El Archivo de las almas

Escribir es recordar lo que ya se ha perdido

Escribir es recordar lo que ya se ha perdido

Todo estaba oscuro, solo escuchaba una voz débil, como si no quisiera salir pero la estuvieran obligando. Una voz que no podía recordar haberla escuchado antes.

“¿Hola?, ¿hay alguien?”

Quería responder pero no podía. Una niña pequeña, vestida con una camisa blanca, ennegrecida por el polvo, y pantalones a juego, parecía estar entre los escombros de una casa en ruinas, asustada y sola. No lloraba, pero estaba al borde.

Me vió.

“Ayudame.”

Me dirigí hacia ella y le dí la mano. Me fijé, mi mano estaba sucia, con polvo. “Quizás sea por haber estado trayendo y llevando cajas para ese mapa de la ciudad que estoy construyendo” me dije, pero noté que algo en esa frase estaba fuera de lugar, aunque no sabía que era.

“¿Qué haces aquí pequeña?”

No me creí capaz de haber formulado la frase completa.

“Nunca debería haber estado aquí, soy invisible para el mundo, como tú”

“¿Qué?”

Seguimos andando en silencio por aquella ciudad que había sido desolada. No me encontraba a gusto, no sabía a dónde iba.

Más adelante empecé a ver una explanada. Estábamos llegando a los límites de la ciudad. Miré a la niña, me sostenía fuerte del brazo.

“No pasa nada, ya veras como todo acaba bien, ¿a dónde vamos ahora?”

Me dí cuenta de lo estúpida que era la pregunta hasta que la niña me soltó y siguió caminando hacia delante sola. Al darme cuenta había vuelto a la casa dónde había encontrado a la niña.

“¿Hola?, ¿hay alguien?”

Estaba allí, entre los escombros, tal y como la había encontrado antes.

“Ayudame.”

Le volví a ayudar a salir de aquel sitio. Esta vez me fijé en algo que no había visto antes.

“Tu ropa, se está quemando”

No estaba prendida en llamas, pero tenía quemado el borde inferior de la camisa. Notaba como si las ascuas se volviesen a encender, destruyendo el dibujo que se había hecho al prender la ropa.

La niña echó un vistazo. Me cogió de la mano y volvimos a caminar en silencio el mismo recorrido de antes. Esta vez el claro estaba lleno de flores, aunque todas eran la misma. Ya no me acordaba de su nombre, aunque sabía en algún lugar de mi mente que era algo tan sencillo que era imposible olvidar.

“Adormideras”

Miré a la niña, al parecer tuve que estar embelesado mirándolas tanto tiempo que ella me dijo el nombre. Me soltó la mano y volvió a alejarse de mí.

No sabía si seguirla, si no lo hacía quizá volvería a empezar aquel bucle.

“¿Dónde estamos?”

La niña se giró para responderme.

“En mi cuna y tumba”

Luego desapareció.

Otra vez me encontraba en aquellas ruinas, mismo sitio, mismos pensamientos se me cruzaban por la cabeza. Tenía miedo, las ruinas de la casa de mis abuelos empezaban a ser muy pesadas.

“¿Hola?, ¿hay alguien?”

Gritaba pero nadie me oía. Me empecé a agobiar un poco. Conseguí salir a rastras, todo el pueblo estaba desolado. Me empecé a alejar de aquel lugar, ya no quedaba nada para mí. Todo estaba vacío, las voces apagadas, y cuando yo me fuera, los recuerdos serían olvidados.

Un campo de amapolas se habría paso ante mí. Caminé sin mirar atrás.



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En el texto hay: libros, recuerdos, biblioteca

Editado: 30.08.2025

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