El árbol dejó de reírse, fueron los tres minutos más largos de toda mi vida.
—Puedo controlar a los humanos a mi antojo. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Ni por ti, ni por nadie.
Tal como están las cosas parece que el árbol tiene muchas ganas de hablar, y no había otro voluntario además de mí. Como se nota que los pájaros eran la única compañía que tenía.
El árbol me contó un poco de su origen.
—Yo vine de… un momento, ¿Para qué contártelo cuando puedo mostrártelo?
Del centro del iris verde del enorme ojo que tenía frente a mi salió un tentáculo pequeño que terminaba en punta. Este se acercó a mí a una velocidad alarmante. Traté de escapar moviendo mis patas pero no funcionó. Las ramas me sostenían muy bien. Las patas se movían pero mi cuerpo no iba a ningún lado. El tentáculo que sostenía mi pecho aumentó la presión impidiéndome respirar.
—No te muevas — me ordenó el árbol.
—Por favor. No — susurré suplicante, con el poco aire que me quedaba.
La aguja entró por la parte posterior de mi cabeza, apenas sentí el piquete. Mi cerebro se llenó de imágenes que jamás había visto en mi vida. Como si fuera una película proyectándose dentro de mi cabeza lo vi. Lo vi todo. Vi un bosque extraño lleno de árboles que se movían con la ayuda de sus poderosas raíces. Cualquiera de esos árboles era mucho más grande que este árbol. El doble. Puede que el triple.
—¿De aquí vienes?
—No, este es el planeta Aqurias, un planeta desértico que hicimos nuestro hogar. Puedo crecer donde quiera.
No solo habían plantas en ese bosque de arboles monumentales y flores moradas y monstruosas (en serio, varias de ellas tenían colmillos). También habían especies animales, y eran igual de extrañas que las plantas. Si querían hacerme entender que eran especies de otro mundo lo consiguieron. Habían unas criaturas blanquecinas, muy parecidas a un panqueque sin cocinar, que se movían con sus ocho patas que tenían alrededor de su cuerpo, unas especies de perros con el hocico tan grande como el de un oso hormiguero, unas hormigas gigantes (mucho más grandes que yo, eso se los puedo asegurar) y unas criaturas humanoides de piel rosada, calvas, lampiñas y con dos huecos negros en lugar de ojos.
A ninguna de esas especies las había visto nunca en mi vida. Sin embargo estaba segura de que algo raro les estaba ocurriendo. Todos ellos tenían algo antinatural dentro. Los seres blanquecinos tenían enormes protuberancias en la espalda de las cuales salían tentáculos verdes con formas de gusanos; de las enormes narices de los perros salían unas ramas muy parecidas a la de los arboles; y de los huecos oculares de las criaturas rosáceas salían unos tentáculos que terminaban en unos ojos verdes, que se movían a distintas direcciones cada uno. Los verdaderos ojos de esos seres colgaban de sus cuencas.
Los humanoides rosáceos eran barrigones. Uno de ellos agarró un trozo filoso de piedra y le apuñaló la panza al que estaba a su lado, con sus dos manos la abrió por completo. La víctima no gritó, ni reaccionó. De su interior salieron varias semillas con forma de pelota de tenis mordida. Tomó una de ellas y la revolcó en un barro especial hasta cubrirla por completo. Cerca a uno de los arboles más grandes había un cañón metálico (no parecía pertenecer a ese mundo). Puso la semilla protegida dentro, apuntó al espacio y disparó. La piedra endurecida fue a vagar al espacio en busca de un nuevo hogar.
—¿Por qué? — fue lo único que pude preguntar después de ver todo esto.
—Es lo que hacemos. Llegamos a un planeta. Nos introducimos dentro del cuerpo de alguien, tomamos el control. Formamos semillas en su interior y una vez hayan madurado las introducimos en los cuerpos de los que tenemos más cerca. Y seguimos con lo mismo hasta apoderarnos de todos los seres del planeta. Consumimos sus recursos y vamos al siguiente.
Me estaba costando un montón asimilar toda esta información y aun había más por recibir porque el árbol siguió hablando.
—No sé si lo sabía, probablemente no porque eres un gato, pero el universo es amplio, casi infinito. Hay miles de millones de planetas por consumir. Por eso nadie nos ve como una amenaza. Podríamos hacer esto por siglos y ni siquiera llegaríamos al 5%. Lo sé porque llevamos siglos haciendo esto. No es nada personal. Este planeta solo es uno más.
En cualquier otra situación me asombraría de saber que hay vida inteligente en otros planetas. Pero ahora me ponía los pelos de punta. La idea de que esos monstruos consumieran todo el planeta me causaba acidez.
—¿Este lugar te suena familiar?
Mis ojos se volvieron negros. Vi una casa y a una pareja joven conformada por el señor Ricardo y su esposa. Ambos demostraban los enamorados que estaban abrazándose y besándose constantemente. Estaban a las afueras de su casa recién adquiridas contemplando el paisaje urbano y su próximo jardín.
Un meteorito cayó en la tierra y ninguno de los dos pareció tomarle importancia.
—Parece que hemos recibido un regalo del espacio — dijo el señor Ricardo — ¿Quieres que vaya por él?
—No, dejemos que se lo trague la tierra. Solo es una roca.
Ambos entraron a la casa.
Debajo de la tierra la semilla verde espacial se mezcló con la semilla del árbol que el señor Ricardo, previamente, había plantado.