La semana transcurrió con normalidad, pero para Greg fue horripilante. Los sangrados se volvieron más frecuentes y no podía dormir, porque siempre tenía el mismo sueño del campo de batalla y el pájaro quemado. Lo primero que pensó fue que debió tener algo que ver con lo que le pasó el lunes. Tal vez su sueño era nada más una anticipación de lo que estaría por venir (Esto último era muy poco probable). No dormía, no comía, faltó a clases el martes, pero por orden de su padre, debía asistir el resto de la semana. Robert ni siquiera se inmutó por el estado de su hermano, era típico de él.
Finalmente llegó el jueves, día que tendría que reunirse con Mónica para culminar su proyecto de literatura. Greg sabía desde lo más profundo de su ser que no quería ir a su casa para reunirse con ella. Por ninguna razón en específico, simplemente no quería. Pero ya se había comprometido, y no podía romper su promesa. Estos últimos días los han pasado juntos la mayor parte del tiempo, en recreos, horas libres, incluso comenzaron a sentarse juntos en todas las clases que comparten, obviamente en contra de la voluntad de Gregory, pero continuó permitiendo la presencia de Mónica. Le haría bien ampliar un poco su círculo social.
Al llegar a la escuela, ella lo estaba esperando en la entrada. Los dos muchachos no hicieron una carrera, como era de costumbre, por el estado de salud de Greg. Aunque a Rob no le importaba mucho la situación de su hermano, éste cuidaba de él, por lo menos en las cosas pequeñas.
Cuando se encontraron con la chica, Rob echó a correr sin siquiera decir hasta luego, dijo que no quería incomodar el momento, así que se alejó tan pronto como pudo. Finalmente estaban los dos juntos, y juntos caminaron a su salón de matemáticas.
-¿A qué hora debo estar en tu morada?
-Después de la escuela. Vamos directo.
-No puedo ir directo, tengo que comprar unas cosas para mi madre.
-A las tres de la tarde a más tardar. Ya te di mi dirección, y será mejor que llegues a tiempo.
-Si, sobre eso –Greg se frotó la nuca nervioso–… Perdí el papel, ¿podrías darme la dirección otra vez?
-¿Cuándo será el día en que te hagas responsable por algo?
-Voy a ir a tu casa por un proyecto. Considerando que nunca hago este tipo de cosas, creo que ya soy suficientemente responsable.
-Era sarcasmo, no tienes que ser detestable todo el tiempo.
-Tú no tienes que estar conmigo todo el tiempo… –susurró Greg en voz muy baja para que no lo escuchara.
-¿Qué?
-Nada.
-Deja de hacer eso, ¿quieres? Hablar entre dientes, es irritante.
-No prometo nada.
Llegaron sin tardanza al salón y se posicionaron en sus asientos, esta vez, en el sector medio derecho. Greg sacó un cuaderno de su maleta, junto con un esfero, arrancó una hoja y se la entregó a su compañera. Ella la tomó y escribió su dirección nuevamente, lo dobló y ella misma lo guardó en la maleta de Greg. Le pareció raro, ya que nadie toca su maleta, a excepción de su madre, pero creyó que era necesario, después de todo, perdió el papel la última vez.
Pasaron las horas, al igual que las clases, Greg trató de mantenerse en silencio, pero por alguna razón, Mónica parecía estar obsesionada con conocerlo de a poco, y él, como no puede evitar responder a todas sus preguntas, sin añadir detalles importantes. Pero no contaba con que terminaría dentro de una conversación increíblemente incómoda:
-Oye, siempre he querido saber, Stacy y tu… ¿son novios? –la chica frotó sus manos.
-¿Qué? No, no somos… –hizo una pausa.
-Pero si siempre pasan juntos, tú la acompañas a su casa y no sé…
-Un momento, ¿cómo sabes que la acompaño a su casa? –Mónica expandió sus ojos.
-Eso no importa… Entonces, no son novios.
-Ammm, no, ella es mi mejor amiga.
-Y… ¿a ella no le molestaría que tuvieras novia?
-¿A qué viene todo esto?
-¡Solo responde la maldita pregunta de una vez! –estaba desesperada. Era como si lo estuviera amenazando de muerte.
-Okey, está bien… –Greg pegó un suspiro–. No, a ella no le importa eso, de hecho, quiere que consiga a alguien, pero yo no quiero nada con nadie, ya se lo he dicho. Ella es muy obstinada, y falta poco para que me obligue a salir con alguien.
-¿Por qué no quieres a nadie?
-Me gusta estar solo… –sabía que, de no detenerla, terminaría diciendo cosas que no debería, así que la interrumpió–. Ya es suficiente sobre mí, cuéntame algo de ti.
-¿Qué quieres que te cuente? –volteó a mirarlo bruscamente.
-Lo que sea, tenemos tiempo, el profesor Daza está dormido.
Efectivamente, su maestro de matemática se encontraba reclinado sobre su silla y con los pies sobre la mesa y los brazos cruzados. Había puesto unas diapositivas al inicio de la clase para que sus alumnos copiaran, y así nadie podría decirle que no estaba “dando clases.”
-No sé qué contarte.
-Lo primero que se te venga a la mente.