El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 42

Sé que esto ya lo he dicho antes y que, a este paso, se va a convertir en un cliché en esta historia pero lo que acabo de ver se va a quedar dentro de mi cabeza por el resto de mi vida, será el mayor combustible para mis pesadillas. Un yacimiento sin fondo de horrores.

El papá de Alberto gritó. Sus pies comenzaron a sangrar. Unas raíces muy delgadas, tan delgadas como si fueran tenías, entraron por la pantorrilla del papá de Alberto, llenando el suelo de sangre. El pasto absorbió la sangre. Deliciosa. Esas raíces subieron por sus piernas, su cintura, su pecho, sus brazos hasta llegar a su cabeza.

Más y más raíces entraban por su cuerpo.

Las raíces salieron de su boca, cubriendo la mitad de su cara. De dichas raíces brotaron unas flores moradas que se veían hermosas, lo admito. Mas raíces puntiagudas salieron de sus piernas, estomago, e incluso de la entrepierna, todas acompañadas de mucha sangre. Era como si su cuerpo se hubiera llenado de esas grotescas raíces y ya no hubiera espacio para más.

Más flores moradas.

Gracias a la rama, que aún tenía dentro de mi cabeza, pude sentir el dolor que estaba sintiendo el papá de Alberto. La mejor forma de describirlo es que te apuñalaran en el estómago con fuerza, no tuvieras la oportunidad de morir y que el dolor se quedara contigo por horas sin ninguna posibilidad de erradicarlo o disminuirlo. Ese dolor, multiplícalo por mil y aun estarías lejos.

Vomité.

—Eres repugnante — me dijo el árbol. Quería decirle algo, pero ahora mismo mi cerebro estaba compartiendo el sufrimiento de ese pobre hombre.

El padre de Alberto trataba de gritar, cada segundo en ese estado debía ser como un año para él, pero las palabras no salían de su boca. Imposible. El papá de Alberto podía gritar si el árbol se lo permitía. Las raíces lo levantaron como si fuera un muñeco.

Las otras raíces fueron más amables con los otros dos sujetos armados, solo les amarraron las pantorrillas y los levantaron de cabeza. Del miedo pasó a la alegría. Sus fieles seguidores vieron este espectáculo con algarabía y aplaudieron el acto heroico del árbol.

Esto dependía del ojo que lo viera.

Ante los míos esto era lo más desagradable que he visto en toda mi vida (y eso ya es decir mucho). A lo mejor soy yo. Un par de pequeñas ramitas se acercaron a la boca del papá de Alberto (por más que lo intento no puedo recordar su nombre) y movió sus labios como si de una marioneta se tratase. Volteó el cuerpo haciendo que este mire a sus seguidores (uno de los ojos del papá de Francisco salía fuera de sus orbita) y dijo con una voz que no era suya:

—Disparen.

El brazo del papá de Alberto, que era más raíces que carne (los músculos se dejaban ver por las aberturas causadas por las raíces), se movió. El papá de Alberto levantó el brazo y apuntó a uno de los miembros de la secta al azar y disparó matando a una persona al azar. El árbol se rio con una voz que mezclaba su voz gruesa con la voz del papá de Alberto.

El brillo del árbol desapareció por completo despertando del trance a las personas. Todos ellos vieron al cuerpo, los humanos colgados y al árbol diabólico. Conectaron los puntos con suma facilidad y se dieron cuenta del monstruo que tenían frente a ellos. Todos corrieron hasta la puerta de salida, pero varias ramas afiladas, hojas e incluso flores de olor horrible cubrieron toda la cerca impidiéndoles salir.

Y cualquiera que intentara saltar la cerca era arrastrado por las raíces del suelo. El pasto se encargaba de cortar y pinchar sus pies descalzos.

—¿Qué ocurre? ¿Ya no me aman? — preguntó el árbol con un sarcasmo exageradamente cruel.

Varios ojos aparecieron en el tronco del árbol. No solo por fuera, sino también por dentro. Los ojos miraban a todas y a cada una de las personas, varios de ellos me miraban a mí.

—Entiendo tu punto, ¿Por qué sigues haciéndolo?

—¿Quién dice que lo hago por ti, gata insignificante?

De centro de los ojos orgánicos aparecieron unos diminutos agujeros, de los cuales se podían ver las codiciadas semillas. De los pequeños agujeros salió un delicioso aroma. Yo lo sentí, era un olor agradable. Olía a pastel de atún recién horneado. Esto hizo que mi estomago rugiera salvajemente. ¿Cuándo fue la última vez que comí? No lo recuerdo.

El olor llegó al resto de los “fieles”. Todos ellos voltearon, seguramente había un olor diferente para cada uno de ellos. El árbol volvió a brillar con más intensidad. El brillo les llegó como si alguien les arrojara algún fuego artificial directo a la cara. El árbol recuperó el control. Todos los fieles se quedaron…fieles. Quietos. Callados. Dóciles. Todos caminaron en dirección al árbol.

—Alto.

Todos se detuvieron.

—Quiero que vengan de rodillas — ordenó el árbol.

Todos obedecieron. Se arrodillaron y se acercaron al árbol, besando el suelo a medida que se movían. El pasto les daba pequeñas mordidas en los labios y la lengua pero a nadie pareció importarle. La única que no se había movido era Sara de su posición era Sara, ella solo se limitaba a abrazarse a sí misma, esperando el confort del árbol y del resto de sus seguidores. Ella también se arrodilló y lloró de alegría.

—Gracias. Gracias, señor Árbol. Gracias por no abandonarnos.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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