El arco de Apolo

CAPÍTULO 1

 

Hay una cosa que aprendí.

 

La atención de padres, la presencia de tus padres en tu vida, es importante, más de lo que mucha gente cree, por qué no hay nada peor que no sentirse querido por tus propios padres, y más cuando ni siquiera has sentido lo que es tener una figura paterna al lado, entonces empiezas a pensar y a hacer cosas absurdas, tonterías, cosas que dices “Total, que puede salir mal?”

 

Todo puede salir mal. Lo sé, por qué es lo que yo pensé.

 

¿Mi madre? Me hacía caso omiso. ¿Mi padre? No sé, no lo conocí.

 

Se me olvidaba, mi nombre es Dalia Harker, tengo 13 años, y sí, estás a punto de leer como mi vida cambió por completo por una pregunta que nos hacemos muchos, una pregunta inofensiva.

 

 “¿Qué podría salir mal?”

                                              

* * *

 

Estaba en un sitio extraño, miré arriba, había tormenta, los truenos sonaban y sacudían con fuerza la tierra, apenas podía ver con la lluvia entrando en mis ojos, estaba sola de nuevo.

“Dalia”, escuché que me llamaban, la voz era de un hombre, era evidente. Miré a mi alrededor, pero solo podía ver árboles y el destello de los relámpagos iluminando el cielo.

“Dalia”, otra vez esa voz.

 

–¿¡Quién eres?!- grité, apenas podía oír mi voz a causa de los ruidos de la tormenta.

–Ve.

No sabía a qué se refería, ni siquiera sabía quién me estaba hablando.

–Ve y salva el mundo.

-¿A dónde tengo que ir? ¿Quién eres?!– repetí de nuevo.

 

La voz misteriosa no respondió. De repente, miré hacia arriba, un rayo me cegó, venía directo hacia mí. Entonces oí el ruido de una alarma, justo en el momento que el rayo cayó sobre mí.

 

Otra vez el mismo sueño, más bien la misma pesadilla.

Me desperté de golpe y apagué la alarma. Me senté en mi cama, mirando a un punto fijo. Bien, hoy era el último día de curso, al fin.

 

Levantarme, vestirme e ir a desayunar, era mi rutina de cada mañana. Al bajar, vi a mi madre, a Henry y a Charlotte, desayunando, cuando mi hermana me vio corrió a abrazarme, me sorprendió un poco, por qué ella no solía levantarse tan temprano nunca, ya que ella entraba a clase más tarde, por lo tanto solía despertarse cuando yo me marchaba al instituto.

 

–Insistió en que quería decirte adiós en tu último día de clase– dijo mi madre sin apartar la mirada de su tostada.

–Ah.

 

Charlotte me miró con sus ojos color avellana, que brillaban como siempre y una sonrisa de oreja a oreja, ella era la única razón por la que seguía viviendo en esa casa, si es que podría llamarlo así, yo lo asociaba más como un infierno.

 

–Toma, te hice esto– rebuscó algo en su bolsillo trasero y me entregó una pulsera rosa, yo le sonreí y me la puse.

–Muchas gracias, princesa.

 

No me gustaba nada el rosa, pero si era con tal de ver la sonrisa de esa niña y verla feliz, me la pondría. Miré la hora, si no salía ya llegaría tarde. Cogí un pack de galletas, me despedí de mi hermanita y salí por la puerta, sin molestarme en decirles adiós a mi madre o al asqueroso de su marido.

 

Leah, mi mejor amiga me esperaba en el final de la calle. Conocí a Leah cuando iba a primero de primaria, una chica de tez morena, ojos bastante grandes,naríz redonda, cabello marrón muy oscuro, al igual que sus ojos y rizado. Era la única niña que comía sola en recreo aparte de mí,  ella llegó recientemente a mi pueblo, decidí acercarme a ella e hicimos buenas migas, desde ese entonces no nos hemos separado.

 

Cuando Leah levantó la vista de su móvil y me vio, sonrió, le sonreí de vuelta.

 

–¿Oye estás bien?– me preguntó a mitad del camino, al parecer mi cara de amargada era más visible ese día.

–Uh… Sí, ¿por qué preguntas?

–Es que tienes ojeras y estás muy callada…– dijo con tono preocupado.

–Sí, sí, estoy bien, es solo que hoy he dormido un poco mal, con el calor y todo eso, ya sabes…– sonreí forzadamente, Leah me miró como si me estuviera analizando y después volvió a mirar al frente, cambiando de tema completamente.

 

Al llegar al instituto nos tocaba inglés a primera hora. “Qué suplicio” pensé.

Me senté en mi sitio, junto a la ventana y dejé mis cosas en la mesa, Leah se sentó a mi lado y apoyó la cabeza en sus brazos, pocos minutos después de comenzar la clase, sentí un golpecito en mi hombro y seguidamente miré al papel que había caído en mi mesa.

 

Cuando llegué al instituto por primera vez llegué a una conclusión: la vida de esta gente era tan aburrida que para entretenerse se tenían que meter con la gente, para darle algo de sentido a su vida, y sí, cuando digo a gente, me refiero a esa chica, que se cree superior a todo el mundo por el hecho de ser bonita, esa chica que con esa risita de delfín te amarga el día entero, en mi caso: Kelly Watson. La muy maldita me hizo la vida imposible durante mis dos años de instituto.

 

Oí esa risa, que me generaba dolor de cabeza, leí el papel con cara de asco, por qué me daba asco estar tocando algo que había tocado ese ser tan desagradable con risa de delfín afónico. La nota decía “¿No crees que te falta un poco de corrector, panda?”. La miré con cara de pocos amigos, Leah levantó su cabeza y me miró, cansada.

 

–No les hagas caso, Dalia.

 

Pero no la escuché, volví a arrugar el papel, y seguidamente se lo tiré a la cara.

 

Mala decisión.

 

Kelly empezó a chillar, mientras que su grupito, como si se hablasen por telepatía, se unió a su plan de víctima, me arrepentí al instante de no haberle hecho caso a Leah, tendría que empezar a hacerlo, siempre tenía razón. La señora Davis paró su clase para girarse en mi dirección.




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