El abrazo de Sara era tan poderoso que presionaba mis pulmones y me hacía sentir mareada. No tanto como para desmayarme, aunque con lo que tenía al frente hubiera deseado que así fuera. Debajo del gigantesco ojo del árbol se abrió una boca, conformada por labios grandes, dentro bailaban varios tentáculos que terminaban en punta. Todos los tentáculos tenían ojos adheridos y todos ellos me miraban con un hambre voraz.
—Trae a ese gato hacia mí, Sara.
Sara obedeció y se acercó con pasos firmes, obviamente mi opinión no contaba en esta discusión.
—Mascota, mascota, mascota. Lo he estado pensando, ¿Para qué conformarme con solo matarte cuando puedo usarte para alimentarme? Darte algo que ningún maldito humano te haya dado en tu miserable vida: un propósito.
¡Santo Dios! Como odio a ese árbol tan pretencioso.
Sara levantó mi cuello con sus musculosos dedos, sentí su aliento en mi espalda. Ella estaba tan ansiosa como el árbol por deshacerse de mí. Los tentáculos se acercaban a mí con una angustiante lentitud. Esta vez no lo hacía porque estuviera débil, sino porque quería tener el control de la situación. Solo de él dependía cuanto tiempo me quedaba de vida y quería alimentarse del terror que estaba sintiendo.
No había nadie que pudieran salvarme.
Entonces voy a tener que salvarme yo misma.
Le di el mordisco más fuerte que le pude dar al dedo de Sara, mis dientes atravesaron su piel en el primer mordisco. Sentí el sabor de su sangre. Dulce, metálica y espesa. Sara se vio obligada a soltarme si quería conservar el dedo. Apenas mis patas tocaron el suelo corrí sin mirar atrás.
—¡Adiós estúpidos! — exclamé al árbol con una risa burlona.
De los variados ojos del árbol (en formas y tamaños) comenzaron a expulsar un líquido verduzco que se convertía en vapor al instante. Literalmente el árbol estaba hirviendo por dentro. Me escondí detrás de la casa, lejos de su alcance para descansar.
—Debí haberle roto las patas – comentó Sara, con una expresión que decía: La próxima vez tienes que hacerlo mejor.
—¡Inútiles! ¡Inútiles! ¡Inútiles!
Sara se arrodillo, los demás hicieron lo mismo. El dolor en su dedo seguía molestándola, pero se convirtió en materia secundaria en comparación con su devoción hacia el árbol. Sus ojos se bañaron en lágrimas al creer que le había fallado a su amo.
—Lo sentimos tanto, señor. Por favor perdónenos. Denos otra oportunidad y atraparemos a esa gata, y esta vez sí le romperemos las patas.
—¡No! – gritó el árbol. El mero que el árbol gritara llenó de miedo todo mi ser. No todos los días ves a un dios extraterrestre enfadándose por sus súbditos, y todo por un gato. Jamás había sido tan importante en toda mi vida —. No quiero que ustedes, montón de inútiles, haga algo. Si alguien le va a romper las patas a ese gato voy a ser yo.
Quiero tanto a mis patas como para quedarme. Al carajo con esto, me largo de aquí.
—Solo quiero que ustedes se queden quietos. Los necesito para recuperar mi poder.
“Solo quiero que ustedes se queden quietos. Los necesito para recuperar mi poder”.
Las palabras del árbol resonaron en la mente colmena de sus súbditos, ¿Qué querrá decir? Uno de ellos se aventuró a preguntar:
—¿Cómo, señor? — preguntó un hombre obeso. Apenas miró los variados ojos del árbol bajó la cabeza. El solo mirarlo fijamente a los ojos era suficiente como para considerarlo un acto blasfemo.
Bajó tanto la cabeza que daba la impresión que quisiera besar la hierba muerta y marrón. En parte lo hizo.
—Me alegra que hayas preguntado.
Uno de los tentáculos rodeó la cintura del hombre obeso y le levantó un par de metros por el aire. Otros tentáculos, que terminaban en punta, se clavaron en distintas partes de su cuerpo: Sus brazos, su cuello y su corazón. No lo hicieron con la suavidad y el cuidado que lo haría un doctor. Se clavaron de la forma más brusca posible, como si uno apuñalara un trozo de carne sangriento. Los tentáculos verdes tenían una capa transparente, que les permitió ver a los súbditos como la sangre del hombre obeso abandonaba su cuerpo en busca de un nuevo huésped: el árbol.
—Señor, quiero que sepa que no le guardo rencor. Al contrario considero un gran honor que use mi sangre para alimentarlo. Tome toda la que quiera, señor.
La voz del hombre se hacía más reseca. Se iba apagando mientras la piel le quedaba más flácida, le colgaba en su huesudo cuerpo. Cuando el árbol terminó de alimentarse solo quedaron restos de piel, huesos y carne seca. Arrojó el cuerpo como si fuera una envoltura de chocolate vacía.
Los demás súbditos se quedaron quietos. Todos estaban tan asustados para moverse, mucho menos para actuar.
—Quiero que se queden ahí, quietos. Yo personalmente iré por esa gata.
La parte inferior del tronco del árbol se hizo pedazos y los trozos cayeron con dureza al suelo. Una masa gelatinosa verde reemplazaba la madera del árbol. De ahí salieron dos gruesas patas de elefante. Al tocar el suelo generaron un temblor que hizo que algunos gritaran, pero nadie se atrevió a moverse.
—Silencio — el árbol los mandó a callar de inmediato.