi corazón latía velozmente. Lo había conseguido. ¡Maldita sea lo había conseguido! Quería saltar de alegría, no lo hice. Por culpa de la rama. La rama era lo suficientemente gruesa como para sostener mis cuatro patas en simultaneo, pero no tanto como para permitirme hacer un acto de celebración.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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