El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 32

El pájaro que me había sorprendido desapareció, seguramente para reunirse con su bandada.

  • —¿Para qué has venido? Habla de una maldita vez.

Apenas abrí la boca para responder uno de esos pájaros me picó en la cabeza. Traté de ver hacía donde se había ido, pero me fue imposible determinar hacia donde diablos se fue. Los picotazos se repitieron desde distintos puntos del árbol, y todos ellos hacia una sola dirección: Mi cabeza. Los pájaros decidieron diversificar sus objetivos. Me picaron en la cabeza, los ojos, la espalda, las patas, la cola. Literalmente cualquier parte de mi cuerpo se había convertido en un objetivo para esos picos.

  • —¿Decías algo? ¡Vamos!, vas a tener que decirnos algo si quieres que te ayudemos.

Las risas se oyeron desde lejos y desde cerca. No había que ser un genio para saber que esos pájaros de mierda no tenían ninguna intensión en ayudarme. Solo querían verme sufrir. La gota que colmó el vaso fue cuando uno de esos monstruos emplumado me picoteó el trasero, y no fue un piquete delicado. Salté al recibir un picotazo en esa zona tan delicada, casi mi caigo del árbol. Mis garras se colgaron en las ramas. Los picos se enfocaron en mis patas, tratando de hacer lo posible me caiga del árbol.

Un poderoso rugido felino los alejó de mí. Me subí a la rama. Esos malditos pájaros estaban colmando mi paciencia. Esos pájaros se acaban de meter con la gata equivocada. Me quedé quieta y cerré los ojos, estaba segura que esos pájaros estaban volando en círculos encima de mí, querían que saltara. Desde esta altura la caída me causaría mucho daño por muy gato que sea.

Abrí los ojos y vi a un pájaro cerca de mí. Sin pensarlo dos veces salté con la boca abierta. Le di un mordisco en el cuello con todas mis fuerzas. El pájaro se retorcía. Me daba arañazos en la cara con sus patas. Los ignoré, solo quería acabar con él, para que el resto de esas malditas aves se diera cuenta que no era buena idea meterse conmigo.

Las risas cesaron. Los pájaros estaban horrorizados ante lo que estaban viendo: el aterrador y desagradable espectáculo de un gato comportándose como un gato. Los intentos de lucha del animal se hicieron más débiles, yo solo me limité a hacer más presión en su cuello. Moví la cabeza varias veces manchando las hojas que estaban a mi alrededor con su sangre.

Los pájaros me insultaban asustados.

  • —Esta puta mató a uno de los nuestros.
    • —No pensamos que fuera capaz.
    • —Siempre creímos que era una inútil.
    • —Carajo.

Bravo. Que eso sirva de lección para ustedes. Jamás de los jamases se metan con un ga… ¿Qué es eso? He cazado tantas veces en toda mi vida para saber con certeza el sabor de la sangre. El sabor puede variar de animal en animal, a veces pueden ser más dulces. Pero siempre tienen ese toque metálico.

Este no.

Sabía a sopa de arvejas.

Un líquido verde se escurría del cuello de mi presa. Lo solté atemorizada. El pájaro yacía muerto debido a que le faltaba un pedazo de cuello. La sangre verde se le escapaba a grandes cantidades, pero no era lo más raro del animal. La falta de sangre deformaba por completo al pájaro haciendo que su cabeza parezca un globo desinflado. Sus ojos rojos se salieron de sus orbitas como si fueran dos canicas.

Un apéndice salía de la cola del animal, de su ano para ser más precisos. Era un cable blanquecino que conducía hacia arriba. Levanté la cabeza para ver una luz verde tan intensa que me quemaba las corneas. Bajé la mirada.

Encima de mi había un bulto verde (más por el brillo que por su color original). Esa cosa se parecía a un tumor a uno le sacarían por la espalda, con protuberancias por todos lados que parecían dientes y un par de ojos desinflados. Varias ramas se acercaron a ese bulto, en ellas estaban parados el resto de la bandada de pájaros. Todos ellos tenían un cable bien pegado en el trasero.

    • —Estás muerta, puta ¿Me escuchaste? ¡Muerta!

Ninguno de los pájaros dijo eso. La voz parecía venir de otro lado. De abajo.

La rama en la que estaba parada comenzó a temblar. Debajo de mí solo se veía el vacío, un vacío muy oscuro. De ahí salió una enredadera que rodeó mi cuerpo atrapándome. La rama se hizo pedazos y desapareció en el vacío. La enredadera me levantó hacia arriba, incluso superando la altura del árbol. El fuerte viento me dio un golpe en la cara. La multitud me señalaba y Sara se mostraba confundida. Sin saber que estaba pasando y sin saber qué hacer.

Invadida por el terror no pude hacer otra cosa más que mirar hacia abajo. Grave error. Ojos. Varios de ellos mirándome. Ojos que salían de las ramas y las hojas. Sea cual sea el lugar de origen de este árbol no es de este planeta.

¿Eso fue lo más rara?

No, no, no y no.

Puedes apostar tu trasero a que las cosas se van a poner más inauditas. La copa del árbol se separó en dos partes iguales, como si fuera una puerta corrediza. Debajo de mi había un rostro hecho de madera, no era un rostro humano. Varias ramas hacían el rol de ojos y estaban por todas partes, otras ramas hicieron el rol de unos colmillos blancos y filosos que rodearon y agujero era obviamente la boca.

Deje de ascender, estaba a una altura tan elevada que el caer significaría una muerte segura. Fui descendiendo poco a poco, como si el árbol quisiera que apreciara al extremo a la criatura que tenía debajo de mí. La boca se extendió hasta abarcar casi toda su cara. El interior de la boca se iluminó revelando una infinidad de tentáculos y el cadáver de Alberto, cadavérico y con tentáculos pegados en distintas partes de su cuerpo.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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