La Evasión.
Vance se giró y vio el cuerpo sedado de Kira. Su mente, normalmente enfocada en la lógica, se inundó de furia y miedo. Seraphina había aprovechado su punto ciego: la debilidad por sus seres queridos.
—¡Maldito sea! —gritó Vance.
Seraphina no perdió el tiempo. Salió de la sala sellada, sonriendo fríamente. —Su amor es un lastre, Profesor. Ahora, si me disculpa, tengo un artefacto atlante que lanzar.
Vance corrió hacia el panel de control. Dos minutos y treinta segundos para el despegue de Ícaro.
La voz desesperada de Nido resonó en el comunicador. —¡Vance! ¡Están rompiendo el cifrado! ¡Necesito más tiempo!
Vance tomó la decisión más dura de su vida. Su deber como miembro de La Vigilancia era salvar el mundo. Tomó el rifle de Kira y el comunicador, y salió de la torre de comunicaciones.
La Batalla de Nido.
Nido, escondido en un pequeño nicho rocoso a varios cientos de metros de la torre, luchaba solo una batalla digital. Usaba el verdadero Pergamino de Metal como una interfaz de hardware, forzando el cifrado de la matriz de propulsión de Ícaro.
Un equipo de asalto de El Fénix se acercó, guiado por un dron térmico. El Pergamino emitía un fuerte pulso de energía, revelando su posición.
Nido no tuvo tiempo de correr. Se lanzó de cabeza contra el software de cifrado de Ícaro, intentando crear un bucle de error irreversible que detuviera la cuenta atrás. Su mente, amplificada por el trauma de Victoria, trabajaba a una velocidad inhumana.
El Pergamino proyectó una secuencia de runas atlantes. Nido las reescribió en código binario. Cien segundos.
Los agentes de El Fénix llegaron. Nido alzó la vista, resignado. De repente, una ráfaga de disparos de precisión impactó en el suelo, levantando polvo y haciendo que el equipo de asalto se cubriera.
La Reaparición del Profesor.
Vance había llegado al lugar corriendo, usando su conocimiento de las formaciones rocosas del Atlas para ocultarse. Su experiencia en el campo, forjada en la primera y segunda saga, le permitió usar el rifle de Kira con una precisión letal, más propia de un francotirador que de un profesor.
—¡Nido! ¡Sigue en la matriz! ¡Yo los distraigo! —gritó Vance.
Vance se lanzó hacia la posición de Nido, atrayendo el fuego. El conocimiento atlante de Vance no solo era histórico; era táctico. Él sabía dónde estaban las debilidades del terreno.
Los mercenarios de El Fénix se concentraron en Vance. Él era el objetivo principal. 
Mientras los disparos resonaban, Nido gritó: —¡Lo tengo, Vance! ¡Un bucle de feedback en el generador! ¡Detendrá el encendido, pero solo por diez segundos!
Sesenta segundos.
El Sacrificio Final.
Vance sabía que diez segundos no eran suficientes para desmantelar el Archivo de Ícaro. Necesitaba un acto final y desesperado.
Corrió hacia el hangar de camuflaje, esquivando el fuego enemigo. El Archivo de Ícaro se alzaba en el centro: una unidad de propulsión de Oricalco que zumbaba con energía contenida.
Treinta segundos..
Vance se lanzó sobre los controles del Archivo. En lugar de detener el sistema, hizo lo contrario: forzó el inicio de la secuencia de despegue.
—¡Vance! ¿Qué haces? —gritó Nido.
—¡Lo voy a lanzar, Nido! ¡Pero lo voy a programar para que se autodestruya en la atmósfera superior!
Vance usó el código de error que Nido había introducido y lo reprogramó. Quince segundos.
En el momento en que terminó el código, Seraphina apareció en el hangar, su rostro lleno de incredulidad.
—¡No! ¡La nueva era! —Seraphina intentó detener la secuencia.
Cinco segundos.
Vance miró el objeto que contenía la energía para destruir el mundo. La sabiduría de su linaje Aelarion se impuso.
—El destino de Ícaro es el cielo, Seraphina —dijo Vance.
El Archivo de Ícaro rugió con una potencia atronadora. La unidad de propulsión de Oricalco se elevó, rompiendo el techo del hangar y ascendiendo a la noche polar.
Seraphina miró a Vance con un odio congelado. —¡Me lo pagarás!
La líder de El Fénix se abalanzó sobre Vance. El Archivo de Ícaro se alejó, listo para explotar en el cielo, llevándose consigo la última gran amenaza atlante.