El Arcano de tu creación

Capitulo Único

En la quietud de una noche estrellada, mientras la luna iluminaba con su luz plateada, me senté a platicar con Dios sobre ti. En su infinita misericordia, Él quiso abrir ante mis ojos espirituales un secreto divino que guardaba la forma en la que te creó.

Ante mí, se desplegó un paisaje de ensueño. Vi, a través de un velo de luz, una cubeta de barro fino, tan puro que parecía tener la esencia del universo. Un anciano escultor, de sonrisa jovial y rasgos apacibles, se erguía como un maestro en su arte, tomando puñados de barro con manos que parecían danzar al compás de una música celestial. Con cada movimiento, infundía amor y devoción en la creación de tu ser, moldeando con ternura lo que sería tu forma.

Con un toque divino, el escultor formó tus piernas, fuertes y ágiles, para danzar con la vida misma. Luego, dio vida a tus brazos, perfectos y llenos de gracia, dotados de manos que no solo tocarían el mundo, sino que también lo transformarían, forjando sueños maravillosos.

Tu torso y tu espalda se dibujaron delgados, sutilmente tonificados, como si cada línea y curva contaran historias de fortaleza y delicadeza. Pero fue en tu rostro donde el anciano dedicó su mayor empeño. Con herramientas finas y delicadas, trazó cada línea y suavizó tus mejillas, creando una belleza innegable y afable, un reflejo de la luz celestial.

Cuando llegó el momento de tus labios, les dio una forma carnal que respiraba vida; una nariz armoniosa se alzó, perfectamente alineada con tu esencia. Y en tus ojos, se detuvo el tiempo. Pasó toda una tarde deliberando el color, y finalmente, decidió que dos esmeraldas ahumadas, con destellos de vitalidad, serían los guardianes de tu mirada. Las enmarcó con pestañas oscuras como la noche y cejas, fuertes y expresivas, que llevarían en su trazo la historia de tu alma.

Después, lo vi abrir un armario etéreo, de donde extrajo frascos llenos de maravillas. Algunos contenían llamas rojas y doradas, otros brillaban con luces de colores vibrantes, y algunos danzaban como humo líquido, con movimientos hipnóticos. En un tazón, comenzó a mezclar estos elementos, susurrando palabras que resonaban en el aire como un canto antiguo.

—Valentía —murmuró, mientras una chispa de fuego se encendía en su mirada—, será entregado; amable, soñará en grande y será apasionado. No se conformará con nada, será apacible y dulce, fuerte e intenso, pero con un corazón sensible que palpite en lo profundo.

Con cuidado, tomó una botella rebosante de ese fuego vibrante y dejó caer una gota en la mezcla, infundiendo en ti la capacidad de amar y ser amado, aunque no de la misma manera que los demás.

El anciano, con manos venerables y llenas de amor, comenzó a amasar la sustancia resultante, creando una masa de un resplandeciente color nácar, suave como un susurro. Luego, con delicadeza, abrió un espacio en tu magnífico pecho e introdujo esa luz donde debería estar tu corazón. A medida que el resplandor se extendía por todo tu ser, el agujero fue sellado con más barro, como un acto sagrado que borraba toda huella de su intervención.

Finalmente, te pasó por el fuego de la creación, envolviéndote en una luz poderosa y amorosa. El barro se transformó en mármol blanco, que luego se tornó en carne suave y tibia. Dios sonrió al contemplar su obra culminada.

—Te enviaré a la tierra, ángel mío —declaró—, para que deleites al mundo con tus talentos. Sin embargo, el pecado y la oscuridad te cubrirán, y deberás buscarme de nuevo.

Con un soplo divino, te otorgó la vida, y tus ojos, esas esmeraldas que había bajado del cielo, resplandecieron con una ardiente pasión y un deseo insaciable de vivir y alcanzar tus sueños.

Dios, en su benevolencia, me mostró el camino que recorrerías: uno lleno de tesoros inimaginables, dulzuras y riquezas que solo a ti estaban destinados, mi amado.

Pero, para mi dolor, me reveló que no estabas hecho para mí ni yo para ti. No me mostró quién sería el elegido ni cuándo, solo me susurró que no era yo quien ocuparía tu lado. Sin embargo, en su infinita compasión, me permitió seguir amándote, porque sabía que mi amor por ti es puro y sin mancha.

Ahora, guardo este amor inquebrantable en lo más profundo de mi ser, velando por ti en la sombra, mientras mi corazón late al ritmo de tu luz. Mi amor es el regalo que te ofrezco: ser el guardián de tu esplendor, aun cuando nunca pueda alcanzarlo.



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En el texto hay: angel, creacion, angelesdela guardia

Editado: 30.10.2024

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