El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 45

Alejado del árbol la mitad de Eduardo Zúñiga despertó. Sufría de una fuerte jaqueca, como varios tractores sin control hubieran hecho pedazos su cerebro. A medida que el dolor se hacía a un lado los recuerdos iban floreciendo. Lo que al inicio era solo una visita de un amigo del ejército se convirtió en una guerra a menor escala contra un ser extraterrestre botánico, y que culminó con todos sus amigos muertos y con la mitad de su cuerpo perdido.

El plan era sencillo. Francisco y sus amigos distraerían, y al resto de la secta, mientras que Eduardo ponía una bomba, hecha con explosivos plásticos, en el árbol. Si había alguien que podía fabricar una bomba de amplio poder destructivo en poco tiempo era Eduardo. Probablemente si pudieran comunicarse Eduardo y Nerol se llevarían muy bien.

Pegó la bomba en el tronco del árbol. Solo tenía que alejarse unos metros antes de hacerlo explotar. Una vez el árbol haya explotado en mil pedazos los miembros de la secta regresarían a la normalidad, dejarían de lado toda esta basura y se irían a casa a vivir una vida más tranquila.

Pero las cosas fueron a una dirección más violenta de lo deseado. El árbol resultó ser un oponente más fuerte y sanguinario de lo esperado. A base de ramas, raíces y tentáculos el árbol atrapó a sus amigos y los destrozó de maneras que no podía describir sin vomitar. Eduardo había estado en la guerra, presenciado varias atrocidades cometidas por el hombre. Eso sin contar de las historias que otros veteranos, que habían estado en guerras de las cuales él era muy joven para participar, le habían contado.

Las tripas de Francisco bañaron a varios miembros de la secta, quienes bailaron de alegría ante tan grotesco acto, como si un árbol festivo hubiera roto una piñata liquida. A Alonso le partió la cabeza y a Mateo lo usó como un matamoscas humano, golpeando su cuerpo constantemente, con mucha fuerza y sin piedra contra una pared hasta convertirlo en una versión amorfa de lo que alguna vez fue.

Eduardo Zúñiga estaba congelado de miedo. Su plan B, en caso de que algo saliera muy mal, era irse corriendo del jardín, alejarse de toda esta locura y no volver jamás.

Y pensar que hace solo unas horas lo único en lo que pensaba era en jugar Póker con Francisco.

Pero no. Eduardo Zúñiga se quedó. Tenía que destruir un árbol. No iba a dejar que sus amigos muriesen en vano. Eduardo Zúñiga se comprometió en convertir ese árbol en un montón de astillas inservibles, tampoco es que tuviera mucho que hacer, solo tenía que presionar un botón.

La tarea iba a ser más difícil de lo esperado.

Uno de los tentáculos levantó a Eduardo Zúñiga de la pierna antes de que tuviera la oportunidad de tocar el botón.

Todo ocurrió demasiado deprisa.

Un tentáculo rodeó su cintura y lo partió por la mitad (esta vez no había nadie debajo para bañarse con su sangre) y arrojó ambas partes en dos direcciones diferentes. La mitad consciente de Eduardo se desmayó.

Eduardo despertó gracias al dolor fantasma que sentían sus piernas, sus inexistentes piernas. Eduardo vio con horror como la mitad de su cuerpo había desaparecido, en lo que parecía el corte más sucio de la historia. Un mago le hizo un truco de desaparición, pero este solo funcionó a medias, y el mago era demasiado estúpido para recordar el hechizo que traería su otra mitad de vuelta. Levantó la cabeza, con mucho dolor y esfuerzo, y vio al árbol, vio a los súbditos (a nadie parecía importarle que había un sujeto partido por la mitad a unos metros de ellos. De hecho al mismo árbol no le importaba su presencia. Lo mató sin siquiera mirarlo). Y lo más importante de todo: vio la bomba.

El dolor, la confusión y el horror que sentía Eduardo en grandes cantidades se hicieron a un lado cuando vio ese paquete de explosivos plásticos pegado en el tronco del árbol. Había esperanza. El árbol no se dio cuenta de la existencia de la bomba, solo creyó que lo estaban atacando con armas de fuego. Excelente. Todavía podía cantar victoria.

Había esperanza.

Momento, ¿Dónde diablos está el control?

Definitivamente no estaba en su palma bañada de sangre. Sus ojos borrosos notaron un aparato negro que resaltaba mucho en todo lo verde que lo rodeaba. Era el control. Eduardo escupió un poco de sangre y comenzó a arrastrarse. Deseó tener algo en la boca para morder y evitar gritar de dolor. Con cada movimiento que daba (llamarlo “paso” era ser demasiado generoso) le causaba un dolor agónico, como si alguien estuviera tocando el violín con sus nervios.

Sentía como la diminuta capa de carne que mantenía sus abultados órganos en su lugar se iba deshaciendo con cada movimiento que daba. Estos se les iban a escapar de su cuerpo dejándolo como un jarrón vacío. Sus huesos, rotos y expuestos, tocaban el pasto; para Eduardo eso debería ser suficiente para querer desmayarse para siempre y mandar todo a la mierda. Solo desmayarse y dejarse llevar. Ya había hecho suficiente.

Es hora de descansar.

“No, sigue moviendote. Vamos Eduardo, tú puedes”, se dijo a sí mismo en un intento por animarse. Estaba funcionando. Se movía con un poquitito más de fuerza. Se estaba acercando. El rastro de sangro captó la atención de las hojas de pasto. Estos empezaron a escalar en lo que quedaba de su cuerpo; y a picar sus brazos y su cara, y cualquier parte que estuviera descubierto. En el caso de Eduardo había mucho que estaba al descubierto.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 18.09.2024

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