La gata que casi toca el cielo (Final)
Miré aliviada como Pascal escapaba del agujero. Este se cerró por completo. El árbol aprovechó esos segundos de distracción para rodear mi cuerpo con uno de sus tentáculos. Me levantó por los aires hasta llegar frente a unos ojos de varias formas y tamaños. Todos enrojecidos.
Varios tentáculos puntiagudos se dirigieron hacia mí, mejor dicho hasta mis ojos. Al parecer el árbol quería tomar el camino más corto y suave a mi cerebro. Antes de que pudieran tocar un pelo mío escuché la explosión. Toda la parte inferior del árbol estalló en pedazos inundando el patio con un desagradable liquido verde. Del árbol solo quedó una línea fina, no pudo sostener su peso. El árbol cayó al suelo, destruyendo la casa del señor Ricardo en su totalidad. El tentáculo se abrió liberándome. Caí del pie y me alejé del monstruo moribundo.
Sara cayó en lo que quedaba del techo de su casa, se golpeó la cabeza quedando inconsciente. Yo me quedé a una distancia prudencial del extraterrestre. Espero de todo corazón que esté muerto. No se movía.
Pascal se acercaba a mí, moviéndose como un anciano constipado. Todos sufrimos nuestros buenos golpes en esta batalla. Corrí y le di un gran abrazo, de esos que destrozan costillas.
Lo solté. Se levantó con dificultad, rechazó mi ayuda. Clásico de Pascal. Se levantó y me miró fijamente a los ojos.
Pascal y yo estábamos rodeados de un montón de cadáveres: humanos y animales; y un monstruo espacial botánica de varios metros recostado encima de una casa. Si, el hecho que estemos vivos es un maldito logro.
Un tentáculo me atrapó y me levantó por los aires.
Grité desesperada. Pedí ayuda, pero solo me encontré con cadáveres esparcidos y un ratoncito tan asustado e impotente como yo. Creí que todo había acabado, pero ese maldito árbol siempre tiene sorpresas bajo esa gruesa manga de madera. El tentáculo me condujo hasta el ojo más grande de todos, debía medir el doble que yo. Este estaba rojo, tal vez en su interior había más venas rotas que en todo mi cuerpo. Al lado derecho tenía un pequeño agujero en el que chorreaba un sospechoso liquido amarillo y mucho pus pestilente.
Pascal miraba a ambos lados, consternado. Probablemente esté buscando otra bomba que alguien haya dejado tirada por ahí.
Los tentáculos del árbol estaban esparcidos por el suelo, parecían mangueras quemadas. Trató de moverlos, pero no lo consiguió.
El árbol comenzó a reírse. Nada que ver con esas monstruosas carcajadas condescendientes de antes. Ahora se reía como un enfermo terminal, a minutos de dar su último aliento. Era su última risa.
Dicho esto se despidió de mí.
Me arrojó por los aires con todas sus fuerzas. Fue su última acción. Lo último que vio fue mi cuerpo volando cerca de las estrellas, después de eso su corazón se detuvo. Murió.
Pascal fue en mi búsqueda, corriendo. Se iba a tardar más de lo esperado. El árbol me arrojó muy alto y muy lejos. El viento deformó mi cara e hizo que algunos de mis bigotes se desprendieran de la misma. Pude ver un poco de la ciudad. Luces por todas partes, casas pequeñas esparcidas de maneras poco estéticas. No pude ver más, el polvo se estaba acumulando en mis ojos obligándome a cerrarlos.
Cuando los abrí por última vez por última vez vi una ventana dirigiéndose hacia mí con fuerza.
¿O será al revés?
Al menos está abierta.
El choque destrozó la ventana y mi cráneo. Aterricé en una superficie suave y cremosa, de olor agradable. Tres siluetas negras me miraban asombradas. No todos los días ves a una gata voladora con los direccionales averiados destrozando tu ventana.
Las siluetas se acercaron. Eran tres mujeres.
Cerré los ojos, insegura del futuro que me esperaba.