Algunos libros te respiran
Leteo era un aprendiz de escriba, destinado en una vieja biblioteca de un antiguo pueblo, perdido en mitad de la nada como muchos otros. No destacaba entre el resto de sus compañeros, casi ni le notaban, pero tenía las mismas herramientas que ellos, una pluma y un bote de tinta, aunque su estuche debía ser el más viejo porque había un rasguño en la tapa con forma de amapola. Los escribas insistían en que sus aprendices ejercitasen el uso de la tinta.
Clasificaba los libros de una de las secciones más desordenadas, no le ponía ganas, como siempre. No sabía porqué se hizo escriba, no era que amara la historia o porque soñaba con palabras, quizás se hizo escriba por el silencio, la comodidad de trabajar sin cambiar lo que hacía día tras día, o por el simple hecho de que las palabras no le pedían nada, no esperaban nada de él, así que no tenía ningún peso sobre sus hombros.
Un libro que parecía estar nuevo llamó su atención, no por ser el único libro mal acomodado en la estantería, o porque saliera de lugar entre tanto libro antiguo. Le llamó la atención porque era el único libro que había visto hasta entonces que no tenía título. Lo cogió y lo llevó hasta dónde tenían el registro de todos los libros de aquel lugar.
Estuvo un buen rato consultando viejos archivos de escribas anteriores a él. Su maestro le había enseñado a buscar información entre tantos escritos, pero en realidad no supo nunca si de verdad se lo estaba enseñando a él o simplemente hablaba solo, jamás le llamó por su nombre, jamás le miró directamente a la cara y jamás lo había vuelto a ver en aquella biblioteca.
Si Leteo se ponía a pensar en los días con su maestro se daba cuenta de que le llamó muchas veces nombres de sus compañeros o de personas que él conocía, y cuando se giraba a verle de nuevo siempre contestaba lo mismo “uy, perdona, me he equivocado de nombre otra vez, esto… ¿Quién eras?”. Pero daba igual la cantidad de veces que le repitiera su nombre porque siempre se le volvía a olvidar. Leteo lo achacaba a cosas de la edad, porque su maestro podría bien tener casi 100 años.
Algo le empezó a inquietar, y no eran esos recuerdos que volvían a su mente. El libro que había encontrado no figuraba en los registros, no era algo raro porque muchos libros se añadían nuevos y a la gente se les pasaba registrarlos antes de colocarlos en las estanterías, pero el problema era que ayer cuando pasó por ese pasillo aquel libro no estaba ahí. Podía haberse tratado de un simple error así que volvió a la estantería, pero el hueco que antes estaba para el libro ahora había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí.
Leteo había pasado tanto tiempo reorganizando aquellos estantes que reconocía todos los libros guardados, no se había añadido ninguno nuevo, salvo el que tenía ahora en sus manos. No le gustó la sensación que le daba aquel libro, pero si estaba en la biblioteca, al menos tendría que catalogarlo y guardarlo en algún estante. Sin título iba a ser un poco más complicado determinar el género, pero como tampoco tenía mucho trabajo pensó a empezar a leerlo para poder asignarlo él mismo.
Se acercó a una de las mesas, casi todas estaban vacías, salvo por algunos de sus compañeros que estaban haciendo algún trabajo en algunas y un señor leyendo en la mesa enfrente suya. Ese señor siempre estaba por allí, Leteo no sabía quién era, tampoco nadie más a quién se lo hubiese preguntado, la respuesta más convincente fue “Creo que es un catedrático retirado o algo parecido”.
Puso el libro en la mesa y lo iba a abrir cuando escuchó un susurro “Ven”, le recorrió un escalofrío por la espalda, se giró pero nadie parecía haberlo hablado, “Ven”, lo volvió a escuchar. Miró a la mesa que tenía enfrente y el señor había dejado de leer, tenía su mirada fija en él, no pestañeaba, pero tampoco parecía haber sido quien le estaba susurrando. Cuando volvió su atención hacia el libro le sobresaltó la voz de aquel señor.
“Hola joven, ¿cree que me podría llevar este libro?”
“Claro, deje que lo anote para ponerlo en el registro”
Al coger el libro que el señor sostenía Leteo se dió cuenta de que había marcado una página.
“Disculpe, no sé si va a usar ese libro para alguna investigación o algo, pero por favor devuelvalo en el estado que se lo hemos prestado, no marque ninguna página”
“Lo siento, pero esa marca ya estaba ahí cuando lo tomé”
Leteo anotó el libro y la marca que había hecho aquel señor para luego asegurarse de que figuraba en los registros.
“De acuerdo, un momento que lo voy a comprobar”
El señor se sentó a esperar que Leteo volviera. En el registro encontró que efectivamente el señor no mentía “Libro de cartas estelares, señalada la página 286, cielo de verano”. Leteo anotó el préstamo y volvió.
“Disculpe, aquí está su libro… ¿Puedo preguntar qué es lo que está estudiando?
“Nada, es solo un pasatiempo. Pero me llama especialmente la atención las constelaciones, por todas las historias y mitos que tienen detrás”
“Si no le molesta… ¿Quién es usted?. Siempre está por aquí pero no sé su nombre”
“No hace falta que lo sepas, me gusta dar pistas a la gente para que lo averigüen ellos mismos.” Bajó la mirada hacia el libro de Leteo “Una lectura peligrosa” Luego se dió la vuelta y se fue.