El árbol de navidad

Capítulo 4 - Desfile Navideño

Diciembre 10/2023

Ese día había empezado a nevar desde temprano, las calles se volvieron blancas y el frío había aumentado, pero aun así eso no había sido impedimento para que Tarana se levantara temprano y se arreglara para empezar el día.

Hoy se había puesto unos pantalones de jean, un buzo grueso y una chaqueta, la ropa más abrigada que tenía en su closet y lo acompañó con sus guantes, botas y medias afelpadas; no quería resfriarse y perderse el desfile de hoy. 

Terminó de servirse el desayuno y se sentó en la barra de la cocina. Le dio un sorbo a 
su chocolate y gimió gustosa antes el delicioso sabor; se concentró en desayunar para estar lista lo antes posible. Hace unos días había quedado con Max de hacerse cargo de Ángel ya que su amigo tenía demasiado trabajo en la arboleda y no podía cuidar de él así que así que debía terminar de desayunar para hacer lo que tenía en su lista.

Al estar lista agarró su bolso y despidiéndose de Boticas salió de casa. Las cosas que debía hacer no eran muchas, pero quería dejar todo listo y así tener tiempo para todo. Primero fue al supermercado por espaguetis y queso parmesano, luego fue a la tienda de alquiler a buscar el traje que debía ponerse para el desfile y por último pasó por la cafetería de su abuela para saludar y para comprar galletas para Ángel y postre de fresa para ella. Entró y se sorprendió ver tanta gente ahí.

– Hola, Jullie –saludó a la mesera que pasó por su lado. 

– Oh, hola, Tar, no te vi. Disculpa. 

– Tranquila, no pasa nada ¿mucha clientela?

– Uff, ni te lo imaginas. El frío ha hecho que tengamos más clientes, desde bien temprano están llegando.

– Vaya, algo nuevo –ambas rieron ante las palabras de la castaña–. Te dejo trabajar, entonces.

Jullie se fue y Tara caminó hasta el mostrador, donde estaba su abuela ateniendo a una chica morena. Esperó hasta que la chica hizo su pedido y se situó delante de la señora. 

– Hola, abuela. 

– Hola, cielo, ¿cómo estás? 

– No tan bien como tú, tienes muchos clientes, abuelita, eso es genial. 

– Si, cariño –la señora le dio a su nieta una sonrisa cálida–. Hemos estado sin descanso, pero estoy feliz con cada cliente. ¿Te quedas?

– Nop, Max me traerá a Ángel para que lo cuide mientras se desocupa del trabajo.

– Oh, entiendo, cariño –la señora le resta importancia con la mano–. Siendo así te daré el pan de chocolate para Angelito, estará feliz de comerlo.

– Lo consientes demasiado abuela.

– Ten un hijo y lo consentiré también.

Tara sintió un escalofrío en todo el cuerpo ante las palabras de su abuela. Ella si quiere ser madre, pero todavía no, quiere conocer al amor de su vida y vivir la vida antes de traer un bebé al mundo.

La señora Lieth soltó una risotada al ver la cara de su nieta y decidió no molestar con el tema.

La castaña agarró la bolsa con unas galletas y el pan favorito de Ángel y despidiéndose de algunas personas de la cafetería salió con rumbo a su casa; su sobrino llegaría pronto y quería estar en casa cuando eso pasara. Tras detenerse varias veces para hablar con algunas personas por fin llegó a su hogar, y en el porche estaba sentado Max y su hijo, ambos hablando. Tara caminó más rápido para encontrase con ellos.

>> Si no me hubiera detenido tantas veces yo habría llegado antes que ellos<< pensó.

– Hola, hola –saludó ella con una gran sonrisa. 

– ¡Tía Tara! –Chilló el niño apenas la vio y salió corriendo a abrazarla. 

– Pero cuanto amor, eh. Ni conmigo es así –Max llevó la mano a su pecho para darle más dramatismo a sus palabras.

– No es verdad, papi –chistó el chico–. Solo que hace días no veía a tía y la extrañaba muchísimo.

– Ay, cielo, yo también te extrañé un montó –y para darle validez a sus palabras lo apretujó en un fuerte abrazo.

Entraron en la casa despidiéndose de Max, quien prometió ir a buscarlo antes del inicio del desfile. 

Ángel dejó que su tía prepara el almuerzo mientras él jugaba con Boticas, salieron al patio y comenzaron a jugar con la pelota amarilla del perro; el niño la lanzaba y el animalito corría detrás de ella a buscarla. Se quedaron así hasta que Tara lo llamó para almorzar, ella puso los platos con los espaguetis en la mesa del comedor junto con una jarra de limonada bien fría. Su sobrino se sentó en la mesa luego de lavarse las manos y esperó que su tía le echara la comida al perrito. 

– Mmm ¡que delicioso! –susurró Ángel al darle un bocado a su comida. Bocado tras bocado el niño alagaba a Tarana ante lo delicioso que estaban los espaguetis y ella con una gran sonrisa le agradecía.

Al finaliza de almorzar Tara le pidió a su sobrino que la esperara en la sala con Boticas mientras ella lavaba los platos y dejaba la cocina limpia, pero no sin prometerle que al terminar jugarían en el patio con la nieve que quedaba. Ella encanta aceptó. Ella también anhelaba jugar con la nieve como cuando era niña.

Dejó la cocina limpia y ordenada y fue a la sala por Max, lo encontró acostado en la alfombra con su perro; ambos abrazados. No lo llamó, sino que fue primero a su habitación para ponerse unas botas más cómodas.

– ¡Hora de jugar! –chilló dando brinquitos emocionada. El niño apenas la escuchó se levantó rápido de la alfombra y corrió a la puerta trasera saliendo junto con Boticas. 

Tara salió al patio y una bola de nieve impactó en su cara sacándole una carcajada a Max y un ladrido al perrito. Ella indignada hizo una bola y se la tiró a su sobrino quien la esquivó con facilidad.

– ¡No tienes fuerza tía Tara!

Aprovechando que el niño reía le lanzó otra dándole en la cara.

– Quién no tiene fuerza ¿eh?

Así fue como cada uno buscó un árbol y se escondieron, mientras tanto Boticas saltaba en la nieve feliz ignorando a los demás. Tanto Ángel como Tara se tiraban bolas de nieve sin tener mucho éxito, pero como lo tendrían si no querían salir del escondite para no perder.




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