Amanecía con un tono azul pálido sobre la estación de análisis, pero Cassandra no miró por la ventana. La noche había dejado una huella demasiado profunda. Seguía temblando, como si algo en su mente se hubiera soltado y no pudiera volver a encajar.
Sabía que no podía hablar con nadie dentro de NeuraTek. Hartmann la interrogaría. Lira ya no era confiable. El eco tenía acceso. O, peor aún: era el acceso.
Entonces pensó en alguien que había desaparecido mucho antes que el eco apareciera.
Dr. Elías Corven.
Neuroantropólogo. Uno de los fundadores del primer sistema de lectura emocional. Expulsado por conspiración, paranoia, y –según la versión oficial– “delirio contagioso por sobreexposición”.
Ella recordaba algo distinto: que él dijo haber escuchado voces que no eran de este tiempo.
Accedió a un canal externo, encriptado. No usaba desde hace años. Tardó más de una hora en romper las capas de seguridad y encontrar una señal. Una dirección fantasma.
Envió un solo mensaje:
“¿Qué ocurre cuando un eco te responde?”
Esperó.
Nada por una hora. Dos. Tres.
Hasta que la pantalla parpadeó. Y apareció un mensaje de texto simple, sin remitente.
“Te dije que no era tecnología. Era memoria viva.
Ven sola. No uses red oficial.
Te estoy esperando.”
Adjunto venía un punto geográfico:
Distrito E-9. Ruinas del Instituto de Neuroarqueología. Cerrado desde 2039.
Cassandra cerró el visor y empacó en silencio. Era una locura. Pero la voz del hombre del eco aún resonaba en su cabeza.
Y por primera vez, no se sentía como un recuerdo ajeno.
Se sentía como algo que siempre había estado allí.
Solo que ahora, al fin, quería ser escuchado.
¿Quieres que el próximo capítulo sea el encuentro con Elías o que el camino hasta él esté lleno de interferencias y más pistas del eco?