Medianoche en el Museo.
Bajo el cielo nublado de Londres, Kira y Vance se acercaron al Museo Británico. El edificio, una fortaleza de la historia, estaba inquietantemente silencioso.
Kira, usando el micro-dispositivo de Nido, localizó la entrada del sistema de ventilación. Se deslizaron en el interior, moviéndose a través de los conductos oscuros que olían a polvo y antigüedad.
Su punto de encuentro era el Templo de Cibeles en el ala oeste. Al llegar, encontraron a Ariadne esperándolos. Llevaba ropa oscura y un rostro serio.
—Llegan a tiempo —susurró Ariadne—. Los sistemas de seguridad interna están diseñados para reconocer solo el hardware atlante. Yo los desactivaré, pero solo funcionará si confían en mí.
Vance, con el Pergamino de Metal y la Reliquia del Cronista asegurados, evaluó a la mujer. —Usted dice que quiere liberar la verdad. ¿Cuál es su verdadero precio, Ariadne?
Ariadne se acercó a una estatua de mármol. —Mi precio es la destrucción del registro que el Cónclave usó para manipular a la humanidad. Una vez que la Cripta se abra y el índice se libere, debe ser borrado.
El Descenso a la Cripta.
Kira asintió. —Estamos de acuerdo. La información de control no debe ser usada.
Ariadne usó un pequeño dispositivo para escanear la pared detrás del templo. Un panel oculto se deslizó, revelando una escalera de caracol de piedra.
—La Cripta está aquí. Fue sellada por mi Orden hace tres siglos.
Descendieron a un nivel más profundo que cualquier sótano. El aire se hizo más frío y denso. Finalmente, llegaron a una puerta de bóveda de acero, moderna y sin un solo punto de acceso visible.
Vance entendió. —Es un sello temporal. La cerradura es atlante, pero el cerrojo es humano.
Ariadne le dio la señal a Vance. Él colocó el Pergamino de Metal en el centro de la bóveda. El Pergamino brilló, y runas atlantes se proyectaron sobre el metal.
—Ahora, la Reliquia, Profesor —dijo Ariadne.
Vance colocó la Reliquia del Cronista sobre las runas. La reliquia actuó como la clave final, y el sello de la bóveda se abrió con un silbido.
La Prueba Final.
Entraron en la Cripta de los Cronistas. No era una bóveda de joyas o tecnología, sino una sala llena de estanterías metálicas repletas de miles de ficheros de microfichas y rollos de película. El verdadero control del Cónclave estaba en documentos y nombres.
Vance insertó la Reliquia del Cronista en una consola central. El sistema se activó, y una luz verde inundó la sala, proyectando los nombres de familias, políticos y corporaciones en la pared.
—¡Es el índice completo! —exclamó Vance. —El Cónclave controló el 60% de la riqueza mundial a través de estas personas y empresas.
Kira vio la amenaza. Si Seraphina obtenía esta lista, el mundo caería en el caos y el control.
En ese momento, las luces de emergencia de la Cripta parpadearon en rojo. Ariadne se congeló.
—¡Es una alarma de intrusión! —dijo Ariadne—. La seguridad del Museo se disparó.
La Traición Desvelada.
Kira se dirigió a Ariadne. —¿Fuiste tú? ¿Una trampa?
—¡No! No fui yo. Fue un pulso de EMP externo... Seraphina. ¡Ella está aquí!
Pero no fue Seraphina quien entró. Fue una mujer alta, vestida con un uniforme táctico, con el emblema del Fénix.
—No tan rápido, Ariadne —dijo la mujer, apuntando con un rifle. —Seraphina les envía un saludo.
Kira reconoció a la teniente de El Fénix de las imágenes de Marruecos.
—Seraphina nunca fue a Zúrich. El ataque digital de Nido fue una distracción. Esta siempre fue la única misión.
De repente, otra figura apareció detrás de la teniente: Ariadne misma. O, más bien, una segunda Ariadne.
—¡Profesor Vance, Capitana Rourke! ¡Cuidado! —gritó la segunda Ariadne.
El corazón de Kira se hundió. Había una doble agente. Pero, ¿cuál era la verdadera?
—No hay dos de mí —dijo la Ariadne que estaba con ellos, su rostro transformándose en una mueca de victoria. Ella se abalanzó sobre Vance para arrebatarle el Pergamino de Metal.
—Lamento decepcionarlos, La Vigilancia. El Cónclave me enseñó la duplicidad. Yo soy la verdadera aliada de Seraphina. ¡Y el Pergamino es la llave de mi venganza!